lunes, 21 de diciembre de 2009

LOS QUE TEJEN EL ALMA DE LA PATRIA



Carta abierta a Maykel González Vivero
Una vez agarré con fuerza el bastón cotidiano de mi abuelo muerto y cerré los ojos. "Ahora yo soy mi abuelo", pensé. Desde ese día creo en la identidad de todos los seres humanos. Más que de seres idénticos, en palabras de Borges "hablo del uno, del único, del que siempre está solo". Creo en la existencia de un único ser humano. Desprovisto de mi historia, de mi memoria, sujeto a la sola percepción del bastón en mi mano, creí ser mi abuelo, pero fui un hombre cualquiera agarrado a un bastón, fui todos los hombres.
Pasados los años, he reforzado esta inicial intuición muchas veces; otros se fijan en la diversidad, yo miro lo unitario. Cuando intenté desentrañar lo esencial del budismo, me pareció ver confirmada esta apreciación. No es que nos reencarnemos en uno, es que nos reencarnamos en todos porque somos todos o somos uno, da igual. En esa unidad esencial, que es Parménides y es Heráclito y es tal vez Platón, podemos aspirar a la verdadera inmortalidad: mientras un hombre esté vivo, estaremos vivos, Maykel. Seremos el que percibe. Ojalá, en esa breve eternidad que nos espera, nunca nos toque ser "The smyler with the knyf under the cloke" o, en la versión original, "E con gli occulti ferri i Tradimenti".
Me has enseñado tantas cosas en tan pocas palabras, Maykel, que no me resigno a esperar que las desarrolles, que las escribas. Una vez más diré que yo me creía que toda Cuba, tal como la vi, había nacido en 1959. Desconocía que era la encarnación del "imposible" construido con sangre y pensamiento derramados a lo largo de dos siglos. Tú me lo hiciste ver.
¿No existirá, Maykel, al igual que existe un solo hombre, una sola patria universal? Lo pregunto porque también me desvelaste una conciencia de filiación a un lugar que no es tal lugar, sino una construcción de la mente. Una construcción que nos permite adherirnos, siguiendo su hilo conductor, a esa patria elaborada con el esfuerzo de tantos. Tú conoces a esos forjadores del alma y te escribo hoy para pedirte que la expliques, que la desarrolles, que nos muestres caminos a recorrer. Estás trabajando, según dijiste, detrás de una maraña de cables de agencias de prensa. Tendrás que ingeniártelas para, a través de eso o más allá, aportarnos tu visión de la continuidad y de la discontinuidad. Hablemos de Zenea, de Casal o de Luz, de lo que quieras.  ¿Recuerdas el consejo de Ernesto Cardenal?: "Vuelve y da testimonio".
Ojalá dentro de unos años los que sean mis nietos pasen por esta página del blog y se digan entre ellos: ¿Quién sería este Maykel que se hizo amigo del abuelo sin llegar nunca a verle la cara? Y ojalá escuchen entonces la respuesta que hoy les adelanto: "Schhhh... mirad allí... ¿lo veis en aquél grupo? No hagáis ruido... no los distraigáis... son los que tejen el alma de la patria..."

viernes, 18 de diciembre de 2009

TEMBANDUMBA



He escuchado a mi hijo de seis años leer pacientemente la lectura que le han indicado en el colegio que haga hoy. Es la siguiente:

"Por la encendida calle antillana
va Tembandumba
de la Quimbamba
-rumba macumba,
candombe, bámbula-
entre dos filas de negras caras.
Ante ella, un congo -gongo y maraca-
ritma una conga bomba que bamba.

¡Sús, mis cocolos de negras caras!
Tronad, tambores, vibrad, maracas.
Por la encendida calle antillana
-rumba macumba, candombe, bámbula-
va Tembandumba de la Quimbamba."
Luis Palés Matos

Hasta aquí la lectura. Yo me pregunto si quedará, después de leer esto alguien que piense que no se busca la aversión de los escolares por la lectura. Mi hijo tiene seis (sic) años. Carece, por tanto, de la riqueza de lenguaje y del desarrollo intelectual de un adulto. Comprendo que lo que me daban a leer a mí a su edad pecaba tal vez en algunos casos de sentimental, pero dar a un niño a leer, en práctica de lectura comprensiva, este escrito que he citado es un intento, sin duda, de apartarlo de la poesía de por vida. De hacerle vivir una experiencia análoga a la primera borrachera, que tal vez le aparte de la bebida para siempre, de hacerle creer que le faltan dotes para comprender la poesía. ¡Cómo va a pensar él en la mala fe de quien le da estas lecturas!
Ojalá alguno de mis lectores pueda darme una explicación que me tranquilice o, mejor aún, que me muestre mi error de apreciación.
Me parece que es más fácil, para él, comprender la Fábula de Polifemo y Galatea que este poema que le han dado a leer a mi hijo.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

NEUTRALIDAD EN LA CREACIÓN ARTÍSTICA: CULTURA LIBRE Y CULTURA "PROTEGIDA"





No conozco ningún trabajo intelectual de valía cuya génesis haya venido motivada por el deseo de ganar dinero. Cuando los escritores, los pintores o los músicos consiguen una obra digna de perdurar, esta obra siempre ha nacido de la necesidad de expresión de su autor y, generalmente, también de su amor a la humanidad. Si esta obra ha producido dinero, ha sido siempre después y por añadidura. Así que el primer concepto que quisiera dejar meridianamente claro es que no puede ser de otra forma que las obras que son cumbres de la comunicación entre los seres humanos -y no otra cosa son las obras de arte, ni pueden ser otra cosa- se hacen para ser vehículos de esa comunicación, para expresar las inquietudes, las ansias, las pasiones, los anhelos espirituales de sus autores.
Pensemos en Cervantes soldado y recaudador, en Quevedo diplomático, en Garcilaso soldado también, en Bécquer, en Juan Ramón. Pensemos en Velázquez, pintor de cámara, en Rembrandt, en Murillo; pensemos en Beethoven dando clases de piano; pensemos en Mozart, servidor del arzobispo; pensemos en Cezanne, modelo de artista fracasado para Zola, en Picasso, en Matisse. Tan en contradicción está generalmente la posibilidad de ganar dinero mediante una obra artística, que ya en este blog comentamos un día el sensato consejo de Matisse: para quien quiera ser un buen pintor lo más aconsejable es que viva de otra cosa. Así será libre. No sólo es un problema social. Es un problema interno del artista.
Ahora sintonicemos una emisora de radio musical española. Nos sorprenderá la ínfima calidad de lo que escuchamos. Las letras de las canciones se limitarán a expresar conceptos banales, sin la más mínima elaboración intelectual. En la parte musical, aparecerá generalmente un solo tema simple, repetido y repetido hasta la saciedad. Estructura, contraposición de temas, desarrollo, estarán ausentes. Es que no se programa lo vanguardista o lo de esmerada elaboración. Se programa la música de quien invierte dinero para conseguir que se escuche. Cuando una empresa dedicada al "negocio de la música" captura a un "artista" imposibilita, por definición, que esta persona capturada sea artista de veras. Este autor ha de ser programado para producir dinero, no para producir arte. Por tanto, se le exigirá una docilidad suma para trabajar a destajo en producir este dinero que se le pide como finalidad última de su trabajo. Así, sin libertad, es imposible crear nada que tenga un poco de valor.
Vayamos a una librería española. Ni siquiera encontraremos ya ediciones de los clásicos; la mayoría de los libros que se ofrecen al público se renovarán cada tres meses. Es literatura de consumo, deleznable, escrita por encargo con la intención de dar rentabilidad. No hay que esperar tres años para que sea olvidada. Simplemente a los tres meses de su publicación estará olvidada para toda la eternidad.
Quiere esto decir que la concentración de dinero en manos de unos pocos rompe la "neutralidad" de la creación artística. Estos pocos, que aparecen como garantes o beneficiarios de los "derechos de autor", distorsionan la creación, poniendo en el primer plano de la atención -mediante la inversión de dinero en publicidad y en mordaza- a los autores dóciles y dejando por tanto sin posibilidades de difusión a los verdaderos creadores, a los verdaderos artistas, que tienen, como siempre que conformarse con la frase: "si no es este mi siglo, todos los otros lo serán".
Todo lo dicho hasta ahora puede aplicarse, como es natural, a las diferentes disciplinas. Por citar dos de ellas, se produce una televisión que muchos renunciamos a ver, porque no es baja calidad, ínfima calidad ya, es que es imposible encontrar nada digno de invertir el tiempo que precisa su contemplación. En el cine español ocurre lo mismo: se califica de grandes artistas a directores francamente ridículos, que son la expresión filmada de lo convencional y de lo burdo. Todo como resultado de lo mismo: la falta de neutralidad.
En el reciente Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Robert Kraft ha reconocido a la música cubana como la mejor del mundo: "He escuchado mejor música en tres días aquí que en todo un mes en Los Ángeles". Ya lo sabíamos. La música cubana se elabora como un fin en sí mismo, sale directamente del espíritu de los artistas, y si alguna vez estos artistas ganan dinero con ella, eso es por añadidura. Es el único modo de hacer buena música. Sin embargo, hace más de un año me empeñé en comprar en España dos discos compactos: "Doce boleros míos", de Marta Valdés y "Por la Habana", de Miriam Ramos. No lo he podido conseguir.
Celima Bernal escribe una sección en el periódico Juventud Rebelde que nunca dejo de leer. Se llama "Palabras que van y vienen". Su autora, me consta, no cobra nada por sus artículos; sin embargo, están hechos con tanto amor a sus semejantes, que cada nuevo escrito es un aire fresco que llega hasta el alma desde su lejana ciudad. Como Celima, Gabriel García Márquez podría vivir de su trabajo de escritor aunque se suprimiera el papel, las editoriales o los periódicos. Escribe con tanta calidad, que es imposible que lo haga por dinero. El dinero llega por añadidura.
Nos amenazan repetidamente con que "en cinco años desaparecerá la cultura". Yo me atrevo a pedir desde aquí que se acorte, si fuera posible, este plazo. Porque es necesario que desaparezca cuanto antes esta cultura "protegida" para que podamos de una vez disfrutar con tantísimos creadores gozosos, que trabajan y tienen vocación, formados, diligentes, creativos, que están ahora ocultos, que necesitan el espacio que ocupan los representantes oficiales de esa "cultura" que siempre ha sido y será un producto cheli, macarra, más digno de lástima que de protección.
PD. Queda por analizar si nuestra "democracia occidental" difiere en algo del panorama artístico aquí descrito.

domingo, 6 de diciembre de 2009

JOACHIM DU BELLAY Y RAFAEL SÁNCHEZ MAZAS


Como curiosidad, muestro aquí dos versiones del soneto famoso de Joachim du Bellay. Siempre me gustaron las traducciones comparadas. Y callo:



Texto de Joachim du Bellay:



Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme celuy-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d'usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge !

