miércoles, 24 de marzo de 2010

STENDHAL, OTRA VEZ


Leer y viajar son dos actividades que responden a una misma afición; en los dos casos, los libros y las ciudades son paisajes donde podemos dar cauce a nuestras emociones. Creo que no es relevante que tales paisajes pertenezcan a dos ámbitos distintos: para el verdadero viajero, así como para elverdadero lector, no hay más recorridos que los que puedan ser hollados por el espíritu. Y siendo el espíritu quien transita por las páginas y los campos, poco importa que se le exija  un esfuerzo físico mayor o menor. Quede para otro momento la discusión de si la pintura y, sobre todo, la música, pueden incorporarse a esta forma de interpretar el arte.
Ciñámonos a la lectura y a los viajes. En ambos mundos es preciso dedicar muchos años de gozos y de contrariedades para poder llegar a gustarlos del modo en que son más placenteros. Este modo, o esta manera, es la que consiste no en leer, sino en releer y no en viajar para descubrir algo nuevo, sino en viajar para recobrar algo ya visto.
¡Qué encanto tienen las ciudades que, siendo extrañas, hemos visitado muchas veces! En ellas podemos vivir -por no ser la nuestra- una vida paralela, entre paréntesis, de modo que, en cada visita, asociamos unos paréntesis con otros y damos cauce a una nueva vida. Esa nueva vida nos pertenece tanto como la que sentimos de ordinario, pero qué emocinante es, qué bella. En esa vida se impone casi siempre la fugacidad. Y lo que no vemos en nuestro lugar de residencia habitual, la ciudad extraña que amamos nos lo muestra con lucidez y a saltos: nos muestra que nos estamos deshaciendo en el tiempo. Habíamos conseguido engañarnos, ayudados por la continuidad diaria de nuestra experiencias, y ahora lo vemos claramente. Cerramos el paréntesis.
Del mismo modo que los lugares una y otra vez visitados, las relecturas nos entregan un aroma a veces un poco alcanforado; alcanfor que trata de salvar de la polilla  a nuestro propio corazón. Para llegar a la relectura ha sido preciso transitar por muchas páginas absurdas o ligeras, caminos intelectuales de los que nos despedimos para siempre en la primera visita. Pero, después de la selección que impone ese recorrido, al llegar a las relecturas, qué nostalgias tan consoladoras descubrimos, qué compañías tan queridas recuperamos, qué amistades tan relevantes tratamos otra vez.
Releamos a Stendhal. Abrimos los Paseos por Roma. ¡Qué amigo tan ingenioso y tan sincero es Stendhal! ¡Qué acompañada se siente con él el alma, acostumbrada a luchar cada día contra las rigideces y los prejuicios! A luchar, no porque nos moleste que nuestros compañeros los tengan, sino porque tememos ser devorados por ellos al avanzar en la edad. Stendhal: qué ligero, qué fresco, qué desenfadado, qué natural, qué alegre, qué buen amigo.
Releemos a Stendhal e inmediatamente nos sentimos llenos de compañía y de libertad. Y no podemos por menos que asombrarnos al ver cómo en él van intrínsecamente unidas estas dos palabras: compañía y libertad. Mirad: Stendhal comienza ahora a pasear por Roma. Van con él otras siete personas que tienen las mismas intenciones. Ante todo, Stendhal nos previene por si nos ponemos en disposición de imitarlo. Dice así: "Imaginad dos viajeros bien educados corriendo el mundo juntos; cada uno de ellos se complace en sacrificar al otro sus pequeños planes de cada día y al final del viaje resulta que se han importunado constantemente". Estamos releyendo a Stendhal. Y lo que habíamos pensado que se refería al modo de hacer turismo, lo interpretamos ahora como un consejo que se da al matrimonio convencional. Las palabras son las mismas que las de hace diez años, veinte años. Sin embargo, en la relectura, nosotros las hemos sentido de un modo muy diferente. Pero veamos cómo sigue escribiendo Stendhal. Dice así:
"Cuando los viajeros son varios, si quieren ver una ciudad, pueden convenir la una de la mañana para salir juntos. No se espera a nadie; se supone que los ausentes tienen razones para salir esa mañana solos.
"En el camino se conviene que el que pone un alfiler en el cuello de su levita se hace invisible, y ya no se le habla. En fin, cada uno de nosotros podrá, sin faltar a la cortesía, pasear solo por Italia e incluso volverse a Francia: esta es nuestra constitución [...]. Por medio de esta constitución esperamos que nos querremos al volver de Italia lo mismo que al ir."
Qué agradable y qué sagaz nos resulta la voz de Stendhal. Parece que estas recomendaciones escritas el 15 de agosto de 1827 son difíciles de aceptar hoy en día. Me aventuro a pensar que si se las sugiriéramos a un grupo de compañeros de nuestro tiempo, tal vez pocos creerían que la intención es esa: "Que nos queramos al volver de Italia...". Italia puede ser una pequeña salida, pero también una vida entera. Y es que, ayer como hoy, es difícil resignarse a la falta de libertad propia y tal vez también difícil respetar la libertad ajena.
Terminamos con otras dos breves citas. Mirad cómo se describe a una mujer con unas pocas palabras: "Hay otros dos viajeros de una clase de inteligencia bastante seria, y tres mujeres, una de las cuales comprende la música de Mozart". ¿No quisiérais conocer a esa mujer que "comprende la música de Mozart"? En cinco palabras, Stendhal ha conseguido despertar en nosotros el deseo de poder hablar con esa mujer, mirando previamente, eso sí, si lleva puesto un alfiler en el cuello de su levita.
Finalizamos. "Yo diría a los viajeros: -sigue hablando Stendhal- Al llegar a Roma, no os dejéis envenenar por ninguna opinión; no compréis ningún libro: demasiado pronto la época de la curiosidad y la ciencia reemplazará a la de las emociones."
Supongo que seguir hoy en día este último consejo de Stendhal será ya para casi todos imposible. La época de las emociones pasó hace mucho; Recordemos el párrafo de Kandinski que ya citamos una vez, en el que describe el absurdo de tantos visitantes de museos: "Libro en mano, la gente se pasea de pared en pared volviendo páginas, leyendo nombres. Y luego marchan, ni más ricos ni más pobres, y vuelven a sus quehaceres, que no tienen nada que ver con el arte. ¿A qué vinieron?".  
Adiós, Stendhal. Esperamos seguir compartiendo tus palabras algún día.
(Publicado en la revista Pasos, 1994)