viernes, 4 de julio de 2008

JUAN RAMÓN EN VERBUM. ARETÉ EN CUBA. DESCANSO VERANIEGO.


Como un paréntesis entre los poemas, quisiera tomarme un descanso durante el verano. Y para terminar el curso, contaros lo apasionado que estoy con el momento cubano de Juan Ramón.
Siempre he sentido afecto por Juan Ramón, un afecto grande, lleno de agradecimiento. Consagrar una vida entera a una obra como la suya es también consagrar la vida a los demás, a la "inmensa minoría", entre la que siempre aspiré a estar incluido.
Y cuanto más leo, conforme voy investigando, más relevante me parece ese momento cubano de Juan Ramón. Es un momento parecido a cuando dos personas que largamente se han buscado se encuentran; y felizmente comprueban que todo el amor que soñaron era posible, va a existir. Juan Ramón encuentra en Cuba los discípulos que siempre mereció tener; gente leal, sincera, sin la envidia española del "quítate tú para que me ponga yo". Y Cuba encontró al mismo tiempo a quien podía proporcionar un teléfono rojo, hilo directo con Garcilaso, con Góngora, con Quevedo, con Fray Luis. Con Juan Yepes, con Teresa Cepeda, con Rosalía, con Bécquer. Así que he podido, estas últimas semanas, ir recorriendo el tejido de aquella felicidad común.
Y palabras de Juan Ramón que, recogidas en libro, pueden pasarnos desapercibidas, adquieren otro relieve si las leemos tal como se publicaron en su tiempo, junto a los artículos de otros que las preceden y las siguen, rodeadas de su ámbito natural.
Voy a elegir, para comunicaros durante esta vacación que pretendo tomar, las líneas que Juan Ramón publica en Verbum, en julio-agosto de 1937. En ellas creo que se hace una exacta descripción profética de nuestras sociedades actuales. Cuando Juan Ramón habla del Nueva York de 1936, está retratando la España kitch del año 2008. Y esas palabras pienso que vienen a cuento ahora, cuando tanta importancia se está dando a la posesión de ciertos bienes materiales. A mi vista, muchos europeos disfrutamos de demasiados de estos bienes materiales, que no hacen más que empañar nuestra consideración de lo esencial, de lo profundo, y nos convierten, desgraciadamente, en los frívolos seres humanos de juguete que a veces somos. Escuchemos a Juan Ramón. Creo que, aunque hable de profesiones, es un particular del que podemos extraer una lección algo más universal. Tal vez estamos pasados de progreso:
"LOS útiles de las profesiones no son anteriores a ellas, vienen con la necesidad sucesiva. No se debe comprar nada útil que no sea, vaya siendo necesario.
"Todos hemos visto y padecido el laboratorio "con todo" del pronto mediquillo, el estudio "con todo" del pintorcillo aficionado, el "despacho con todo" del escritorcillo fácil. Con todo y sin nada. Que es propio de vanos rodearse de graduales artefactos soberbios.
"Y es sabido de todos que Pasteur, por ejemplo, despreció los aparatos de laboratorio que el Estado le proporcionaba y trabajó siempre con los modestos útiles que él mismo se había procurado. No hay que olvidar la paleta de Velázquez perpetuada por él en Las Meninas o la de El Greco en el Retrato de su hijo. Las dos con sus escasos colores precisos. Piense el poeta en la forma de Shakespeare.
"Leve pintor el que manda a Londres por la gama completa de los carmines, los naranjas, los verdes, los colores que no son simples ni necesarios. Pobre escritor el del archivo por palabras numeradas. Pasadero histólogo el que trae de New York, en cada viaje, su propia y la ajena impedimentas.
O
"EL sol, la luna, las estrellas, no tienen en 1936, peor que en 1916, más valoría, perdidos en la confusa máquina neoyorkina del crepúsculo, que el de un anuncio cualquiera, que anuncia, aún en lo corriente, menos que cualquier anuncio."

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Y con respecto a Lezama, está naciendo en mí el inicio de afecto que sigue al primer entendimiento. Hasta ahora, en mi imagen, Lezama era tan solo un denominador común de unas palabras. Ahora estoy empezando a tentar al hombre, a comprenderlo; es inevitable amar lo que se entiende, si lo que se entiende es humano.