Quand reverrai-je, hélas, de mon petit village
Fumer la cheminée, et en quelle saison
Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m'est une province, et beaucoup davantage ?

Plus me plaît le séjour qu'ont bâti mes aïeux,
Que des palais Romains le front audacieux,
Plus que le marbre dur me plaît l'ardoise fine :

Plus mon Loir gaulois, que le Tibre latin,
Plus mon petit Liré, que le mont Palatin,
Et plus que l'air marin la doulceur angevine.


Versión de Rafael Sánchez Mazas:

Feliz quien como Ulises viaja con buena suerte
o conquista los aúreos vellones de Jasón
y después, a la vuelta, con madura razón,
dichoso en casa espera que le llegue la muerte.

Aldea de mis padres: ¿cuándo volveré a verte,
con tus humos azules? ¿en qué clara estación
volveré a ver el huerto de mi pobre mansión
que vale para mí como el reino más fuerte?

Más me placen los muros alzados por los míos
que los templos de Roma soberanos y fríos;
más que mármoles duros quiero pizarra fina.

Más mi Loira francés que el gran Tíber latino,
más mi monte Lyré que el monte palatino
y más que olas del mar mi canción angevina.



Versión de Luis Antonio de Villena:



¡Feliz quien, como Ulises, ha hecho un largo viaje
o como aquél argivo que conquistó el toisón,
y ha vuelto, después, lleno de experiencia y razón,
a vivir con sus padres el resto de su vida!

¿Cuándo volveré a ver, ay, humear la chimenea
de mi pueblo pequeño, y en qué estación tornaré a ver
el cercado de mi pobre casa, que para mí
es como una provincia, y más y más todavía?

Me place más la morada que elevaron mis abuelos,
que el frontón atrevido de un palacio romano,
más que el duro mármol me place la arcilla fina.

más mi Loira francés que el Tiber latino,
más mi pequeño Liré que el monte Palatino,
y más que el aire del mar la dulzura angevina.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

LA LIBERTAD, PENSAMIENTO COMPARTIDO



Se preguntaba hace unos días Elaine Díaz, en La Polémica Digital, qué será de internet cuando se universalice; ¿cómo se distinguirá lo valioso de lo fútil? Tal vez una de las formas en que algunos blogs se separarán del resto será mediante la cooperación. La cooperación humana es una maravilla; algunos sistemas operativos ofrecen la posibilidad de usar varios ordenadores para compartir el mismo proceso. Cuando las mentes humanas hacen lo mismo, además de complementarnos unos a otros, además de obtener un resultado mejor del que obtendríamos individualmente, podemos sentir amor. Y el amor nos hace felices. Hace unos días le pedí a Miguel Santa Olalla Tovar, de Boulé, un perfecto desconocido en el mundo real para mí, que le prestara a mi mente su formación para hablar a los demás de la libertad. Unos días después,  encuentro en su blog una entrada respondiendo a mi demanda. Él lo cuenta estupendamente en el texto que sigue.
Hablar de la libertad es importante, fundamental; hablar de cooperación y trabajo en grupo también lo es. Pero lo que no podemos dejar de construir es la fraternidad universal. Sobre esa fraternidad universal, en cuyo cimiento Miguel ha puesto una piedra, trata esta entrada. Y paso a copiar el texto de Boulé:

La libertad, engaño e ilusión

Sobre la apariencia de libertad de nuestro tiempo · Filosofía

Hace ya varias semanas que me comprometí con Animal de fondo a publicar un pequeño texto sobre la libertad. No sé si estará a la altura, pero allá va. Empecemos por la política: las sociedades liberales en las que vivimos recelan del estado como uno de los enemigos de la libertad. En tanto que no se entrometa en la vida de los ciudadanos podrán tomar sus propias decisiones. ¡Dejadme decidir por mí mismo!, parece decir el individuo liberal, sin darse cuenta de que para poder ejercer esa capacidad hace falta algo más que la mayoría de edad biológica o jurídica. Abrir espacios para la libertad no significa, ni mucho menos, que seamos libres o que vivamos en sociedades libres. Si la libertad es la ilusión de la decisión autónoma probablemente sea nuestro tiempo una de sus mayores expresiones. Por el contrario: si esperamos más de esta palabra, seguimos manteniendo diferentes formas de esclavitud y servidumbre: no externas y visibles, sino mucho más sutiles, prácticamente imperceptibles.
El individuo liberal que exige la libertad negativa es similar al polluelo que quiere volar solo cuando aún no ha desarrollado suficientemente sus alas. Desde hace décadas creemos volar solos, sin que se hayan dado condiciones para que podamos hacerlo de un modo real y efectivo. La libertad es cierta clase de espejismo. Pensamos decidir por nosotros mismos cuando son otros los que deciden algo mucho más importante: cuáles van a ser las opciones que vamos a tener a nuestro alcance. El análisis de Foucault al respecto es revelador: la libertad tiene mucho que ver con el poder y vivimos sujetos, agarrados por diferentes procesos unificadores, normalizadores del ser humano. Poder elegir entre veinte tribus urbanas distintas nos parece un gran logro, sin que apreciemos que de una forma indirecta pasamos a fundirnos con el grupo, con la corriente que se encargará de decirnos cómo pensar, cómo vestir, cómo divertirnos y cómo vivir. En nuestros días no se dan las condiciones políticas, sociales, económicas ni educativas como para decir que la libertad sea un valor en alza.
Queremos libertad para no saber utilizarla. La tradición filosófica nos ha legado grandes textos al respecto: desde el mito de la caverna a ¿Qué es Ilustración?, la filosofía ha pretendido ser siempre un ejercicio de liberación. Algo que no es, por otro lado, exclusivo de la filosofía. Si algo aprendemos de los textos que acabo de citar es que la cultura nos libera. Acceder al arte, la ciencia o la filosofía es tener al alcance de la mano una pluralidad irreductible de ideas, de métodos, de visiones de la vida que lamentablemente no aparecen entre los catálogos de la gran superficie que buzonean en el barrio. La formación nos enseña a mirar más allá, sin que esta expresión pretenda revestirse de trascendencia: aprender a ver por encima de los mecanismos de poder, de las pautas marcadas de consumo, de las formas dominantes de pensamiento. La libertad se convierte en algo paradójico: mientras las maquinarias uniformadoras producen sujetos clónicos, tenemos a nuestro alcance la posibilidad de hacernos libres en gestos sencillos. Abrir un libro, acudir a una filmoteca, charlas informales, recursos gratuitos en Internet… Teniéndola tan cerca, renunciamos a ella por el esfuerzo que implica, creyéndonos libres bailando al son que nos marcan. Todos nos creemos libres, porque se le puede aplicar a la libertad el viejo refrán: “el que no se consuela, es porque no quiere”.

jueves, 26 de noviembre de 2009

BLOGS EN CUBA: ¿SE PUEDE DIALOGAR CON LOS MERCENARIOS?


