martes, 29 de enero de 2008

RECETA PARA HACER MAGDALENAS DE PROUST

Preliminares:
El por qué funciona el invento, ya lo explica maravillosamente Proust, así que no lo repetiré. Como alguien no lo habrá leído, sí tengo que resumir que el olfato es el sentido capaz de retrotraernos a otra situación emocional anterior; es decir, tiene potencia suficiente para funcionar como una máquina del tiempo casera. Al volver el aroma de la magdalena, vuelve nuestra querida abuela y volvemos a ser el niño que fuimos.
El problema:
El problema que trata de solventar esta receta consiste en que las magdalenas de que disponemos están en nuestra memoria y, por desgracia, no las hemos colocado nosotros voluntariamente, por lo que su poder de evocación no está puesto para servirnos en lo que nos convenga; la situación a la que podemos volver es una cuestión de azar. Esto es lo que trata de resolver la receta.
Receta (sale cara):
Cómprese una caja de veinticinco tabacos cubanos. Deben ser de buena marca, conocida por el comprador, que es preciso sepa apreciar el tabaco cubano. Tiene que ser adquirida en un establecimiento oficial y de toda confianza, ya que cualquier error en la calidad del producto base puede dar al traste con la receta. Sin embargo, es imprescindible que la marca que se use nunca haya sido probada por quien pretenda cocinar la receta. Sugerencia: Coronas gigantes de Bolívar.
Modo de cocinarla:
Cuando el sujeto se encuentre en una situación de felicidad verdaderamente memorable debe abrir la caja de tabacos (que mientras tanto tiene que haber sido conservada en perfectas condiciones) y encender y fumar el primero de ellos. No tendrá que hacer ningún esfuerzo especial aunque, claro está, ha de saber fumar tabaco, ya que si se le quema la lengua, los labios o traga una cantidad inadecuada de nicotina se estropearía el proceso.
Explicación:
Los tabacos cubanos tienen a menudo un carácter espectacular y al mismo tiempo único e individual. Presentan una potencia de aromas desbordante e inolvidable, por causa de su marcado acento. Por este motivo, la primera vez que se consume un tabaco de una marca, este suceso se fija en el ánimo del consumidor, que si sabe enlazar correctamente la situación emocional adecuada con el correspondiente aroma, podrá revivir con posterioridad la situación de partida.
Modo de empleo:
Se dispone entonces, con cada caja de tabacos, de 24 oportunidades de revivir de nuevo la situación primeramente fijada. Cuando se desee volver a ella se encenderá un tabaco nuevo y al sentir la intensidad de su aroma peculiar, cerrando los ojos y tratando de minimizar la influencia de los otros sentidos, podrá volverse a todo placer, con la dicha máquina del tiempo, a la situación emocional anterior.
Peligros:
Si se usa para evocar situaciones ligadas a otros seres contingentes, la máquina del tiempo puede devenir peligrosa, si es que dicha contingencia se ha manifestado en el lapso transcurrido entre las dos situaciones a enlazar. En ese caso podría producir llanto no querido al contemplar la felicidad ya pasada.
Uso indebido:
Esta receta no debe usarse para fijar situaciones insatisfactorias.

sábado, 26 de enero de 2008

CINCO BORRONES


Cuando estaba a punto de presentar mi proyecto fin de carrera, decidí posponerlo tres meses. Sabía que cuando aprobara me marcharía definitivamente de Madrid y no quería hacerlo sin investigar un poco el asunto Francisco de la Torre. Así, pude leer a Luis José Velázquez y a Aureliano Fernández Guerra en la Biblioteca Nacional, como una forma de despedida. Se cerraba una etapa en mi vida y comenzaría otra muy distinta.
Como consecuencia de aquellas lecturas, algún tiempo después escribí un extensísimo artículo en la revista "Agua" que no vale la pena reproducir aquí. Vagamente, la memoria me indica que quería ser tan exhaustivo que se convirtió en ilegible.
Pero lo que sí puedo hacer es resumir el origen de mi interés y mis modestas conclusiones.
El origen fue el siguiente:
Quevedo publicó, en 1631, a Fray Luis (que estaba inédito) y a Francisco de la Torre. De este Francisco de la Torre nos dice en el prólogo de la publicación: "Hallé estos poemas por buena dicha mía y para grande gloria de España en poder de un librero que me los vendió con desprecio. Estaban aprobadas por D. Alonso de Ercilla y rubricadas del Consejo para la imprenta, y en cinco partes borrado el nombre del autor, con tanto cuidado que se añadió humo a la tinta. Mas los propios borrones (entonces piadosos) con las señas parlaron el nombre de Francisco de la Torre, autor tan antiguo que me advirtió el Conde de Añover, caballero de ingenio grande, asistido del estudio verdadero y modesto, que hacía de él mención Boscán en las estancias
En el umbroso y lucido oriente
donde entre los grandes poetas que celebra dice:
Y el bachiller que llaman de la Torre.
Ponderando la grandeza de su estilo y lo magnífico de la dicción en sus versos. Antigüedad a que se pone duda el propio razonar suyo tan bien pulido con la mejor lima de estos tiempos, [el marcado es mío] que parece está floreciendo hoy entre las espinas de los que martirizan nuestra habla confundiéndola, y al lado de los que la escriben propia y la confiesan rica por sí en competencia de la Griega y Latina que soberbias la daban de mala gana limosna en las plumas de Escritores pordioseros que piden para ella lo que la sobra para otras."
Pues bien, Luis José Velázquez fue el principal impulsor de la atribución al propio Quevedo de los poemas de Francisco de la Torre, haciendo ver que el nombre de Francisco de Quevedo tachado en cinco partes con cinco borrones da lugar a que pueda leerse Francisco de la Torre como se ve en el siguiente texto:

Francisco Quevedo Villegas, Señor de la Torre Juan Abad.

Aureliano Fernández Guerra rechaza tal atribución; creo recordar que aduce que si Ercilla vio los escritos de Francisco de la Torre, esos escritos no podían ser de Quevedo. Argumento más absurdo, imposible, ya que el testimonio de que Ercilla lo vio es del propio Quevedo, pero como Fernández Guerra es la autoridad por excelencia en estas cuestiones, prácticamente desde que emitió su fallo no ha habido más que hablar. Hago un inciso aquí para hacer memoria de la sorpresa que continuamente sentía al leer a Fernández Guerra. Todavía recuerdo su discurso de entrada en la Academia, "La novia de Quevedo", que con la impetuosidad y la precipitación de la juventud me atreví a juzgar escandalosamente incierto en lo esencial, escondido tras una montaña de precisa erudición.
Mis conclusiones de entonces, resumidamente, fueron que las obras de Francisco de la Torre están escritas por Quevedo a su amor fatal, Esperanza de Aragón y de la Cabra, que fue su esposa durante un breve tiempo. Esperanza de Aragón era viuda y añoraba a su marido, según se deduce de las cartas cursadas entre ambos antes del matrimonio, que se conservan. Parece ser que Quevedo, aunque lo intentó, no pudo ocupar el lugar principal en el corazón de la señora. Su matrimonio duró unos días apenas y jamás se comentó nada, por nadie, acerca de la causa de su fracaso y de su desdicha. La historia de su noviazgo son los poemas de Francisco de la Torre, donde se da cauce a los avatares y circunstancias de su relación. Todo esto lo fundamento en un argumento de autoridad: la mía a los veintitantos años, que fía en conocer a Quevedo, conocer a Francisco de la Torre y pensar que cuadraba con su personalidad, sus deseos y sus circunstancias, tal explicación. No comparto con el garante del argumento ni una sola célula de mi cuerpo, según estudié en el bachillerato. Recuerdo, sí, que el fiador solía ser más apasionado que objetivo, defecto que, tal vez, comparto con aquel muchacho.
Abona, sin embargo, la tal tesis el pensar que Quevedo, como Secretario del Rey, no publicó en vida más versos que las traducciones de Epícteto y de Focílides, que son materia grave y no menoscaban su condición como podrían hacerlo los versos de Francisco de la Torre o cualesquiera otros de los encontrados y publicados a su muerte. Luego si fue Quevedo el autor de tales versos, no podía publicarlos mas que con nombre fingido.
Por último, y no menos importante, atribuyendo a los versos de Francisco de la Torre cierta antigüedad, se crea un decisivo precedente para Fernando de Herrera, que pierde su originalidad y pasa a ser un imitador de Francisco de la Torre. Eso es matar unos cuantos pájaros de un tiro. El mismo Quevedo dice: [Fernando de Herrera] "tuvo por maestro y ejemplo a Francisco de la Torre, imitando su dicción y tomando sus frases y voces tan frecuente, que puedo excusar el señalarlas; pues quien los leyere, verá que no son semejantes, sino uno."
Por último, como todo esto en el fondo nada importa, leamos los versos de Francisco de la Torre; no escogeré hoy los que me parecen más bellos; escogeré algunos que pienso muestran la dicción y el estilo de Francisco de Quevedo, por mucho que este se hubiera esforzado en ocultarlo; en la Égloga primera de la Bucólica del Tajo, habla Palemón:

"Ni claro Norte tras tormenta fiera,
ni claro Sol tras noche tenebrosa,
ni tras invierno yerto Primavera,
ni tras Austro cruel Aura amorosa,
ni tras lluvia que el viento persevera
cielo sereno con su luz hermosa,
al navegante, al campo, al monte, al día,
son lo que la divina Daphnis mía."

¿Que esto es de la época de Garcilaso? ¿Que lo tenía ya Boscán más que olvidado? No tengo más que repetir una palabra que gustaba de decir mi abuela: ¡Miau!

