viernes, 7 de agosto de 2009

MIRADAS


I
Alguien observa que las mismas personas que no soportarían ver sufrir a su perrito o a su gatito devoran sin duelo varios cerdos y terneras al año. Dice también que esto es consecuencia de su falta de vista. Miremos: trescientas terneras en la pubertad se encuentran en un campo para refugiadas en un país de oriente próximo. La cámara se desliza por sus ojos y retrata su desamparo, su miedo, su condición infantil y femenina. Llegan unos bárbaros con alfanjes e inician el degüello generalizado. Gritos, gemidos, sangre, estertores. No es una broma: es cuestión de mirar. Si miráramos lo suficientemente cerca, sería tan difícil ingerir una ternerita como a nuestro perro. No más, pero no menos.
Alguien observa también que valoramos con afecto a nuestros hijos gracias a que los miramos, y que no amamos a los hijos de los demás de igual modo por falta de vista. Se supone que es casi imposible hacer daño a alguien de quien hemos contemplado el primer puchero. Imposible, lleve nuestra sangre o no. Pero ocurre que sólo miramos sesgadamente y, por una extraña forma de educación, apartamos los ojos de los pucheros de quienes no son de nuestra familia. Eso nos permite el asesinato.
Son modos de mirar, con nuestro condicionamiento o sin él, como individuos o como simples seres humanos. Si miráramos, veríamos que las abstracciones clasificatorias que hacemos, en la realidad no existen. Nuestro cerebro utiliza tontamente varios diafragmas. El más cercano y fino sólo para mirarnos a nosotros mismos. El siguiente diafragma para mirar a nuestra familia. El siguiente, a nuestro grupo de amigos. El siguiente, a nuestro barrio, y así utilizamos otros para nuestra ciudad, para nuestra provincia, para lo que llamamos nación, continente, planeta. Es el uso de esos diafragmas lo que nos permite cerrar las fronteras. Es el uso de esos diafragmas lo que nos hace pensar que la tierra, cualquier tierra, es nuestra. Si miráramos, veríamos que la tierra es común y que no hay parcelas que sean de un hombre más que de los otros hombres.
Raza, nación, clase, estilo, swing; diafragmas, filtros de Bausch & Lomb, made in Hong-Kong, que nos permiten difuminar la realidad y establecer que en una región cualquiera de España pueden entrar 1727 inmigrantes por año, cuando basta mirar para ver que hay cinco o seis mil millones de personas que tienen derecho a vivir allí.
Estos filtros nos permiten no mirar, a costa de nuestra desgracia.

II

Nuestro ser es percibir. Es decir, es un ser cambiante como un espejo. Si el espejo no deja de reflejar sus antiguas visiones la imagen se empaña. Si se educa al espejo para que piense que es una lente, comienza a provocar reacciones químicas en el azogue, que se va degradando mientras intenta grabar un pálido recuerdo de lo que pasó. Después de unos años de grabación la mezcla de las imágenes se confunde con sabiduría y empezamos a emitir opiniones, a elaborar juicios, a valorar. Los espejos se distinguen unos de otros en lo que reflejan, y se aman naturalmente. Pero los espejos con grabaciones las comparan con otras y, al mismo tiempo que dejan de ver, dejan de amar. Comparar grabaciones es comparar futuro material velado, es decir, nuestro yo.
Elegimos escribir con tinta negra y necesitamos saber nombrarla en la papelería. Como la tinta es una obra humana, su representación mental puede abarcar su significado. Pero las obras de la naturaleza son infinitas para nosotros y asimilarlas a un concepto, nombrarlas, es reducirlas a nuestras limitaciones. Decimos: negro, gitano, murciano, moro. Y reducimos la maravilla y el deslumbramiento a una imagen breve que nos impide mirar. Otro diafragma que de nuevo nos permite el asesinato.
Envejecer es nombrar la naturaleza y cuanto más nombramos más reducimos la vida y más envejecemos. Con todo ya sustantivado, los filtros se superponen unos con otros, el espejo se llena y no refleja más. Bienvenidos el cristasol y el borrador de tiza que sólo pueden rejuvenecernos y que nos permiten mirar de nuevo. Y mirar, es seguro, produce amor y el amor, es seguro, convierte la vida en maravilla.
Según dijo mi amigo Eugenio Martínez Pastor con inteligencia y emoción, diez mil personas mueren de hambre en este momento. Hay tres palabras que son la peor respuesta posible a su informe: Ya lo sé.
(Publicado en la revista Agua, agosto de 1998)