 Cuando yo era estudiante, pasé un mes en un "piso franco". Lo llamo así porque allí se ponían en práctica las más peregrinas ideas y los más alocados experimentos. Un día llamaron a la puerta dos vendedores de biblias. Eran argentinos, jóvenes de nuestra edad, y malvivían huyendo de la situación política de su país. Los invitamos a pasar y les hicimos café. Enseguida comprendieron que no compraríamos biblias, así que la conversación derivó hacia otros temas. Al poco rato nos preguntaron directamente si habría alguna posibilidad de quedarse unos días con nosotros, hasta que consiguieran alguna forma más decente de sobrevivir. Al escuchar que los admitíamos, arrojaron alegremente las biblias que traían de muestra por la ventana; con una llave de la casa en su bolsillo, corrieron a desalojar la pobre pensión en la que estaban. Nunca olvidaré las canciones que uno de ellos nos cantó a solas a mi novia de entonces y a mí.
Nuestros amigos argentinos eran vendedores de biblias pero no eran mercenarios. A las pocas palabras comprendieron que era insensato intentar vender algo en lo que no creían de veras (habían entrado haciendo gala de la sabiduría de aquél libro) y se unieron directamente al razonable enemigo en cuanto vieron la posibilidad de sobrevivir de un modo más decente. Hoy en día me temo que nadie tendrá la oportunidad de contar una anécdota parecida. Si los vendedores de biblias hubieran sido mercenarios nadie hubiera podido torcer su discurso ni un ápice. Eso ocurre hoy, en España, con los múltiples teleoperadores que ofrecen productos por teléfono o con los vendedores que visitan las casas. Les interesa estrictamente su dinero y su mente está robotizada. Es inútil todo intercambio de pareceres.
Y llegamos al nudo de la entrada. Cuba sigue, como siempre, haciendo su esfuerzo titánico por la humanidad. Dentro de ese esfuerzo, en lo que Fidel señaló como la batalla de las ideas, han surgido una serie de blogs en la isla, cada vez más interesantes. Algunos son ya espléndidos. Recientemente he visto cómo algunos de los blogs más leídos se han visto obligados a poner los comentarios bajo moderación. Me parece acertada esta decisión. La infinitud de los comentaristas repitiendo y repitiendo el mismo argumento de venta solamente hacía perder el tiempo y evitaba, además, cualquier utilidad práctica del diálogo.
No tengo, por desgracia, la claridad mental de Enrique Ubieta, que de vez en cuando escribe unos soberbios artículos en los que señala la actitud a tomar frente a diversos temas. Pero me parece que procede reflexionar sobre esta pléyade de esbirros y, mientras Enrique no lo haga, me tomaré la libertad de iniciar la tertulia.
En cuanto a actitudes, siempre sentiremos compasión, que es una de las formas del amor, por las personas de estos mercenarios. Basta pensar en las circunstancias individuales de tantos casos como conocemos para que nos enternezca otro ser humano que sufre. Recientemente apareció un artículo de Frei Betto en Cubadebate. En él decía, acertadamente: "Tengo la certeza de que nada vuelve a una persona más feliz que el empeñarse a favor de la felicidad ajena; y esto vale tanto en la relación íntima como en el compromiso social de luchar por “otro mundo posible”, sin desigualdades insultantes y en el que todos puedan vivir con dignidad y paz." Los que desconocen esta sencilla reflexión tienen vedada gran parte de la felicidad posible en su vida. No me cabe duda de que los mercenarios sufren, y más si han logrado convencerlos para luchar por un mundo de desigualdades insultantes y en el que nadie puede vivir con dignidad y paz.
Pero la otra cara de la moneda de la compasión que muchos sentimos por ellos es el tiempo que nos hacen perder. Necesitamos revitalizar la ilusión colectiva. Necesitamos mostrar al mundo los infinitos logros conseguidos desde Carlos Manuel de Céspedes hasta hoy. Necesitamos llevar hasta los que dudan, hasta los que luchan, nuestra voz de solidaridad y compañerismo. Es urgente. Necesitamos también debatir el presente y el futuro, de modo que podamos abrir paso a las soluciones posibles para los cotidianos problemas que surgen a cada momento. Necesitamos meditar y dialogar en paz. Frente a una tarea tan amplia, no hay tiempo para repetir todos los días a quien no lo sabe ni lo quiere aprender: "la p con la a, pa".
Y para el mercenario blogger "alternativo" que me dice que tiene derecho a repetir hasta el paroxismo del cansancio cuáles son sus gustos, y hasta a imponérmelos, esgrimiendo el consabido argumento de que sobre gustos no hay nada escrito, le diré una vez más, a ver si me entiende ahora: sobre gustos hay muchísimo escrito, lo que ocurre es que usted no lo ha leído.
Y para empezar a leerlo, vaya la frase de Martí:
"Con Guacaipuro, con Paramaconi, con Anacaona, con Hatuey hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron."

martes, 17 de noviembre de 2009

¿ONG?




Tengo una opinión particular sobre el tema de las ONG, supongo que polémica. De entrada, todas despiertan en mi intuición como un aviso instintivo que me pone en guardia. Son tan bondadosas, tan altruistas, tan desinteresadas, que me hacen pensar si será verdad que los seres humanos somos así. Porque una de las primeras premisas que cualquiera pone en práctica para engañarnos es hacernos suponer que nuestro corazón individual es distinto al de los demás. Y yo veo en mi propio corazón luces y sombras, junto con una infinita gama de grises, variable además, que me impiden ser como los amaneceres de los pueblos de Azorín: Ya otra vez dije que su encanto es que siempre se producen a la misma hora, la hora exacta que él determinó al escribir.
Y es que el asunto de la caridad sustituyendo a la justicia es ya demasiado viejo. Me parece imposible que siga funcionando. Cuando yo era niño, algunas señoras acomodadas se reunían semanalmente en lo que ellas llamaban "roperos". Allí tejían prendas para los pobres, con la idea de que, aunque muriesen de hambre, no muriesen de frío. Mientras hacían su labor bienintencionada sin duda, aprovechaban para obtener un intercambio social de conversaciones que, entre gente bien, siempre reconfortan. Yo supongo que intercambiarían recetas e incluso se recomendarían comer el caviar en cuchara de nácar, como vi que sugería hace poco una revista de propaganda comercial. Según ella, una vez que se prueba el caviar iraní en dicha cuchara de nácar, ya no es posible volver a la vulgaridad insípida de los metales acostumbrados. Incluso la plata de las cuberterías queda muy atrás.
¿Han desaparecido los roperos? Me parece que no. En navidades, en el colegio público español donde acuden mis pequeños hijos, nos solicitan arroz, harina, legumbres, para los mismos pobres. Una vez pedí que al menos se suministrara dicho alimento durante todo el año, ya que al tratarse de alimentos esenciales no comprendo qué sentido tiene aportarlos solamente en diciembre. Yo razonaba que si regaláramos corbatas a "los pobres" parecería viable restringir la entrega a un mes al año. Pero si esos pobres lo que solicitaban era arroz, me parece una atrocidad entregar el arroz en diciembre y negarse a hacerlo en enero. No hubo ni una sola voz que estuviera de acuerdo. Entonces comprendí que ese arroz no era para esos pobres, sino para acallar en nuestra conciencia los reproches a la vista de los excesos que estábamos determinados a hacer. Qué buenos somos. Hemos entregado tres kg de arroz a la "humanidad". Ya podemos ponerle gasolina al Ferrari.
Así que las ONG me parecen, tal vez injustamente, tal vez por mi ignorancia, más de lo mismo. ¿Cobran los empleados de las ONG? ¿Son personas que han renunciado a su plaza conseguida en las oposiciones del estado para entregarse a los demás? ¿Son antiguos registradores de la propiedad, antiguos notarios? ¿Son personas sin ningún empleo previo? No sé. No sé lo que serán. Seguramente habrá muchos bienintencionados entre ellos. Otra pregunta: ¿Cobran los sueldos de acuerdo al nivel de vida correspondiente al país en el que desarrollan su labor? ¿Cobran, como los diplomáticos, algo relacionado con su país de origen? No lo sé. ¿Disminuyen el nivel de paro de su país de origen? No lo sé.
Lo que sí sospecho desde hace mucho tiempo es que la caridad no puede sustituir a la justicia, y que la justicia impone que en un mundo tan desarrollado como el nuestro todo el planeta pueda vivir sin pasar hambre, pueda tener un vestido y un techo donde guarecerse.
Muchas veces he pensado en los problemas que tendrían nuestros patronos si en lugar de trabajadores fuéramos esclavos. Por lo que yo sé, la esclavitud suponía acceso universal de los esclavos a la sanidad, a la vivienda y a la alimentación suficiente para reponer la fuerza de trabajo gastada. Todo ello junto con las cadenas materiales correspondientes a tal condición. Sustituir tales cadenas por otras virtuales ha supuesto renunciar a todo derecho para gran parte de la humanidad. Seguramente hemos avanzado, aunque tal vez no tanto como parece.
Comprendo que todo lo expuesto aquí es muy discutible, tal vez esté completamente equivocado. Puede ser. Agradeceré cualquier ilustración.

martes, 10 de noviembre de 2009

SOBRE LOS HÉROES COTIDIANOS: MORIR CON ODÍN



Dije un día que conocí héroes en Cuba, y que esa era una diferencia esencial entre nuestros países. Aquí no hay héroes; allí los hay por docenas. Siempre me ha entristecido que Cuba no ponga a estos héroes en la primera línea de los medios de comunicación.
Últimamente mi tristeza es mayor al ver la cantidad de blogs de periodistas cubanos que se dedican a defenderse del blog de Yoani, criticándolo de un modo u otro. Así, concertadamente, no hacen mas que aumentar la importancia y la difusión de este blog, que no merece ser sino un blog más, sin la trascendencia que todo esto le va dando.
Pero por fin he descubierto otra cara de la moneda: un blog que nos presenta héroes; son por ahora muy pocos todavía para los millares que existen, pero ahí están, definidos contra el horizonte, tal como los héroes se han visto siempre. Faltan los miles de alfabetizadores, faltan los miles de médicos altruistas, los operados, los estudiantes trasplantados a La Habana desde sus lejanas tierras latinoamericanas. Pero ya hay un blog de héroes: es Amalias.
Y gracias a su redactora, a la maravillosa Diosdada, he conocido a Leonela Inés Relys Díaz. Leed la entrevista que le hace la revista Bohemia: Leonela y el genio de la lámpara. Mirad la sencillez de esta Leonela, mujer y héroe. ¿No os deslumbra su belleza?. Aquí tenéis otro enlace, desde la misma Amalias.
Y junto a Leonela Inés, escuchad a Aílsa Aldana Carmona. Escuchad a Leydis Vargas Leyva. Leed sobre Enelia Ávalos Viamontes. Observad el trabajo de Alba Portieles.
Muchas veces había pedido yo, infructuosamente, a los periodistas cubanos que nos contaran estas cosas. Que si no son capaces de transmitirnos aquello en lo que ellos creen, nos hablaran de los otros que sí creen. Ahora ya tengo un blog que leer y de donde tomar ejemplo y ya tengo testimonios de mujeres que puedo mostrar a mis hijos. Algún día me dirán: ¿Papá, había mujeres como esa Leonela Inés Relys Díaz que nos cuentas? Yo les podré decir: sí, hijos, esas mujeres pueden existir, existen.
Y para los periodistas cubanos empeñados en mostrarnos los sutiles debates del ciberespacio, aquí va un cuentecito escrito en los últimos años del siglo XIX y nada menos que por el archinarrador ante el altísimo, Robert Louis Stevenson. Espero que les aproveche. Se titula "Fe, alguna fe y ninguna fe".