SEIS VERSIONES DE SHAKESPEARE

Como tantos, no he sido capaz de escribir versos mas que cuando he vivido solo; en mi etapa de estudiante, un conocido de entonces, Alejandro, me propuso el ejercicio de traducir el Soneto XVIII de Shakespeare. Aunque no sabía suficiente inglés como para poder hacerlo, tenía en mi poder ya las dos o tres versiones que me interesan de los sonetos, así que hilando de aquí y de allá, como soy atrevido, pude escribir la versión solicitada, en la que todavía se advierten las carencias que antes he descrito. Espero que os guste.

SONETO XVIII

Shall I compare thee to a summer's day?
Thou art more lovely and more temperate:
Rough winds do shake the darling buds of May,
And summer's lease hath all too short a date:

Sometime too hot the eye of heaven shines,
And often is his gold complexion dimm'd;
And every fair from fair sometime declines,
By chance or nature's changing course intrimm'd;

But thy eternal summer shall not fade
Nor lose possession of that fair thou ow'st;
Nor shall Death brag thou wanders't in his shade,
When in eternal lines to time thou grow'st:

So long as men can breath or eyes can see,
So long lives this, and this gives life to thee.

Ahora la Versión de Manuel Mujica Lainez:

¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees,
Tiembla el brote de Mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo
solar, y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.

Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

No cabe duda de que el endecasílabo "toda belleza alguna vez declina" es un hallazgo memorable. Otra versión interesante es la de Agustín García Calvo, que me costó mucho encontrar, siempre agotada en aquellos tiempos y siempre carísima (para alguien sin ingresos propios, claro). Interesante, es por demás, pero en mi modesta opinión se propone un imposible, que es hacer versos de trece sílabas en castellano. Por eso, el intento de García Calvo me parece al mismo tiempo fallido y digno de admiración:

¿A un día de verano habré de compararte?
Tú eres más dulce y temperado, un ramalazo
de viento los capullos de mayo desparte,
y el préstamo de estío vence a corto plazo;

tal vez de sobra el ojo de los cielos arde,
tal vez su tez de oro borrones empañan,
y toda gracia gracia pierde pronto o tarde,
que ya accidente o cambio natural la dañan.

Mas tu verano eterno ni jamás se agosta
o pierde prenda de esa gracia en que floreces,
ni Muerte ha de ufanarse que a su negra costa
vagues, que cara al tiempo en línea eterna creces.

En tanto aliente un hombre o ver el ojo pida,
vivo estará este verso, y te dará a ti vida.

Ya se ve que si cortamos la sinalefa e interponemos una cesura en
"En tanto aliente un hombre | o ver el ojo pida,"
conseguiríamos un verso de catorce sílabas, que ya es castellano.

La versión de Fátima Auad y Pablo Mañé Garzón es la que ha sido reeditada un mayor número de veces:

¿Debo compararte a un día de verano?
Tú eres más adorable y mejor templado:
rudos vientos baten los suaves capullos de mayo
y el arriendo del verano vence en fecha demasiado corta:
demasiado ardiente a veces brilla el ojo del cielo
y a menudo está velado su dorado semblante;
y toda belleza alguna vez decae de su estado,
despojada por el caso, o por el mudable curso de la naturaleza;
pero tu eterno verano no se desvanecerá
ni perderá la posesión de tu belleza,
ni la muerte podrá envanecerse de tenerte en su sombra,
cuando tú crezcas en el tiempo en versos eternos:
mientras respiren hombres y ojos vean
así viviran éstos y a ti te darán vida.

Por último, mi versión:

No puedo compararte a un día de verano;
Al verano le falta tu dulzura serena.
El que abrasa los brotes que mayo trae en la mano,
De su cruel usura contempla el arca llena.

Demasiado se enciende muchas veces el cielo,
Y otras veces su oro sin razones se sacia,
Y aún otras muchas veces, cuando descorre el velo,
Los cambios naturales han herido su gracia.

Pero tú siempre estás en tu verano eterno
Y no deja tu sol jamás de florecerte,
Y ni la negra noche se atreve con su infierno
A interrumpir al tiempo que ansía poseerte.

Mientras vivan los hombres, mientras los ojos vean,
Que te den mis palabras la vida que desean.

Aunque acaso todo esto lo dijera más sencillamente (y con la vanidad de la primera juventud tal vez) Ernesto Cardenal, en los Epigramas, antes de que se manifestara su vocación religiosa:

Cuídate Claudia cuando estés conmigo
porque el gesto más leve, cualquier suspiro
de Claudia, el menor descuido,
tal vez un día lo examinen eruditos,
y este baile de Claudia se recuerde por siglos.
Claudia, ya te lo aviso.

O más, mucho más sencillamente en ese único verso del poema perdido de Catulo que siempre me gustó:

... pero no escaparás de mis yambos.

