
Me daba miedo visitar el Partenón, porque sabía que los arquitectos se transforman ante su presencia, y que nada puede ser igual antes y después de verlo. Y me decía a mí mismo: ¿Y si no siento nada? ¿Y si no me afecta? Parecerá un poco absurdo ese miedo, pero era así; lo sentía. Miedo inútil, como tantos miedos previos a situaciones imaginarias, porque el impacto del Partenón es tan brutal que sospecho que no dejará a casi nadie indiferente.
Y frente a él por fin, aprendí, y efectivamente nada ha sido igual después.
El Partenón es una utopía hecha realidad; es algo imposible de conseguir, realizado. Quiero decir que a menudo los hombres rebajamos la altura de nuestros propósitos porque estamos convencidos de que somos incapaces de acercarnos a ellos. Temerario es, verdaderamente, pretender alcanzar tanta perfección con un material tan grosero. Pero los griegos que construyeron el Partenón se pusieron a hacerlo. Conseguir, tallando mármol, una precisión semejante a la de un procesador de silicio, hace dos mil quinientos años, era una tarea que nos parecerá insensato acometer. Sin embargo, en el Partenón , además de una expresión espiritual inefable, está conseguida esta precisión, esta perfección formal absoluta. En nuestra tarea diaria, muchas veces -antes de ver el Partenón- renunciamos a la perfección formal en aras de una expresión espiritual más clara; en definitiva es lo que importa, nos decimos. Tomar esta actitud, después de ver el Partenón , ya no tiene sentido. Porque el que las hormigas -los hombres- se propongan llegar con una pata hasta las estrellas, se pongan manos a la obra y lo consigan, arroja una grandeza emocionante a los pobres hechos humanos. Aquellos hombres se propusieron una tarea tan alta, que elevaron las opciones emotivas de la especie; desde entonces, muchos otros han pronunciado la frase de sí se puede.
Aprendí del contenido espiritual del Partenón que la grandeza consiste en no renunciar de antemano; en ponerse manos a la obra, confiando en nuestras pobres fuerzas, impulsadas por nuestro poderoso espíritu. Desde entonces sé que, cuando nos dicen: "No vale la pena; es una utopía" tenemos la opción de responder desde nuestro interior: sí, se puede.
Y he recordado la lección que me dio Grecia, después de leer el comentario de Maykel a la entrada anterior. Hay alguien construyendo otro Partenón en nuestros días. No tengamos la mezquindad de fijarnos solamente en los errores que conlleva toda ejecución de lo perfecto.
Y frente a él por fin, aprendí, y efectivamente nada ha sido igual después.
El Partenón es una utopía hecha realidad; es algo imposible de conseguir, realizado. Quiero decir que a menudo los hombres rebajamos la altura de nuestros propósitos porque estamos convencidos de que somos incapaces de acercarnos a ellos. Temerario es, verdaderamente, pretender alcanzar tanta perfección con un material tan grosero. Pero los griegos que construyeron el Partenón se pusieron a hacerlo. Conseguir, tallando mármol, una precisión semejante a la de un procesador de silicio, hace dos mil quinientos años, era una tarea que nos parecerá insensato acometer. Sin embargo, en el Partenón , además de una expresión espiritual inefable, está conseguida esta precisión, esta perfección formal absoluta. En nuestra tarea diaria, muchas veces -antes de ver el Partenón- renunciamos a la perfección formal en aras de una expresión espiritual más clara; en definitiva es lo que importa, nos decimos. Tomar esta actitud, después de ver el Partenón , ya no tiene sentido. Porque el que las hormigas -los hombres- se propongan llegar con una pata hasta las estrellas, se pongan manos a la obra y lo consigan, arroja una grandeza emocionante a los pobres hechos humanos. Aquellos hombres se propusieron una tarea tan alta, que elevaron las opciones emotivas de la especie; desde entonces, muchos otros han pronunciado la frase de sí se puede.
Aprendí del contenido espiritual del Partenón que la grandeza consiste en no renunciar de antemano; en ponerse manos a la obra, confiando en nuestras pobres fuerzas, impulsadas por nuestro poderoso espíritu. Desde entonces sé que, cuando nos dicen: "No vale la pena; es una utopía" tenemos la opción de responder desde nuestro interior: sí, se puede.
Y he recordado la lección que me dio Grecia, después de leer el comentario de Maykel a la entrada anterior. Hay alguien construyendo otro Partenón en nuestros días. No tengamos la mezquindad de fijarnos solamente en los errores que conlleva toda ejecución de lo perfecto.