En los antiguos días tres hombres salieron en peregrinación: uno era un sacerdote, y otro una persona virtuosa y el tercero un vagabundo con su hacha.
En el camino, el sacerdote habló de los fundamentos de la fe.
—Hallamos las pruebas de nuestra religión en las obras de la naturaleza—dijo y se golpeó el pecho.
—Así es—dijo la persona virtuosa.
—El pavo real tiene una voz áspera—dijo el sacerdote— como nuestros libros siempre lo atestiguaron. ¡Qué alentador! —exclamó como si llorara—. ¡Qué edificante!
—Tales pruebas no me hacen falta—dijo la persona virtuosa.
—Luego, su fe no es razonable —dijo el sacerdote.
—Grande es la justicia y prevalecerá! —gritó la persona virtuosa—. Hay lealtad en mi alma; no dudéis que hay lealtad en la mente de Odin.
—Esos son juegos de palabras —replicó el sacerdote—. Comparado con el pavo real, un saco de tal hojarasca no vale nada.
Pasaban entonces enfrente a una granja y había en ella un pavo real posado en el cerco; y el pájaro cantó y su voz era como la del ruiseñor.
—¿Qué me dice ahora? —preguntó la persona virtuosa—. Sin embargo a mí no me afecta. Grande es la verdad y prevalecerá.
—Que el demonio se lleve a ese pavo real —dijo el sacerdote y, durante una milla o dos, estuvo cabizbajo.
Pero luego llegaron a un santuario, donde un faquir hacía milagros.
—Ah —dijo el sacerdote—. He aquí los verdaderos fundamentos de la fe. El pavo real no era otra cosa que un adminículo. Ésta es la base de nuestra religión.
Y se golpeó el pecho y gimió como si padeciera de cólicos.
—Para mí —dijo la persona virtuosa— todo esto es tan insignificante como el pavo real. Creo porque sé que la justicia es grande y prevalecerá; y este faquir podría seguir con su prestidigitación hasta el día del juicio final y no me embaucaría.
Al oír esto el faquir se indignó tanto que le tembló la mano y, en medio de un milagro los naipes cayeron de la manga.
—¿Qué me dice ahora? —preguntó la persona virtuosa—. Y sin embargo a mí no me afecta.
—Que el diablo se lleve al faquir —exclamó el sacerdote—. Realmente, no veo la ventaja de seguir con esta peregrinación.
—¡Valor! —exclamó la persona virtuosa—. Grande es la justicia y prevalecerá.
—Si está usted seguro de que prevalecerá... —dijo el sacerdote.
—Le doy mi palabra —dijo la persona virtuosa.
Entonces el otro prosiguió con mejor ánimo.
Finalmente llegó uno corriendo y les dijo que todo estaba perdido; que los poderes de las tinieblas sitiaban las Mansiones Celestiales y Odin iba a morir y el mal triunfaría.
—He sido burdamente engañado —exclamó la persona virtuosa.
—Ahora todo se ha perdido —dijo el sacerdote.
—¿No estaremos a tiempo para pactar con el diablo? —dijo la persona virtuosa.
—Esperemos que sí —dijo el sacerdote— Intentémoslo, en todo caso. ¿Pero qué está haciendo con su hacha? —le dijo al vagabundo.
—Voy a morir con Odin —dijo el vagabundo.

martes, 3 de noviembre de 2009

EL LICENCIADO VIDRIERA, ENSAYO DEL QUIJOTE



Hace unas semanas publicaba un excelente profesor de literatura un artículo contándonos sus esfuerzos por acercar El Quijote a los escolares: La vida al tablero. Este escrito me hizo reflexionar sobre la conveniencia de dar a leer una bebida fuerte, como es el Quijote, a personas que por su edad no pueden estar lo suficientemente maduros para comprenderlo. Habrá excepciones, pero esas excepciones ya buscan el texto de Cervantes por sí solos. Además, en su artículo, Joselu, que así se llama nuestro querido profesor, nos cuenta que el texto asignado en la selectividad no incluye todos los capítulos del Quijote, sino solamente una selección, inevitablemente arbitraria.
He visto siempre con horror todas las manipulaciones de la obra de Cervantes. Textos resumidos, textos simplificados, textos cambiados, películas, series, dibujos infantiles... ¡Qué poco se respeta en España la verdadera propiedad intelectual, la del espíritu! A todos los poderes públicos les preocupa que alguien pueda leer un libro sin pagar; prueba de ello es que en Google Books es preciso vivir en los Estados Unidos para poder leer muchos de los volúmenes de la BAE, de Rivadeneyra, editados en el Siglo XIX. En España solamente se puede acceder a una ridícula vista de fragmentos, limitada a menos de ¡un párrafo!, como hace unos días pude comprobar con la edición de D. Adolfo de Castro de las Obras Escogidas de Filósofos. Claro, mediante algunos trucos se puede acceder a la lectura de la obra, fingiendo que se lee desde los Estados Unidos. Digo todo esto porque, en cambio, a nadie le importa que se desfigure el Quijote, ni que meta mano en sus páginas el primer animal que piense que así podrá hacer algo de dinero. Baste ver que el Ministerio de Educación piensa que con leer unos capítulos sueltos de lo que la ministra del ramo supondrá es un plomazo aburrido, es bastante para cualquier alumno.
Pues yo pienso que lo mejor que se podría hacer con el Quijote es prohibirlo. Gracias a estar prohibido, leí yo con devoción la Antología Rota de León Felipe, que se compraba en las trastiendas de las librerías cuando yo era adolescente. Ojalá solamente se pudiera acceder al Quijote en esas trastiendas; tal vez mejor suerte le depararía al libro de Cervantes.
Si el Quijote no ha sido nunca entendido en España (sería presunción que lo dijera yo, pero en mi descargo, lo dice Azorín y lo dijo Cajal), si nunca se ha puesto en obra las consecuencias del reproche general de Cervantes a los españoles, ¿por qué se da a leer a los escolares? ¿Por qué no se enseña en su lugar El Licenciado Vidriera? El Licenciado Vidriera es un ensayo del Quijote. Ese sí es un buen Quijote preliminar, resumido y compendiado. Claro, no puede Cervantes ni nadie podría expresar en unas pocas páginas lo que luego expresó en El Quijote. No puede estar en El Licenciado Vidriera toda la maravillosa riqueza de matices del Quijote. Pero basta para un escolar con comprender esta obrita de Cervantes. Comprendiendo bien El Licenciado Vidriera se conoce mucho mejor el espíritu de Cervantes que leyendo deprisa y mal, sin comprenderlo a fondo, El Quijote.
 ¿Qué repercusión tienen hoy en España las Novelas Ejemplares? Ninguna. Sospecho que, hoy en día, nadie las lee. Y sin embargo, son una obra elevada, son una obra bellísima, respetuosa, limpia, clara. ¿Os habéis fijado en que Cervantes no ha escrito nada que pueda ofender a un niño, a un joven? No conozco una sola página en su obra que no pueda darse a leer al ser más inocente del mundo. Siempre, desde que me di cuenta de esto, aspiré yo a escribir así lo que escribiera. Ya que no con talento, sin maldad. Y no es fácil hacerlo, os lo aseguro. Toda la obra de Cervantes es la de un hombre, desengañado, sí, de los poderes mundanos, pero de un hombre sensible que quiere tener la conciencia tranquila con respecto a lo que sus palabras hayan podido hacer en el alma de los que lo lean.
En el Licenciado Vidriera Cervantes encuentra su forma de decir verdades comprometidas sin que pueda acusársele de ello; y aunque pueda acusársele, al menos de modo que pueda disculpársele. Cervantes utiliza el recurso de que sea un loco quien dice la verdad. Así se ofrece ésta para que el que quiera entenderla la entienda. Y al que le moleste verse reflejado en las palabras de Tomás -el licenciado- puede pensar que son disparates de loco.
Disparates de loco, pensarían los editores cuando leyeran que su falta consiste en "los melindres que hacen cuando compran un privilegio de un libro, y la burla que hacen a su autor si acaso le imprime a su costa, pues en lugar de mil y quinientos, imprimen tres mil libros, y cuando el autor piensa que se venden los suyos, se despachan los ajenos." Disparates de loco, pensarían los cortesanos, al escuchar al licenciado decir que "yo no soy bueno para palacio, porque tengo vergüenza y no sé lisonjear." Disparates de loco, pensarían los médicos, al escuchar que "solo los médicos nos pueden matar y nos matan sin temor y a pie quedo, sin desenvainar otra espada que la de un récipe; y no hay descubrirse sus delictos, porque al momento los meten debajo de la tierra." Disparates de loco...
El licenciado Tomás Rodaja, que ya se llama Tomás Rueda, se ha curado. Y si antes llevaba detrás una turba escuchando sus sentencias, ya no le interesa a nadie. Cuando loco, se ganaba el sustento; cuando cuerdo, y licenciado en Leyes por Salamanca, ya no tiene con qué comer. La España de la risotada y la burla sangrienta le echaba de comer a Vidriera. Al hombre honrado y sabio lo desprecia.
"Castilla miserable,
ayer dominadora,
envuelta en sus harapos
desprecia cuanto ignora."