PD. A la hora de publicar el artículo, he buscado en Google, con objeto de dilucidar una errata y me encuentro con esto. ¡Podía haberme ahorrado teclear un montón de palabras!

martes, 22 de enero de 2008

UN CHÂTEAU EN LA CÔTE D'AZUR

Le Corbusier tenía un Palacio en la Costa Azul. No podía ser menos, ya que lo construyó, como regalo a su mujer, allá por el 1952 aproximadamente. En ese momento estaba proyectando, aparte las Unité d'habitation, una ciudad entera, Chandigart, en La India, fruto, supongo, de un encargo de su gobierno. Tal vez el arquitecto de más éxito del mundo entonces, parece lógico que Le Corbusier quisiera darse un respiro y construirse un "Palazzo" para sus vacaciones.
El Palacio de Le Corbusier dispone de un ala para la esposa y de otro ala para el marido. Por muy bien que se lleven marido y mujer, es curioso ver repetido, a lo largo de los siglos, el esquema que destina la cama matrimonial a los dominios de la mujer y una sencilla cama simple para el ordinario descanso del marido, todo esto, claro está, en las Villas que dispongan de espacio, cultura y mentalidad suficiente para hacerlo.
En el Palacio de Le Corbusier, aunque hay obras de arte, especialmente pinturas, por doquier, los espacios destinados al aseo son mínimos, cosa que puede dar que hablar siendo el propietario y proyectista al mismo tiempo un hombre tan rico. En cambio, los lugares en los que es posible dedicarse a leer, a estudiar, a escribir o a trabajar son comparativamente amplísimos. Casi el 70% del Palacio puede usarse en actividades de ese tipo. Por supuesto que está en primera línea de mar. Tiene inmejorables vistas, aunque la ventilación está estudiada para favorecer el flujo cruzado con objeto de que no sea necesario acondicionar artificialmente el ambiente. Es sabido que los hombres a veces combinan su riqueza con su tacañería.
Y el colmo de la tacañería parece ser la carencia de ducha en las habitaciones. Viendo que el mar estaba a unos metros de la casa, parece ser que el arquitecto pensó que podía ahorrarse un dinero en conducciones, aparte el gasto mensual a pagar a la compañía suministradora.
Así tal vez se describirá en un futuro el Palacio que Le Corbusier se construyó en la Costa Azul, en 1952. Es curioso que nadie me hablara de él en La Escuela, ya que Le Corbusier era, en todos los cursos, un tema constante de conversación. Descubrí el Palacio cuando me puse a estudiar los tomos de su Obra Completa, donde se le dedica no más de un par de páginas, allá por los primeros años de mi ejercicio profesional.
El Palacio de Le Corbusier tiene en total 3,66 m. de largo por 3,66 m. de ancho y 2,26 m. de altura, aparte un pasillo de acceso de unos 70 cm de ancho; es decir, ocupa una superficie de unos 15 m2. No tiene ducha, porque tal vez Le Corbusier pensó que, teniendo delante la inmensidad del mar, sería ofender ridículamente al Mediterráneo pretender competir con él mediante el agua que sale de un tubo de un cuarto de pulgada. De hecho, Le Corbusier murió de un infarto cuando se bañaba en ese mar frente a la casa de vacaciones que usó cada mes de agosto y que hemos descrito. Es verdad que dispone de dos alas virtuales; es verdad lo que hemos dicho de las camas y las ventilaciones. Es verdad que es preciso ser muy rico, en la cuenta corriente y en el espíritu, para ser feliz en un espacio de 3,66x3,66x2,26 disponiendo de recursos suficientes como para contruirse uno de 36,6x36,6x22,6 o tal vez hasta uno de 366x366x226.

