No conozco ningún trabajo intelectual de valía cuya génesis haya venido motivada por el deseo de ganar dinero. Cuando los escritores, los pintores o los músicos consiguen una obra digna de perdurar, esta obra siempre ha nacido de la necesidad de expresión de su autor y, generalmente, también de su amor a la humanidad. Si esta obra ha producido dinero, ha sido siempre después y por añadidura. Así que el primer concepto que quisiera dejar meridianamente claro es que no puede ser de otra forma que las obras que son cumbres de la comunicación entre los seres humanos -y no otra cosa son las obras de arte, ni pueden ser otra cosa- se hacen para ser vehículos de esa comunicación, para expresar las inquietudes, las ansias, las pasiones, los anhelos espirituales de sus autores.
Pensemos en Cervantes soldado y recaudador, en Quevedo diplomático, en Garcilaso soldado también, en Bécquer, en Juan Ramón. Pensemos en Velázquez, pintor de cámara, en Rembrandt, en Murillo; pensemos en Beethoven dando clases de piano; pensemos en Mozart, servidor del arzobispo; pensemos en Cezanne, modelo de artista fracasado para Zola, en Picasso, en Matisse. Tan en contradicción está generalmente la posibilidad de ganar dinero mediante una obra artística, que ya en este blog
comentamos un día el sensato consejo de Matisse: para quien quiera ser un buen pintor lo más aconsejable es que viva de otra cosa. Así será libre. No sólo es un problema social. Es un problema interno del artista.
Ahora sintonicemos una emisora de radio musical española. Nos sorprenderá la ínfima calidad de lo que escuchamos. Las letras de las canciones se limitarán a expresar conceptos banales, sin la más mínima elaboración intelectual. En la parte musical, aparecerá generalmente un solo tema simple, repetido y repetido hasta la saciedad. Estructura, contraposición de temas, desarrollo, estarán ausentes. Es que no se programa lo vanguardista o lo de esmerada elaboración. Se programa la música de quien invierte dinero para conseguir que se escuche. Cuando una empresa dedicada al "negocio de la música" captura a un "artista" imposibilita, por definición, que esta persona capturada sea artista de veras. Este autor ha de ser programado para producir dinero, no para producir arte. Por tanto, se le exigirá una docilidad suma para trabajar a destajo en producir este dinero que se le pide como finalidad última de su trabajo. Así, sin libertad, es imposible crear nada que tenga un poco de valor.
Vayamos a una librería española. Ni siquiera encontraremos ya ediciones de los clásicos; la mayoría de los libros que se ofrecen al público se renovarán cada tres meses. Es literatura de consumo, deleznable, escrita por encargo con la intención de dar rentabilidad. No hay que esperar tres años para que sea olvidada. Simplemente a los tres meses de su publicación estará olvidada para toda la eternidad.
Quiere esto decir que la concentración de dinero en manos de unos pocos rompe la "neutralidad" de la creación artística. Estos pocos, que aparecen como garantes o beneficiarios de los "derechos de autor", distorsionan la creación, poniendo en el primer plano de la atención -mediante la inversión de dinero en publicidad y en mordaza- a los autores dóciles y dejando por tanto sin posibilidades de difusión a los verdaderos creadores, a los verdaderos artistas, que tienen, como siempre que conformarse con la frase: "si no es este mi siglo, todos los otros lo serán".
Todo lo dicho hasta ahora puede aplicarse, como es natural, a las diferentes disciplinas. Por citar dos de ellas, se produce una televisión que muchos renunciamos a ver, porque no es baja calidad, ínfima calidad ya, es que es imposible encontrar nada digno de invertir el tiempo que precisa su contemplación. En el cine español ocurre lo mismo: se califica de grandes artistas a directores francamente ridículos, que son la expresión filmada de lo convencional y de lo burdo. Todo como resultado de lo mismo: la falta de neutralidad.
En el reciente Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Robert Kraft ha reconocido a la música cubana como la mejor del mundo: "He escuchado mejor música en tres días aquí que en todo un mes en Los Ángeles". Ya lo sabíamos. La música cubana se elabora como un fin en sí mismo, sale directamente del espíritu de los artistas, y si alguna vez estos artistas ganan dinero con ella, eso es por añadidura. Es el único modo de hacer buena música. Sin embargo, hace más de un año me empeñé en comprar en España dos discos compactos: "Doce boleros míos", de Marta Valdés y "Por la Habana", de Miriam Ramos. No lo he podido conseguir.
Celima Bernal escribe una sección en el periódico Juventud Rebelde que nunca dejo de leer. Se llama "Palabras que van y vienen". Su autora, me consta, no cobra nada por sus artículos; sin embargo, están hechos con tanto amor a sus semejantes, que cada nuevo escrito es un aire fresco que llega hasta el alma desde su lejana ciudad. Como Celima, Gabriel García Márquez podría vivir de su trabajo de escritor aunque se suprimiera el papel, las editoriales o los periódicos. Escribe con tanta calidad, que es imposible que lo haga por dinero. El dinero llega por añadidura.
Nos amenazan repetidamente con que "en cinco años desaparecerá la cultura". Yo me atrevo a pedir desde aquí que se acorte, si fuera posible, este plazo. Porque es necesario que desaparezca cuanto antes esta cultura "protegida" para que podamos de una vez disfrutar con tantísimos creadores gozosos, que trabajan y tienen vocación, formados, diligentes, creativos, que están ahora ocultos, que necesitan el espacio que ocupan los representantes oficiales de esa "cultura" que siempre ha sido y será un producto cheli, macarra, más digno de lástima que de protección.
PD. Queda por analizar si nuestra "democracia occidental" difiere en algo del panorama artístico aquí descrito.