De nada le vale a Tomás Rueda decir: "Lo que solíais preguntarme en las plazas, preguntádmelo ahora en mi casa, y veréis que el que os respondía bien, según dicen, de improviso, os responderá mejor de pensado". De nada le vale tampoco a Cervantes. Lo que España destina a sus mejores hombres es pobreza y nada más.
"Y viéndose morir de hambre -dice Cervantes-, determinó de dejar la corte y volverse a Flandes, donde pensaba valerse de las fuerzas de su brazo, pues no se podía valer de las de su ingenio. Y poniéndolo en efecto, dijo al salir de la corte:
"-¡Oh corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos!"
¿No veis que en Tomás Rueda está, como decíamos al principio, la mejor preparación para el Quijote? Y en las demás Novelas Ejemplares está también lo mejor de Cervantes. Condensado, menos sutil, menos dificultoso que El Quijote. Y para que España siga despreciando a Cervantes, ya que desprecio es no poner en práctica la curación de los vicios que él denunció, esas alforjas bastan.
Adiós, Tomás Rueda; adiós, La fuerza de la sangre; adiós, La española Inglesa; otros días vendrán, si vienen, en que también hablaremos de vosotras.

martes, 27 de octubre de 2009

ESPAÑOLES EN PARÍS



No había leído yo el libro de Azorín Españoles en París. Estoy aprovechando estos días para dar un repaso a las Obras Completas de Azorín, en la edición de nueve tomos de Aguilar. Esta edición es lo más valioso, materialmente, que tengo en mi biblioteca. La compré a Abelardo Linares con mis primeros ingresos profesionales. Estuve un año pensando si la compraría o no, con motivo de su precio. ¿Quién sería el anterior poseedor de esta edición que yo leo ahora? Tenemos sin duda este hombre, que ya habrá muerto, y yo, una especie de comunión íntima. Por las manos de los dos han pasado estas páginas, de un grosor ideal. Son finas, pero no dejan traslucir el revés de la tinta. ¿Quién será el siguiente poseedor de estas obras completas que ahora son mías, cuando yo muera también?. Espero que sienta el mismo placer que yo he sentido con ellas.
Españoles en París. Ningún libro hasta ahora me había comunicado un dolor tan agudo sobre la guerra civil española. Azorín no habla de la guerra en él, no hace mención a ninguno de los dos bandos. Solamente una vez dice que, en medio de un bombardeo, en Madrid, se encerró en su cuarto, con las ventanas clausuradas y estuvo leyendo la Odisea. Nada más. En Españoles en París no se habla de España. Y, sin embargo, Azorín consigue que, al no nombrarla, la guerra española esté presente en todas las líneas del libro. ¿Qué es más trágico? ¿La expresión del dolor vivo mediante una descripción de ese dolor junto con un análisis de sus causas? Estamos acostumbrados a ver el dolor por la guerra española así. Estamos acostumbrados a que nos relaten con datos, con mapas, con testimonios, con documentos, lo que ocurrió entre españoles. Y sin embargo toda esa copia de fotografías, de documentos verídicos nos dejan fríos. Comprendemos lo que ocurre, pero a una gran distancia emocional. ¿Será más trágico el silencio? ¿Podrá el silencio conmovernos más hondamente?
La prosa, los sentimientos de Azorín en este libro no son los de siempre. En este libro Azorín parece perder algo de su ingenio y de su maestría. Y yo, que soy un buen amigo suyo, creo haber descubierto la causa. ¿Habéis sentido alguna vez un dolor fuerte, inquebrantable, que no podemos asimilar ni comprender? Nuestra condición de adultos nos permite, según relató Sigmund Freud, elaborar nuestros sentimientos. Mediante esta elaboración, encontramos las razones de los sucesos y podemos integrarlas en el curso normal de la vida. Las situaciones traumáticas, que dejan cicatrices, a veces para siempre, en el corazón, suelen producirse en la infancia. Los niños no tienen desarrollada esta capacidad de elaboración que los adultos sí tenemos. Y Azorín, como un niño, siente en su alma que no puede encontrar razones que justifiquen el horror de la guerra española. Y como ocurre con las cosas que nos han herido en la infancia, las aparta del primer plano de su atención. Pero este apartarlas del primer plano no hace sino mantenerlas vivas y luchando por seguir a flote en el inconsciente. La prosa de Azorín cambia en Españoles en París. Azorín va al Louvre continuamente. Quiere interesarse en los cuadros que ve, cuadros que sabe que son bellísimos, cuadros que él ha conocido a través de postales, estampas y otras reproducciones. Pero no puede ver los cuadros tan claramente como los veía en su cuartito de Madrid. En Madrid, Azorín podía concentrarse en lo que veía y extraer la esencia del cuadro por medio de la reproducción. En París, ante el original querido, Azorín es incapaz de verlo libremente. Mira el cuadro pero la guerra, el dolor de la guerra de España le empaña la mirada, le impide ver con claridad. Un día piensa que le gustan unos cuadros. Otro día, ya no son esos cuadros los preferidos por él. Un día admira la sobriedad de Corot. Al día siguiente piensa que Corot es demasiado gris, que tiene poco color. Lo mismo le pasa en las Iglesias. Azorín entra en las iglesias buscando distraerse. Pero lo que antes le resultaba fácil de analizar y disfrutar ahora le resulta difícil. La pluma que antes se deslizaba vertiginosa sobre el papel en blanco, ahora se detiene en las primeras palabras. Por primera vez en su vida, a Azorín le cuesta trabajo escribir.
A quien no conozca profundamente a Azorín es difícil que le emocione la lectura de Españoles en París. Yo no se la recomiendo; hay multitud de libros de Azorín más brillantes, más profundos, más lúcidos. Pero en Españoles en París está, a mi juicio, el Azorín íntimo, el Azorín que sufre un dolor tan grande que le produce estupor, el Azorín niño que no quisiera sino que lo que ocurre no estuviera ocurriendo. El Azorín que desearía sencillamente que alguien que estuviera más desarrollado que nosotros le cogiera la mano y le dijera: No te preocupes, esto ya no va a pasar, esto que ocurre nunca ha ocurrido en realidad; era un sueño, una pesadilla.
En Españoles en París, un matrimonio, ya anciano, ha dejado a su hijo en España. No ha sido posible que su hijo salga de España y los acompañe a París. Con el dolor de su separación y entre la pobreza de su falta de medios, lo que mantiene con esperanza a estos ancianos son las cartas que les llegan puntuales de su hijo. Un día se interrumpen las cartas. El mundo se ensombrece definitivamente. Este matrimonio espera, al principio, que sea una interrupción circunstancial. Pasa el tiempo y las cartas siguen sin llegar. Ya ellos se han hecho a la idea de que ha sucedido lo peor que podía suceder. Pero pasa mucho tiempo y, al cabo de ese mucho tiempo, llega una sola carta. No pueden ellos abrir esa carta. No se atreven a abrirla. Después de pensar lo que van a hacer, deciden llamar a un amigo para que sea él quien abra la carta. No pueden resistir la presencia del amigo mientras va a abrir la carta. Así que bajan a la calle. Su amigo está en el cuartito modesto leyendo la carta. Ellos dos están en el parque, frente a ese cuartito. Los dos tienen la vista fija en la ventana.