lunes, 21 de enero de 2008

LOS AMIGOS DE JOSÉ

Parece que hay cierto paralelismo entre escritura y bolsa: todo escritor de auténtica valía ha de pasar por una cíclica etapa de descenso unos años después de su muerte y de su primera máxima cotización. Por ese camino discurre hoy la obra de Azorín, atravesando su correspondiente momento de depreciación y, tal vez, de olvido. Desde hace demasiados años es imposible adquirir sus obras completas; la editorial Aguilar, despojada del antiguo bien hacer de su fundador, no acaba de reeditarlas, en aras de conseguir cuanto antes la septingentésima edición de Federico García, cuyas obras pueden adquirirse en cualquier supermercado en su versión en tagalo; las obras escogidas de Biblioteca Nueva sobreviven a su mutilación interna gracias al tono verde de las pastas y a las estampaciones en oro. Sin embargo, como a veces ocurre con los valores de cotización suspendida, un librero de Sevilla ofrecía aún el año pasado los nueve tomos de la colección joya al precio de varias semanas de trabajo de un funcionario de nivel treinta de la administración.
¿Y quién es Azorín? Todo el mundo lo sabe. Según mi amigo Manuel Martínez Pastor, Azorín es un viejecito. Un viejecito: creo que no es errada la definición. La ternura, la perspicacia, la discreción, la mansedumbre, la bondad, son virtudes propias de la edad bien aprovechada. Y de ellas disfrutó Azorín desde su juventud. "Las obras de la juventud son fuego y oro; las de la madurez, sobriedad y plata". Esta madurez, así expresada por Cervantes, es el retrato de Azorín. Es Azorín, también, el escritor del maravilloso silencio.
"Reinaba un maravilloso silencio", comienza a decir Cervantes en uno de sus párrafos. Y es que en el silencio se dan las más intensas comunicaciones entre los hombres. ¿No habéis vivido aquella situación en que dos personas se lo dicen todo sin palabras y se comprenden? Porque, en la literatura como en la vida, ¿qué es, de aquellas cosas que nos importan, lo que puede decirse con palabras? La maestría de Azorín en el uso del lenguaje puede engañarnos. La palabra acompañará al contenido, pero no lo encierra. La palabra será necesaria, pero siempre necesaria para llevarnos, como un vehículo, hasta el lugar donde ya no nos hace falta; hasta el lugar donde lo vemos todo y donde no tenemos más remedio que callar, como en el monte Tabor.
Toda la obra de Azorín está llena de este maravilloso silencio. "Primores de lo vulgar", se ha dicho. Cuando se ha comprendido que lo verdaderamente vulgar es lo brillante, lo aparente, el fuego y el oro, sólo queda pasear la vista por la vida hablando de la vulgaridad de las despedidas, que llenarán nuestro tiempo sin duda; de la soledad de las plantas y las campanadas; de la fugacidad de los pueblos y los zaguanes vacíos. Soledades compartidas, que nos permiten sentir las dulzuras ligeramente amargas de la amistad y el amor a través del tiempo.
¿Y quiénes son los amigos de Azorín? Los amigos de azorín son aquéllos a quienes dedicó su trabajo y su tiempo: Cervantes, Góngora, Fray Luis de Granada; Montaigne, Larra, otra vez Cervantes. San Juan de la Cruz, Fray Luis, Cervantes. Por Cervantes sintió Azorín verdadera amistad, sentimiento compartido por un grupo de compañeros que se identificaban a sí mismos por el nombre que consideraron más característico: Los Amigos de Miguel. Estos Amigos de Miguel se reunían periódicamente con el simple propósito de disfrutar de su afinidad, que sentían como un nexo de unión íntimo.
La literatura de Azorín es, afortunadamente, un paisaje que no cambia, que no cambiará. Las calles de Riofrío de Ávila descritas por su mano conservan todos los amaneceres el mismo idéntico rocío; todas las primaveras suenan las mismas campanadas en el reloj municipal, reloj que ya no puede atrasar. Cuánto más hermoso será recorrer estos paisajes fijos, que no se desmoronan -mientras se desmorona uno mismo- que caminar por las calles de las ciudades diseñadas por cualquiera de nuestros alcaldes, con regularidad más ajadas que en nuestra visita anterior. Al terminar estas líneas veo cuánto me queda por hablar de mi amigo Azorín. Cuánto puede decirse de Tomás Rueda, de Doña Inés, de Al Margen de los Clásicos. Otro día será.
Al igual que existieron los Amigos de Miguel, los Amigos de José también existimos ahora. Una diferencia, sin embargo, nos separa. Como aquéllos, también nosotros recorremos las calles descritas en sus pueblos, también compartimos la emociones del muro blanco de Salamanca, también hemos sentido la tolvanera de los dos besos. Ellos se reunían públicamente. Nosotros no nos reunimos y somos secretos. Somos secretos, no por ocultismo, sino por necesidad. Como amigos de Miguel (algunos lo somos doblemente), dejamos traslucir nuestras emociones; como amigos de José, estamos comprometidos con el maravilloso silencio. Por este maravilloso silencio tal vez nunca lleguemos a hablarnos, pero a través de la distancia nos miramos y las calles nos conocen y eso nos basta.
Como amigo de Miguel y de José, me alegro y me lamento de haber roto con estas líneas el lenguaje mudo en que nos comunicamos. A ello me han forzado otros amigos, compañeros de Agua, amigos a su vez de Miguel pero no de José, por el momento. En cualquier caso, espero que mi falta sea leve: escribir en el agua es, todavía, uno de los maravillosos modos de ejercer el silencio.
(Artículo publicado en la revista "Agua" , 1989)

sábado, 19 de enero de 2008

LIZT ALFONSO



He leído una entrevista con Lizt Alfonso (que he encontrado gracias a Desde Cuba) que me ha llamado la atención, porque narra esas cosas que hacen de algunos seres humanos excepciones de grandeza. No he visto nunca bailar en directo a Lizt, pero sí la conozco a través de algún reportaje sobre ella de la televisión cubana, que a veces veo por satélite, y siempre me ha parecido impresionante su modestia, su disciplina y su actividad, con el ballet juvenil y el ballet infantil, además de su propia compañía.
De la entrevista destaco dos momentos, que me parecen emocionantes:

[...] "cuando suspendió las pruebas para ingresar en la escuela de ballet. Aún no tenía nueve años. Llegó a su casa abatida, y le dijo a la madre, con el lenguaje propio de los niños, que quería dormir y no despertarse. Para ella todo había terminado.
Hoy lo recuerda como si el tiempo no hubiera transcurrido, y está convencida de que el encuentro con Laura Alonso, en aquellas circunstancias, resultó un suceso determinante. “Después de realizar otros exámenes —narró Lizt—, Laura me dijo: No tienes condiciones físicas, no puedes ser bailarina. ¿Así y todo quieres serlo?’ [el texto lo destaco yo]
“Le di un sí con mucha decisión. Eso ella todavía lo recuerda. Entonces expresó que me iba a ayudar: ‘¡Fíjate, cuando todo el mundo se ponga el pie aquí, tú lo tienes que levantar más. Esto te va a costar, gritarás, llorarás, pero si eso es lo que quieres, tienes que sobreponerte!’ Le debo mucho a ella, ese día me enseñó que el ‘no’, y el ‘no se puede’ no existen, y que si uno se da por vencido, la vida no perdona”.

este es el segundo, primero pregunta el periodista:

"Vivías en el reparto Monterrey, en el municipio capitalino de San Miguel del Padrón, alejado del centro cultural del país. ¿El fatalismo geográfico no te jugó una mala pasada?"
Y Lizt Alfonso le contesta:
“Mira, lo primero es la vocación, y en mi caso estaba definida. No me importaba levantarme a las cinco de la mañana, desayunar por el camino. Además, toda la familia se involucró para que yo saliera adelante. Mi abuelo marcaba en la cola de la guagua todos los días a las cuatro de la mañana, luego mi abuela me llevaba la mayor parte de las veces, pues mi mamá trabajaba. En la escuela de ballet estaba hasta casi la noche, y después se repetía todo a la inversa. Fue un gran sacrificio.
“No importa dónde se viva. Ahora tenemos una alumna que reside en Santa Cruz, provincia de La Habana, y ya está en el ballet juvenil. Desde chiquita su madre la trae todos los días a clases, no llega tarde, no falta. Ahí hay otro ejemplo de interés”.

Si no recuerdo mal, desde Santa Cruz del Norte, que supongo será donde se refiere Lizt, hasta La Habana, debe haber por lo menos como cuarenta kilómetros, distancia que debe ser, por las condiciones de transporte que tiene Cuba, algo muy difícil de salvar a diario, con una hora fija de entrada a clase, lo que indica que esa niña que destaca Lizt, está casi repitiendo su propia hazaña.
Yo no sé, yo comprendo que son muy importantes las chozas, pero cuando uno se encuentra frente a frente con el Partenón... otro día contaré lo que pasa.

jueves, 17 de enero de 2008

LA EDAD DE ORO, JOSÉ MARTÍ, CUBA


Uno de los amables comentaristas me ha recordado a José Martí. Tengo algunas de sus obras y, entre las que he leído, una predilección especial por La Edad de Oro. De este libro tuve la suerte de comprar, hace años, la edición facsímil, ilustrada, que publicó el Centro de Estudios Martianos en la editorial Letras Cubanas, que incluye los cuatro números de la revista que se publicaron en su día, entre julio y octubre de 1889, en Nueva York. Ya he dicho, en mi respuesta a un comentario de Maykel González Vivero, que cuando tuve que elegir qué poema sería el primero en grabarse en la memoria de mi hija, cuando ella tenía la edad de cinco años, elegí el

"Cultivo una rosa blanca,
en junio como en Enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni oruga cultivo;
cultivo una rosa blanca."

Que figura, creo, en Versos Sencillos, uno de los primeros libros de Martí que pude leer.
Pero volviendo a La Edad de Oro, creo que en sus páginas está una declaración de intenciones que retrata bien a Martí:
"Lo que queremos es que los niños sean felices, como los hermanitos de nuestro grabado; y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano como a un amigo viejo y diga donde todo el mundo lo oiga: ¡"Este hombre de LA EDAD DE ORO fue mi amigo!"
Martí y Cuba, nación que tanto enseña sobre uno mismo y donde tan enconadamente intenté esconder mi origen y mi nacionalidad con la esperanza de poder escuchar, dirigida a mí, la voz con que los cubanos se hablan entre ellos y que ningún turista es capaz, jamás, de escuchar, como un lenguaje del alma cifrado y jeroglífico. Y aunque fue una terquedad por mi parte intentarlo, ya que casi nunca lo supe conseguir, al menos me sirvió para empaparme de las voces de Fernando Ortiz, de Pichardo, de Argelio Santiesteban, para llevar siempre los bolsillos repletos de papeles escritos con giros y vocablos del habla popular cubana. Siempre me gustó lo chabacano: ecobio, compadre, tanque, pura, pestiferiar -que se usa en los alrededores de la terminal de trenes de La Habana-, una monja, un sargento, búscate un chino que te ponga un cuarto, esto no lo cura ni el médico chino... reflejos de las últimas oleadas de esclavos chinos del XIX, cuando nuestros próceres -los mismos próceres que los nuestros- decidieron que era más humano importar esclavos chinos en lugar de africanos, ya que Inglaterra impedía la trata, y los chinos, varones todos, estaban deseando, claro, ponerle habitación a la primera que se presentara... intentar conocer las varias clasificaciones del color de la piel, desde jabao, mulato claro, con sus variantes de pelo bueno y pelo malo... qué riqueza tan tremenda la de cuba, pero qué imposible acceder a ella, para los europeos.
Siguiendo con La Edad de Oro, creo que vale la pena copiar aquí, porque tal vez alguno de los lectores no lo conocerá, algunas frases de Martí; Así se dirige José Martí a los niños:
"Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan no es un hombre honrado. "
Y más atrás:
"Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz."