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Por último, he tenido la dicha de estudiar de nuevo la Paideia griega, que es asunto que está necesitando de todo el curso de mi vida para empezar a barruntarlo. Y al leer otra vez los conceptos fundamentales de la educación del estado en Esparta, a través de los poemas de Tirteo, he encontrado concordancias con algunas de las doctrinas de Martí y, sobre todo, con el propio ejemplo de su vida; Martí, a quien no conocía apenas en mis anteriores intentos de comprensión.
Y así puedo decir que me asombra ver similitudes entre los ideales de Martí y la práctica de la educación espartana. Martí, con su victoria definitiva en Dos Ríos, encarna, dos mil quinientos años más tarde, la aspiración espartana de nobleza. ¿Será que el hombre trata siempre de conseguir el mismo ideal; lo intenta, fracasa y retoma más tarde la labor? Copiaré del libro de Werner Jaeger, "Paideia", algunas frases para dejar que libremente las juzguéis. Intentaré hacer los mínimos comentarios, para que sean sus palabras, por sí solas, las que resuenen.
Habla Tirteo, a través de Jaeger:
"Y aunque fuera más bello que Titonos y más rico que Midas y Ciniras y más regio que Pelops, el hijo de Tántalo, y tuviera una lengua más lisonjera que Adrasto, ni quisiera honrarle, aunque tuviera todas las glorias del mundo, si no poseyera el valor guerrero. No se halla bregado en la lucha si no es capaz de resistir la muerte sangrienta en la guerra y luchar cuerpo a cuerpo con su adversario. Esto es areté —exclama el poeta, conmovido—, éste es el título más alto y más glorioso que puede alcanzar un joven entre los hombres. Bueno es para la comunidad, para la ciudad y para el pueblo que el hombre se mantenga en pie ante los luchadores y ahuyente de su cabeza toda idea de fuga."
"Pero aquél que cae entre los luchadores y pierde la vida tan querida, cubre de gloria a su ciudad, a sus conciudadanos y a su padre, y atravesado el pecho, el escudo y la armadura, es llorado por todos, jóvenes y viejos; su doloroso recuerdo llena la ciudad entera y su tumba y sus hijos son honrados entre los hombres y los hijos de sus hijos y todo su linaje; jamás se extingue el honor de su nombre y, aun cuando yazga bajo la tierra, se hace inmortal."
Sigue diciendo Jaeger:
"Con la elegía de Tirteo comienza el desarrollo de la ética del estado. Así como preserva la memoria del héroe caído, realza la figura del guerrero vencedor. "Jóvenes y viejos, le honran, la vida le ofrece singularidad y distinción, nadie osa perjudicarle u ofenderle. Cuando se hace viejo, infunde profundo respeto y dondequiera que se presenta se le cede el lugar." En la estricta comunidad de la primitiva polis griega esto no son simplemente bellas palabras. Aquel estado es realmente pequeño, pero tiene en su esencia algo heroico y, al mismo tiempo, profundamente humano. Para los griegos, y aun para toda la Antigüedad, es el héroe la forma más alta de la humanidad.
"Contrapone el poeta la muerte gloriosa en el campo de batalla con la vida desventurada y errante que constituye el destino inevitable del hombre que no cumple, en la guerra, sus deberes ciudadanos y se ha visto obligado a abandonar su patria. Va errante por el mundo con su padre y su madre, su mujer y sus hijos. En su pobreza e indigencia, es un extraño dondequiera que vaya y todos lo miran con ojos hostiles. Deshonra su linaje y ultraja su noble figura y, dondequiera, le sigue la injusticia y el envilecimiento. Es una pintura incomparablemente vigorosa de la lógica inexorable con que exige el estado los bienes y la sangre de sus miembros. Con el mismo realismo describe el poeta el honor que confiere la patria a los valientes que el despiadado destino de los prófugos en el destierro. No establece diferencia alguna entre los que hayan sido desterrados por una necesidad excepcional del estado porque huyeron ante el enemigo y los que abandonaron voluntariamente el país para evitar el servicio militar y se hallan constreñidos a vivir en otra ciudad. De la unión de estas dos descripciones, de la elevación ideal y el poder brutal del estado, resulta su naturaleza, análoga a la de los dioses; y así lo sintieron siempre los griegos."
El único comentario que quiero hacer es: no olvidéis que estamos hablando aquí de griegos; lo digo porque hay quien podría encontrar similitudes con las palabras de una de las últimas reflexiones de Fidel. No obstante, ¿Hay o no hay areté en Cuba? Más aún: en su denodado esfuerzo de siglos, ¿Se ha pretendido en Cuba alguna vez otra cosa?
Y felices vacaciones, para quien las tenga. En julio tendré acceso a internet; en agosto, seguramente no.