martes, 20 de octubre de 2009

SÉNECA, O CÓMO SER AMIGO DE UNO MISMO



Siempre admiré el modo en que Marco Aurelio comienza sus Meditaciones: "Aprendí de mi abuelo Vero...". Este comenzar agradeciendo es una característica natural en el equilibrado escritor, acaso el hombre más sereno que hayamos conocido. De él pienso escribir otro día. Y qué suerte para Marco Aurelio poder citar en primer lugar a su abuelo. Muchos de nosotros también hemos tenido esa suerte de poder aprender de nuestros mayores. Baste hoy decir que si tuviera que confesar quién me enseñó lo más relevante -tal vez- para mi vida posterior, en los momentos confusos de la última adolescencia, diría sin dudarlo que me lo enseñó Séneca.
Me pregunto, al comenzar a escribir sobre Séneca, si debería primeramente defenderlo de las ingratas acusaciones que he leído con frecuencia que se vierten sobre él, en nuestros días. Considero que Séneca está demasiado por encima de mí para hacerlo; al menos diré que pienso que quien sea capaz de expresar por Séneca otra cosa que una rendida admiración será sin duda porque no lo conoce, porque no lo ha leído, porque habla de oídas. Y que yo me limito a hacer con él lo mismo que hago con mis amigos: lo quiero porque lo conozco; lo que yo veo de primera mano no puedo dejar que me lo empañen las habladurías. Diré, como siempre digo: Conmigo se ha portado bien. Por eso merece mi agradecimiento.
De Séneca aprendí en qué consiste la amistad y quién sabe si, sin su enseñanza, hubiera logrado tener un amigo. La amistad, como el amor, no es cosa que nadie nos pueda garantizar que estemos predestinados a vivirla. Siempre pensé que tanto la amistad como el amor son bienes demasiado altos como para que nos propongamos conseguirlos a lo largo de la vida. Ambos requieren de una preparación, de una afinación del propio espíritu, a menudo larga y que muchas veces se frustra. Aún en el caso de que consiguiéramos el estado de gracia que se precisa aportar, es preciso que coincida con nosotros, en el espacio, pero también en el tiempo indicado, la persona que sea capaz -y que tenga la voluntad de hacerlo- de entretejer ese lazo con nosotros. Más razonable será no exigir a la vida lo que en muchas vidas no suele alcanzarse. A cambio, a nuestra disposición y accesibles están muchas relaciones cordiales, respetuosas, afectuosas. Eso sí se puede conseguir, eso sí es accesible a cualquiera que esté dispuesto a prestar su esfuerzo a la tarea, que tampoco es fácil ni llana. Por eso, si la amistad o el amor nos llegan seremos, sin duda, unos seres privilegiados por la vida. Pero si no nos llegan, y es lo común, no los echaremos de menos si ya desde el principio comprendimos que no estaría en nuestra mano tenerlos y que la vida, sin ellos, puede ser también suficientemente plena y esforzada. No obstante, si la probamos, la verdadera amistad es una de las emociones más fuertes y más puras que podamos sentir los seres humanos. Que dos hombres se comprendan desde la soledad propia y puedan mirarse limpiamente a los ojos está tal vez unas pulgadas por encima de nuestra condición natural y de nuestras infinitas y miserables limitaciones.
Pero escuchemos a Séneca, que es a lo que hemos venido:
"Medita durante largo tiempo si alguien tiene que ser admitido en tu amistad; y en cuanto llegues a complacerte en admitirlo, acéptalo de todo corazón y háblale con tanta libertad como a ti mismo. Procura vivir de manera que no haya en ti cosa secreta, nada que no puedas confiar hasta a tu enemigo; pero, atendiendo a que ocurren ciertas cosas que la costumbre nos manda mantener ocultas, comparte con tu amigo todos tus afanes, todos tus pensamientos. Si le tienes por fiel le forzarás a serlo, pues algunos han enseñado a engañar temiendo ser engañados y con sus sospechas conceden derecho a ser infiel."
Diré que muchas veces he comprobado, a lo largo de mi experiencia, lo verdadero de este consejo. Y que cuando elevamos a la altura de la dignidad a quienes nos rodean los forzamos, como dice Séneca, a comportarse dignamente. Casi nunca, cuando me he dirigido a otro de esta forma, me ha defraudado después. Y es que la mirada de los demás sobre nosotros mismos es con frecuencia capaz de cambiarnos. Hasta en la misma enseñanza, según leí no hace mucho en un libro de pedagogía, la mirada y las esperanzas que el maestro pone en cada uno de sus alumnos se cumplen casi siempre. Es que la emulación da paso a querer cumplir estas esperanzas que los demás proyectan en nosotros. ¡Qué distinta la emulación de la torpe competencia, que es lucha de un hombre contra otro hombre,  lucha indigna de ambos, que ahora pretenden enseñarnos!.
"Pero si tienes a alguien por amigo y no confías en él tanto como en ti mismo, te equivocas gravemente y no alcanzas a conocer bastante la fuerza de la verdadera amistad."[...]
"¿Por qué contraer una amistad? A fin de tener por quien poder morir, de tener alguien a quien seguir en el destierro, a quien salvar la vida a expensas de la nuestra. [...] el amor puede definirse como una amistad enloquecida."
No sé si estas concepciones del amor y de la amistad estarán muy en uso, en nuestros días. Seguramente se dará también lo que Séneca desaprobaba: "Quien no mira más que a sí mismo, y, según este criterio, contrae una amistad únicamente en interés propio, piensa indignamente. Acabará tal como haya comenzado. Ha querido prepararse un amigo para que le socorra en el cautiverio, y este amigo, en cuanto ha percibido ruido de cadenas, se ha apartado. Estas son aquellas amistades que el pueblo llama temporeras. Quien haya sido admitido por utilidad, placerá mientras sea útil. De ahí aquella muchedumbre de amigos en derredor de las fortunas florecientes; en derredor de los arruinados sólo hallaremos soledad, ya que los amigos huyen de aquellos lugares donde son puestos a prueba. [...] Quien comience a ser amigo por conveniencia, acabará de serlo también por conveniencia. Llevará la ventaja a la amistad cualquier recompensa si en la amistad preferimos cualquier cosa distinta de ella misma."
También aprendí de Séneca a ser amigo de mí mismo, enseñanza que me ha servido para vivir en paz y para no estar solo. No sé si a alguien podrá parecerle esto poco; para mí ha sido mucho, ha sido la base sobre la que descansó mi vida desde entonces. También a esto me enseñó María Victoria Gutiérrez, como ya dije un día aquí, a quien tampoco he olvidado.
Dice Séneca: "¿Me preguntas qué progresos he realizado? "He comenzado a ser amigo de mí mismo". Grande fue el progreso que hizo: nunca más se encontraría solo. Puedes estar cierto que este hombre es amigo de todos."
Nada más y nada menos. Esta simple frase ha sido uno de los determinantes de mi vida. Ahora la leo y hasta me produce extrañeza que diez o quince palabras hicieran un efecto tan fulminante en mí. Pero como lo hicieron y como es verdad que nunca más me he encontrado solo desde el día en que la leí, os la ofrezco desde la perplejidad que hoy provoca en mí su nueva lectura, treinta  y tantos años después. A quien da lo que tiene no se le puede pedir más.
Terminaré por hoy con otra frase de Séneca que siempre he llevado en la memoria. Me parece que, a día de hoy, no puede ser más políticamente incorrecta. Pero como me ha servido para distinguir muchas cosas en mí mismo, como una piedra de toque ante la que ningún metal se ha resistido a dar su verdadero valor, la copiaré aquí. Quienes me leen sabrán que considero a la libertad de elección una acepción impropia que confunde el valor de la verdadera libertad. Me gusta la libertad que consiste en la facultad de contemplar la verdad, casi siempre a costa de uno mismo. Es que uno mismo me parece el obstáculo más relevante frente al objetivo de ser libre. ¿Me perdonaréis si la escribo en latín y también en castellano? La traducción española es de José M. Gallegos Rocafull, una bella traducción, a mi juicio, de un bello libro editado por la Universidad Autónoma de México en 1953. ¿Por qué me gustan tanto las traducciones mexicanas? ¿Será porque hasta que dí con la de Pablo Simón, de Friedrich Nietzsche, no podía entender a este filósofo?
Dice así Séneca: "Uoluptatem natura necessariis rebus admiscuit, non ut illam peteremus, sed ut ea, sine quibus non possumus uiuere, grata nobis illius faceret accesio; suo ueniat iure, luxuria est." Y la traducción: "Mezcló la naturaleza el deleite con las cosas necesarias, no para que lo buscáramos, sino para que esas cosas sin las cuales no podemos vivir, nos las hiciera gratas el placer que llevan; si viene éste por su propio derecho, es lujuria."
Siempre he sentido a Séneca como educador y le estoy agradecido. Eso me ha impedido traspasar el umbral de respeto con que lo contemplo. Así que no puedo considerarlo amigo en el sentido en que siento esta amistad cómplice con otros muchos escritores. Como a todos los que han intentado enseñarme algo, no puedo dejar de quererlo. ¡Ojalá tú, joven lector, puedas traspasar esta barrera que yo siento distante y hablar, escribir un día, de Séneca como de tu verdadero y cercano amigo!