martes, 15 de enero de 2008

UN VERSO DE LA ILÍADA, POR ALFONSO REYES

LA VERDAD DE AQUILES

SI ME preguntas lo que yo más quiero,
te diré que se muda con el día
y que lo va llevando el minutero
y el curso de las olas lo desvía.
No es inconstancia, no, la suma espero,
el desenvolvimiento y la armonía
que prestan atención al derrotero
en una espiritual geometría.
Mas si preguntas lo que yo aborrezco,
en una sola frase te lo ofrezco
que recogí en los labios del Pelida:
"pensar y hablar dos cosas diferentes",*
miedo del mundo, engaño de las gentes,
menoscabo del arte y de la vida.

* Il., IX, 312-3

lunes, 14 de enero de 2008

MISCELÁNEA Y ALFONSO REYES

A propósito de traducciones, me he puesto a buscar el texto de Plutarco en la versión de Quevedo en el Marco Bruto. Siempre he pensado que el mejor castellano que he leído está escrito como resultado de traducir latín y tengo un recuerdo brillante de esas palabras del Marco Bruto. Mira que Quevedo tiene una prosa deslumbradora; pues cuando traduce latín, para mí, se contagia de no sé qué rigor y claridad de espada vibrante, separando el mundo en dos lados. Pero, mientras lo buscaba, se me ha ido la mano a Alfonso Reyes, del que tengo el tomo X de sus obras en el FCE, un ejemplar precioso encuadernado en tela tela color de tela con tipos Bodoni. Cuando me lo compré estaba estudiando todavía y la obra completa era demasiado cara, no digo que la hubiera comprado toda, porque por Alfonso Reyes no he sentido esa devoción apasionada, como por Azorín o KQX (JRJ). Sin embargo, Alfonso Reyes tiene una serenidad tranquila y una sencillez muy difícil de conseguir, hay que ser un maestro para hacerlo. Y, aunque no sé nada apenas de su vida, ya se le ve una bondad extraordinaria, esa que siempre da envidia y qué consiste en no condescender al chascarrillo, no hablar más que de lo admirable, ser constante en no bajar hasta la crítica maliciosa, respetar lo ajeno; qué difícil, mantener esa postura toda la vida, cuando tantas ocasiones hay de hacer brillar el ingenio (quien lo tiene, claro, pero es que Alfonso Reyes lo tenía).
Desde el Marco Bruto he pasado a las cartas en la prisión al Conde-Duque y he recordado esa fatalidad que persigue a Quevedo y que descansa en el brillo de su obra de adolescente. Pero casi nunca se hace alusión al resto, que es tan hermoso. Siempre he admirado en Quevedo que no publicara su poesía en vida y que esos poemas tan brutalmente buenos fueran "papeles que se encontraron a su muerte". Y qué diferente se lee la poesía de Quevedo ahora, siempre ordenada por criterios eruditos y no repartida al tuntún por las nueve musas como siempre estuvo. Yo tengo la edición de Rivadeneyra, con encuadernación holandesa, porque ya la compré cuando trabajaba, pero además es la que conocí primero; estaba al alcance de la mano en la sala de lectura de la Biblioteca Nacional. Me imagino que eso ya no será así y que habrá que desinfectarse para tocar algún papel del siglo XIX.
"Señor: Un año y diez meses ha que se ejecutó mi prisión, a 7 de diciembre, víspera de la Concepción de Nuestra Señora, a las diez y media de la noche. Fui traído con el rigor del invierno sin capa que poner y sin una camisa que mudar, de sesenta y un años, a este convento real de San Marcos de León, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad, me las han visto cauterizar con mis manos [...]"
Y en la otra carta: "No es del tiempo de vuestra excelencia que la hambre y desnudez justicien. Más gozara de los alimentos de la caridad en el calabozo de una cárcel pública que aquí. Dos años y dos meses ha que todos me ven padecer, solo, lo que aún no pueden mirar. [...]Pido mudanza de lugar; ésta dice el Evangelio que Cristo se la concedió a gran número de demonios que se la pidieron [...]"
Para terminar, con Alfonso Reyes:
EL LLANTO
"AL DECLINAR la tarde, se acercan los amigos;
pero la vocecita no deja de llorar.
Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos,
pero sigue cayendo la gota de pesar.
No sabemos de dónde viene la vocecita;
registramos la granja, el establo, el pajar.
El campo en la tibieza del blando sol dormita,
pero la vocecita no deja de llorar.
-¡La noria que chirría!- dicen los más agudos-,
Pero ¡si aquí no hay norias! ¡Qué cosa singular!
Se contemplan atónitos, se van quedando mudos,
porque la vocecita no deja de llorar.
Ya es franca desazón lo que antes era risa
y se adueña de todos un vago malestar,
y todos se despiden y se escapan de prisa,
porque la vocecita no deja de llorar.
Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo
y hasta finge un sollozo la leña del hogar.
A solas, sin hablarnos, lloramos sin embozo,
porque la vocecita no deja de llorar.
19-10-58