lunes, 12 de octubre de 2009

AUTORIDAD EN LAS AULAS. AUTORIDAD EN LA DIRECCIÓN DE OBRAS. LA ARISTOCRACIA DE JOSÉ ANTONIO CODERCH


He visto hace unas semanas en distintos blogs numerosos debates acerca de la autoridad de los profesores en las aulas. Hace tantos años que no asisto a clase que me parece de mayor interés contaros lo que ha sido mi experiencia en la dirección de obras de edificación. Suelo ver muchas analogías entre las diversas formas de ejercicio profesional. Así que con el ánimo de encontrar paralelismos entre la escuela y la arquitectura escribo este texto.
Cuando un arquitecto termina la carrera, la autoridad que le concede el estado en el ámbito de las obras de edificación que dirija es absoluta. A traves de un libro de órdenes que existe en todas las obras, se deja referencia de las órdenes importantes que se cursan al constructor del edificio. En la práctica, la mayoría de las órdenes que se dan son verbales, aunque no por ello su obligado cumplimiento es menor.
Sin embargo, como en las escuelas, aunque a efectos de responsabilidad lo importante es que las órdenes necesarias se cursen y sean acertadas, lo que verdaderamente nos interesa es el bien real de la edificación, su desarrollo con la economía (en el sentido etimológico de la palabra) precisa, en definitiva de lo que se trata es de que la obra se construya adecuadamente y sirva para dar el servicio que se pretende con ella. El arquitecto no vive permanentemente en la obra, ni debe hacerlo, así que lo que interesa es que las órdenes que indique sean buenas y además es fundamental que se cumplan, esté o no presente quien las ha dictado. La experiencia y la razón me indican que si no se acompaña la autoridad legal de la autoridad moral no se conseguirá en plenitud el bien que nos proponemos.
Tal vez parezca que la diferencia inevitable de formación entre el que dicta las órdenes y el que debe ejecutarlas será un escollo insalvable para obtener esta autoridad moral. Muchos años de trabajo me han mostrado que esto no es así, y que los seres humanos, si queremos, disponemos de suficientes recursos para comunicarnos a través de esta evidente diferencia técnica de formación.
La primera circunstancia que explica esta cuestión es que, si el arquitecto comprende perfectamente la razón de las órdenes que da le resulta fácil adaptar su comprensión a otras mentalidades. Explicar, verbigracia, la deformación de una viga puede ser desde una labor imposible si nos decidimos a hacerlo aplastando a los demás con nuestro lenguaje técnico hasta una muy sencilla si nos ayudamos de una tablilla y tres apoyos, que bien pueden ser tres ladrillos. Claro está que para poder hacer esto no podemos dar órdenes que se fundamenten en nuestro capricho. Es decir, que, para poder explicarlas a otros, necesitamos que su razón esté meridianamente clara para nosotros mismos. He escuchado a menudo quejas por parte de algún compañero acerca de que sus órdenes se ponen en duda. Y he pensado para mí mismo que yo también pondría en duda cierto tipo de órdenes, ya que para los seres humanos es fácil compartir el interés por el bien común, y muy difícil respetar lo que no es más que comportamiento vanidoso o arbitrario, que no tiene en cuenta el interés general sino el particular de uno mismo. ¿Ocurre esto también en la escuela?
¿Cómo se consigue autoridad moral? Yo pienso que es muy sencillo conseguirla. Si el proyecto está bien planeado, si los detalles están previstos, si los huecos necesarios para las instalaciones están bien dimensionados, si las escaleras tienen un trazado óptimo, si la estructura es acertada y está bien resuelta, si las plazas de aparcamiento tienen un tamaño adecuado y suficiente, si las vías de acceso son lógicas y disponen de la amplitud necesaria, todo esto nos va dando poco a poco la autoridad que precisamos ante el obrero que ejecuta la obra. El problema es que, para que esto sea así, se necesita previamente un arduo trabajo, porque nada de esto se consigue sin mucho esfuerzo, mucha dedicación y mucho tesón. ¿Ocurre igual en la escuela?
Al revisar estructuras de edificación antes de que se hormigonen veréis normalmente a una o varias personas comprobando meticulosamente si la cantidad, longitud y diámetro de los aceros de refuerzo necesarios se corresponde precisamente con los consignados en los planos de ejecución de la obra. Esto está muy bien, esto es necesario, pero esto no nos da autoridad frente al hombre que tiene, a costa de su sudor y su esfuerzo, grandes, que corregir y doblar o cortar o añadir barras de acero de un peso considerable, operaciones, en suma, que son dificultosas. Más de una vez he visto poner mala cara al operario si piensa que el trabajo que se le pide nace de la inseguridad de quien se lo ordena. En cambio, si quien revisa la estructura es la persona que la ha calculado, si esta persona tiene una amplia experiencia, puede prescindir, en la primera revisión, de los planos y ver si la distribución de las barras se corresponde con la imagen que él tiene en su mente acerca de dónde deberían estar. Muchas veces por este procedimiento he descubierto errores que habían pasado por alto a los que han revisado la planta barra por barra, contrastando las barras colocadas con las dibujadas en los planos. No podemos olvidar que en este trabajo, como en todos, hemos de estar atentos a que los árboles no nos impidan la visión del bosque. Cuando el obrero se da cuenta de que, sin planos, hemos advertido y señalado contradicciones que, una vez consultados después los planos, puede comprobarse que eran efectivamente así, nuestra autoridad moral aumenta y se hace efectiva. Porque este hombre no puede por menos que comprender y detectar que sabemos de lo que le estamos hablando. Y muchas veces he visto cómo ese mismo esfuerzo de corrección que se le pide lo realiza con presteza y agrado, aunque le cuesta el mismo esfuerzo que antes. Es que ahora ya cree en nosotros y sabe que lo estamos diciendo por el bien de la obra y de los futuros usuarios de ella y no por caprichos de toda índole que son tapadera, para los seres humanos, de nuestra inseguridad y de nuestra ignorancia. ¿Es así en las aulas?
En definitiva, lo que pienso es que si hacemos nuestro trabajo con dedicación y responsabilidad, es casi imposible que no consigamos de grado esa autoridad que por fuerza es imposible conseguir. Así podremos abandonar la obra convencidos de que nuestras órdenes van a ejecutarse. No solamente por obligación sino por devoción, que es la manera más segura de ser obedecidos. ¿Es así en las aulas?
Tengo en mucha estima un escrito de José Antonio Coderch, arquitecto, que descubrí en la Escuela cuando estudiaba la carrera y que me ha ayudado muchas veces a lo largo de mi vida. Quisiera ofrecérselo a mis amigos profesores aquí, con el deseo de que les sea de tanto provecho como a mí me ha sido. Es el siguiente:
No son genios lo que necesitamos ahora.
por José Antonio Coderch
Al escribir esto no es mi intención ni mi deseo sumarme a los que gustan de hablar y teorizar sobre Arquitectura. Pero después de veinte años de oficio, circunstancias imprevisibles me han obligado a concretar mis puntos de vista y a escribir modestamente lo que sigue:
Un viejo y famoso arquitecto americano, si no recuerdo mal, le decía a otro mucho más joven que le pedía consejo: “Abre bien los ojos, mira, es mucho más sencillo de lo que imaginas.” También le decía: “Detrás de cada edificio que ves hay un hombre que no ves.” Un hombre; no decía siquiera un arquitecto.
No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la Arquitectura, ni grandes doctrinarios, ni profetas, siempre dudosos. Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas doctrinas morales en relación con nosotros mismos y con nuestro oficio o profesión de arquitectos (y empleo estos términos en su mejor sentido tradicional). Necesitamos aprovechar lo poco que de tradición constructiva y, sobre todo, moral ha quedado en esta época en que las más hermosas palabras han perdido prácticamente su real y verdadera significación.
Necesitamos que miles y miles de arquitectos que andan por el mundo piensen menos en Arquitectura (en mayúscula), en dinero o en las ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto. Que trabajen con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces, y de los hombres que mejor conocen, siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y de honradez (honor).
Tengo el convencimiento de que cualquier arquitecto de nuestros días, medianamente dotado, preparado o formado, si puede entender esto también puede fácilmente realizar una obra verdaderamente viva. Esto es para mí lo más importante, mucho más que cualquier otra consideración o finalidad, sólo en apariencia de orden superior.
Creo que nacerá una auténtica y nueva tradición viva de obras que pueden ser diversas en muchos aspectos, pero que habrán sido llevadas a cabo con un profundo conocimiento de lo fundamental y con una gran conciencia, sin preocuparse del resultado final que, afortunadamente, en cada caso se nos escapa y no es un fin en sí, sino una consecuencia.
Creo que para conseguir estas cosas hay que desprenderse antes de muchas falsas ideas claras, de muchas palabras e ideas huecas y trabajar de uno en uno, con la buena voluntad que se traduce en acción propia y enseñanza, más que en doctrinarismo. Creo que la mejor enseñanza es el ejemplo; trabajar vigilando continuamente para no confundir la flaqueza humana, el derecho a equivocarse -capa que cubre tantas cosas-, con la voluntaria ligereza, la inmoralidad o el frío cálculo del trepador.
Imagino a la sociedad como una especie de pirámide, en cuya cúspide estuvieran los mejores y menos numerosos, y en la amplia base las masas. Hay una zona intermedia en la que existen gentes de toda condición que tienen conciencia de algunos valores de orden superior y están decididos a obrar en consecuencia. Estas gentes son aristócratas y de ellos depende todo. Ellos enriquecen la sociedad hacia la cúspide con obras y palabras, y hacia la base con el ejemplo, ya que las masas sólo se enriquecen por respeto o mimetismo. Esta aristocracia, hoy, prácticamente no existe, ahogada en su mayor parte por el materialismo y la filosofía del éxito. Solían decirme mis padres que un caballero, un aristócrata es la persona que no hace ciertas cosas, aun cuando la Ley, la Iglesia y la mayoría las aprueben o las permitan. Cada uno de nosotros, si tenemos conciencia de ello, debemos individualmente constituir una nueva aristocracia. Este es un problema urgente, tan apremiante que debe ser acometido en seguida. Debemos empezar pronto y después ir avanzando despacio sin desánimo. Lo principal es empezar a trabajar y entonces, sólo entonces, podremos hablar de ello.
Al dinero, al éxito, al exceso de propiedad o de ganancias, a la ligereza, la prisa, la falta de vida espiritual o de conciencia hay que enfrentar la dedicación, el oficio, la buena voluntad, el tiempo, el pan de cada día y, sobre todo, el amor, que es aceptación y entrega, no posesión y dominio. A esto hay que aferrarse.
Se considera que cultura o formación arquitectónica es ver, enseñar o conocer más o menos profundamente las realizaciones, los signos exteriores de riqueza espiritual de los grandes maestros. Se aplican a nuestro oficio los mismos procedimientos de clasificación que se emplean (signos exteriores de riqueza económica) en nuestra sociedad capitalista. Luego nos lamentamos de que ya no hay grandes arquitectos menores de sesenta años, de que la mayoría de los arquitectos son malos, de que las nuevas urbanizaciones resultan antihumanas casi sin excepción en todo el mundo, de que se destrozan nuestras viejas ciudades y se construyen casas y pueblos como decorados de cine a lo largo de nuestras hermosas costas mediterráneas.
Es por lo menos curioso que se hable y se publique tanto acerca de los signos exteriores de los grandes maestros (signos muy valiosos en verdad), y no se hable apenas de su valor moral. ¿No es extraño que se hable o escriba de sus flaquezas como cosas curiosas o equívocas y se oculte como tema prohibido o anecdótico su posición ante la vida y ante su trabajo?
¿No es curioso también que tengamos aquí, muy cerca, a Gaudí (yo mismo conozco a personas que han trabajado con él) y se hable tanto de su obra y tan poco de su posición moral y de su dedicación?
Es más curioso todavía el contraste entre lo mucho que se valora la obra de Gaudí, que no está a nuestro alcance, y el silencio o ignorancia de la moral o la posición ante el problema de Gaudí, que esto sí está al alcance de todos nosotros.
Con grandes maestros de nuestra época pasa prácticamente lo mismo. Se admiran sus obras, o , mejor dicho, las formas de sus obras y nada más, sin profundizar para buscar en ellas lo que tienen dentro, lo más valioso, que es precisamente lo que está a nuestro alcance. Claro está que esto supone aceptar nuestro propio techo o límite, y esto no se hace así porque casi todos los arquitectos quieren ganar mucho dinero o ser Le Corbusier; y esto el mismo año en que acaban sus estudios. Hay aquí un arquitecto, recién salido de la Escuela, que ha publicado ya una especie de manifiesto impreso en papel valioso después de haber diseñado una silla, si podemos llamarla así.
La verdadera cultura espiritual de nuestra profesión siempre ha sido patrimonio de unos pocos. La postura que permite el acceso a esta cultura es patrimonio de casi todos, y esto no lo aceptamos, como no aceptamos tampoco el comportamiento cultural, que debería ser obligatorio y estar en la conciencia de todos.
Antiguamente el arquitecto tenía firmes puntos de apoyo. Existían muchas cosas que eran aceptadas por la mayoría como buenas o, en todo caso, como inevitables, y la organización de la sociedad, tanto en sus problemas sociales como económicos, religiosos, políticos, etc., evolucionaba lentamente. Existía, por otra parte, más dedicación, menos orgullo y una tradición viva en la que apoyarse. Con todos sus defectos, las clases elevadas tenían un concepto más claro de su misión, y rara vez se equivocaban en la elección de los arquitectos de valía; así, la cultura espiritual se propagaba naturalmente. Las pequeñas ciudades crecían como plantas, en formas diferentes, pero con lentitud y colmándose de vida colectiva. Rara vez existía ligereza, improvisación o irresponsabilidad. Se realizaban obras de todas clases que tenían un valor humano que se da hoy muy excepcionalmente. A veces, pero no con frecuencia, se planteaban problemas de crecimiento, pero afortunadamente sin esa sensación, que hoy no podemos evitar, de que la evolución de la sociedad es muy difícil de prever como no sea a muy corto plazo.
Hoy día las clases dirigentes han perdido el sentido de su misión, y tanto la aristocracia de la sangre como la del dinero, pasando sobre todo por la de la inteligencia, la de la política y la de la Iglesia o iglesias, salvo rarísimas y personales excepciones contribuyen decisivamente, por su inutilidad, espíritu de lucro, ambición de poder y falta de conciencia de sus responsabilidades al desconcierto arquitectónico actual.
Por otra parte, las condiciones sobre las cuales tenemos que basar nuestro trabajo varían continuamente. Existen problemas religiosos, morales, sociales, económicos, de enseñanza, de familia, de fuentes de energía, etcétera, que pueden modificar de forma imprevisible la faz y la estructura de nuestra sociedad (son posibles cambios brutales cuyo sentido se nos escapa) y que impiden hacer previsiones honradas a largo plazo.
Como he dicho ya en líneas anteriores, no tenemos la clara tradición viva que es imprescindible para la mayoría de nosotros. Las experiencias llevadas a cabo hasta ahora y que indudablemente en ciertos casos han representado una gran aportación, no son suficientes para que de ellas se desprenda el camino imprescindible que haya de seguir la gran mayoría de los arquitectos que ejerce su oficio en todo el mundo. A falta de esta clara tradición viva, y en el mejor de los casos, se busca la solución en formalismos, en la aplicación rigurosa del método o la rutina y en los tópicos de gloriosos y viejos maestros de la arquitectura actual, prescindiendo de su espíritu, de su circunstancia y, sobre todo, ocultando cuidadosamente con grandes y magníficas palabras nuestra gran irresponsabilidad (que a menudo sólo es falta de pensar), nuestra ambición y nuestra ligereza. Es ingenuo creer, como se cree, que el ideal y la práctica de nuestra profesión pueden condensarse en slogans como el del sol, la luz, el aire, el verde, lo social y tantos otros. Una base formalista y dogmática, sobre todo si es parcial, es mala en sí, salvo en muy raras y catastróficas ocasiones. De todo esto se deduce, a mi juicio, que en los caminos diversos que sigue cada arquitecto consciente tiene que haber algo común, algo que debe estar en todos nosotros. Y aquí vuelvo al principio de esto que he escrito, sin ánimo de dar lecciones a nadie, con una profunda y sincera convicción.
José Antonio Coderch, 1960

martes, 6 de octubre de 2009

VOLVAMOS A LA TUMBA DE LARRA


¿Qué podrá decirse en este apartado blog de Mariano José Larra? En España, todo el mundo sabe que uno de sus artículos se llama "Vuelva usted mañana". Seguramente se piensa que ya el título es lo suficiente expresivo y describe, con toda probabilidad, la esencia de su contenido lo bastante como para que valga la pena leerlo. Tal vez haya leído el artículo algun antiguo estudiante, algún opositor, por haberlo incluido tal vez alguien en un remoto plan de estudios. Del resto de la obra de Larra, dudo mucho que en la actualidad, se lea nada por parte del público en general. ¿Habrá algún feo estudioso que lea a Larra en nuestros días? Seguramente lo habrá, y será estudioso por ese motivo, porque el ser feo no le dará opción a otra cosa. ¡Pobrecillo!
Es que si el uno por ciento de los españoles leyera hoy a Larra, la situación nacional sería insostenible. Es que ese uno por ciento armaría una revolución. Por eso, más vale que no se hable de él, que no se edite su obra, que no tenga un lugar permanente en las librerías. En cambio, estudiemos el diccionario secreto de C. Cela. Allí aprenderemos las acepciones de las palabras malsonantes, con objeto de que puedan ser incorporadas mejor a los mensajes de texto a través de los teléfonos móviles que es a lo que está reducida la actual literatura, para mayor honra de nuestros ministros de "cultura".
¿Cuál es, a juicio del autor de este escrito, la peligrosidad que encierra la obra de ese tal Larra? ¿Es autor incendiario, que anima la quema de nuestros montes? ¿Es autor terrorista, que enaltece la violencia en nuestras comunidades? No, no sería ese el peligro de que leyéramos a Larra, nada más alejado de su intención. El peligro verdadero de leer la obra de Larra en nuestros días sería ver que su descripción de España y de los españoles es exacta.
¿Qué mal hay en que Larra vea a los españoles tal cual somos? ¿No es acaso esto prueba de que lo que dicen los manuales de literatura es en este caso verdad, en contra de lo que usted sostiene con frecuencia, Animal? Ay, Larra ve con exactitud el origen, la forma y el modo de ser de nuestro carácter y de nuestros problemas, tan exactamente que nos parece que ha escrito sus artículos ayer mismo, ayer por la tarde. Pero la tragedia que supone todo esto es que Larra murió el 13 de febrero de 1837. Y si, en sus escritos del primer tercio del siglo XIX,  describe con exactitud la sociedad española de 2009, ¿Qué es lo que hemos avanzado desde entonces? Si Larra, por conocernos bien, conoce hasta el talante y la intención de los periódicos de esta mañana, resulta que todo lo que nos han dicho en la escuela que ha pasado, no ha pasado realmente. Y que desde María Cristina de Borbón hasta Juan Carlos de Borbón no ha sucedido nada. Revoluciones, Restauraciones, Repúblicas, Guerras, Dictaduras. Si han existido (lo que dudaría tal vez Berkeley) o no da igual. No han servido para nada.
La cortísima vida de 27 años de Larra, en cambio sí ha existido y existirá. Existirá mientras siga revelando nuestro ser, mientras siga mostrándonos cómo somos, mientras no cambiemos para bien. Tal vez pueda escribirse otra entrada semejante a esta que escribimos ahora en el año 2109, si es que para entonces hay blogs, castellano y teclas para hacerlo. Tal vez sí, tal vez no.
En 1901, en la tarde del trece de febrero, un grupo de jóvenes armados de ramos de violetas se dirigió desde la Puerta del Sol de Madrid hasta Atocha, hasta el cementerio de San Nicolás donde estaba enterrado Larra. Allí leyeron un breve discurso, "Maestro de la presente juventud es Mariano José de Larra". Los jóvenes eran Ignacio Alberti, Camilo Bargiela, Pío Baroja, Ricardo Baroja, José Fluixá, Antonio Gil y J. Martínez Ruiz. Su escrito decía así:
"Amigos: consideremos la vida de un artista que vivió atormentado por ansias inapagadas de ideal; y consideremos la muerte de un hombre que murió por anhelos no satisfechos de amor. Veintisiete años habitó en la tierra. En tan breve y perecedero término, pasó por el dolor de la pasión intensa y por el placer de la creación artística. Amó y creó. Se dió entero a la vida y a la obra; todas sus vacilaciones, sus amarguras, sus inquietudes están en sus vibradoras páginas y en su trágica muerte.
Y he aquí porqué nosotros, jóvenes y artistas, atormentados por las mismas ansias y sentidores de los propios anhelos, venimos hoy a honrar, en su aniversario, la memoria de quien queremos como a un amigo y veneramos como a un maestro.
Maestro de la presente juventud es Mariano José de Larra. Sincero, impetuoso, apasionado, Larra trae antes que nadie al arte la impresión íntima de la vida, y con Larra antes que con nadie llega a la literatura el personalismo conmovedor y artístico. La lengua toda se renueva bajo su pluma: usado y fatigado el viejo idioma castellano por investigadores y eruditos en el siglo XVIII, aparece vivaz y esplendoroso, pintoresco y ameno en las páginas del gran satírico.
La vida es dolorosa y triste. El desolador pesimismo del pueblo griego, el pueblo que creara la tragedia, resurge en nuestros días. "¡Quién sabe si la vida no es para nosotros una muerte y la muerte no es una vida!", exclama Eurípides. Y Larra, indeciso, irresoluto, escéptico, es la primera encarnación y la primera víctima de estas redivivas y angustiosas perplejidades. El constante e inexpugnable "muro" de que Fígaro hablaba, es el misterio eterno de las cosas. ¿Dónde está la vida y dónde está la muerte?
"Tenme lástima, literato", le dice a Larra, en uno de sus artículos, su criado, "yo estoy ebrio de vino, es verdad; pero tú lo estás de deseos y de impotencia". Ansioso e impotente cruza Larra la vida; amargado por el perpetuo no saber llega a la muerte. La muerte para él es una liberación: acaso es la vida. Impasible franquea el misterio y muere.
Su muerte es tan conmovedora como su vida. Su muerte es una tragedia y su vida es una paradoja. No busquemos en Larra el hombre unilateral y rectilíneo amado de las masas: no es liberal ni reaccionario, ni contemporizador ni intransigente: no es nada y lo es todo. Su obra es tan varia y tan contradictoria como la vida. Y si ser libre es gustar de todo y renegar de todo —en amena inconsecuencia que horroriza a la consecuente burguesía—, Larra es el más libre, espontáneo y destructor espíritu contemporáneo. Por este ansioso mariposeo intelectual, ilógico como el hombre y como el universo ilógico; por este ansioso mariposeo intelectual, simpática protesta contra la rigidez del canon, honrada disciplina del espíritu, es por lo que nosotros lo amamos. Y porque lo amamos, y porque lo consideramos como a uno de nuestros progenitores literarios, venimos hoy, después de sesenta y cuatro años de olvido, a celebrar su memoria.
Celebrémosla, honrémosla, exaltémosla en nuestros corazones. Mariano José de Larra fue un hombre y fue un artista: saludemos, amigos, desde este misterio de la vida a quien partió sereno hacia el misterio de la muerte."
Y termino yo: si queremos saber si son los clásicos de actualidad o no, leamos a Larra, volvamos a la tumba de Larra.