sábado, 12 de enero de 2008

MÁS DE CÉSAR VALLEJO

Hemos pasado unos días de emociones intensas y tal vez a alguien de entre los amables comentaristas que han hablado de esas emociones le guste recordar algún poema más de Vallejo. Borges dijo que en su juventud le gustaban los atardeceres, los arrabales y la desdicha, mientras que en su madurez prefería las mañanas, el centro y la serenidad. Pero siempre se puede hacer una excepción.

De Poemas Humanos:
"Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?
Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?
Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?
Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?
Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?
Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después, del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar luego el tropo, la metáfora?
Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?
Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?
Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?
Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar en la academia?
Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?
Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?"


miércoles, 9 de enero de 2008

POR QUÉ NO ADMIRO LA INTELIGENCIA Y SÍ ADMIRO LA BONDAD

En mi pubertad admiraba la inteligencia. En aquellos años nos hacían test de inteligencia en los colegios; hasta en algunas asociaciones juveniles nos hacían test de inteligencia. Enseguida leíamos a José Luis Pinillos y nos enterábamos qué significaba el percentil que nos habían asignado, que se nos antojaba muy importante. Esos libros decían que un coeficiente de inteligencia de 100 era normal. Que un coeficiente de inteligencia de 140 era superior. Que un coeficiente de inteligencia de 80 era un poco inferior. Nos preocupaba nuestra capacidad de razonamiento abstracto, nuestra visión espacial, y consiguieron hacernos creer que todo ello afectaría a nuestro desarrollo profesional y, singularmente, a nuestra vida.
Leímos que Napoleón tenía un coeficiente de inteligencia de 190 y a mí empezó a extrañarme que la mezcla de los sucesos del 18 brumario con la autocoronación como emperador, con cientos de miles de muertos sacrificados en pos de una bella idea produjera un resultado espectacularmente brillante, según los parámetros de medida estándar. Así que empecé a sospechar. Después vi que una especie supuestamente normal se había dedicado a lo largo de los siglos a destruir, torturar, conquistar. Que los dirigentes de la tal especie construían sus dominios generalmente sobre cadáveres, desgracia, horror. Así que decidí desconfiar de tales parámetros de normalidad y sustituí la idea de que un coeficiente de inteligencia de 100 significa normal por la consideración de que un coeficiente de inteligencia de 100 significa más bien habitual.
Desde entonces creo que un coeficiente de inteligencia de 2500 o 3000 tal vez sería el parámetro de normal en la especie humana. Y visto, por nuestro comportamiento a lo largo de la historia, que nos debatimos entre una subnormalidad más o menos profunda, creo que el hecho de que seamos unas décimas más o menos subnormales no es relevante para nuestras vidas, en contra de lo que suelen enseñarnos. No solamente a lo largo de la historia; basta contemplar cualquier suceso de la actualidad para que podamos poner en tela de juicio nuestra cordura. La apreciación es evidente en los grandes sucesos; guerras sin más fundamento que la codicia, países enteros donde la falta de alimentos es la norma, sociedades opulentas que se devoran a sí mismas. Pero en las pequeñas anécdotas de cada día podemos verlo también: Como no seguimos el consejo de Quevedo de pagar a los médicos porque estamos sanos, seguimos creyendo que nos curarán el tabardillo que les da de comer.
Pero si no podemos llegar a ser inteligentes, ¿por qué no aspirar a la bondad? La inteligencia no está a nuestro alcance, pero la bondad sí, y el mundo está lleno de ejemplos. La bondad es lo único que puede salvarnos de la desgracia de nuestra mediocre inteligencia. Mediante la bondad, podemos acceder a una guía segura que nos impele a comportarnos como si fuéramos inteligentes. Ya que si tuviéramos ese coeficiente de 3000 seríamos, sin duda, buenos -porque querríamos ser felices-, ser buenos es la única oportunidad que tenemos de vivir como si no fuéramos tan tontos.
Por eso, poco después de aquella pubertad, dejé de admirar la inteligencia y decidí admirar la bondad que, según creo, es lo único medianamente inteligente que puede hacerse.