He visto hace unas semanas en distintos blogs numerosos debates acerca de la autoridad de los profesores en las aulas. Hace tantos años que no asisto a clase que me parece de mayor interés contaros lo que ha sido mi experiencia en la dirección de obras de edificación. Suelo ver muchas analogías entre las diversas formas de ejercicio profesional. Así que con el ánimo de encontrar paralelismos entre la escuela y la arquitectura escribo este texto.
Cuando un arquitecto termina la carrera, la autoridad que le concede el estado en el ámbito de las obras de edificación que dirija es absoluta. A traves de un libro de órdenes que existe en todas las obras, se deja referencia de las órdenes importantes que se cursan al constructor del edificio. En la práctica, la mayoría de las órdenes que se dan son verbales, aunque no por ello su obligado cumplimiento es menor.
Sin embargo, como en las escuelas, aunque a efectos de responsabilidad lo importante es que las órdenes necesarias se cursen y sean acertadas, lo que verdaderamente nos interesa es el bien real de la edificación, su desarrollo con la economía (en el sentido etimológico de la palabra) precisa, en definitiva de lo que se trata es de que la obra se construya adecuadamente y sirva para dar el servicio que se pretende con ella. El arquitecto no vive permanentemente en la obra, ni debe hacerlo, así que lo que interesa es que las órdenes que indique sean buenas y además es fundamental que se cumplan, esté o no presente quien las ha dictado. La experiencia y la razón me indican que si no se acompaña la autoridad legal de la autoridad moral no se conseguirá en plenitud el bien que nos proponemos.
Tal vez parezca que la diferencia inevitable de formación entre el que dicta las órdenes y el que debe ejecutarlas será un escollo insalvable para obtener esta autoridad moral. Muchos años de trabajo me han mostrado que esto no es así, y que los seres humanos, si queremos, disponemos de suficientes recursos para comunicarnos a través de esta evidente diferencia técnica de formación.
La primera circunstancia que explica esta cuestión es que, si el arquitecto comprende perfectamente la razón de las órdenes que da le resulta fácil adaptar su comprensión a otras mentalidades. Explicar, verbigracia, la deformación de una viga puede ser desde una labor imposible si nos decidimos a hacerlo aplastando a los demás con nuestro lenguaje técnico hasta una muy sencilla si nos ayudamos de una tablilla y tres apoyos, que bien pueden ser tres ladrillos. Claro está que para poder hacer esto no podemos dar órdenes que se fundamenten en nuestro capricho. Es decir, que, para poder explicarlas a otros, necesitamos que su razón esté meridianamente clara para nosotros mismos. He escuchado a menudo quejas por parte de algún compañero acerca de que sus órdenes se ponen en duda. Y he pensado para mí mismo que yo también pondría en duda cierto tipo de órdenes, ya que para los seres humanos es fácil compartir el interés por el bien común, y muy difícil respetar lo que no es más que comportamiento vanidoso o arbitrario, que no tiene en cuenta el interés general sino el particular de uno mismo. ¿Ocurre esto también en la escuela?
¿Cómo se consigue autoridad moral? Yo pienso que es muy sencillo conseguirla. Si el proyecto está bien planeado, si los detalles están previstos, si los huecos necesarios para las instalaciones están bien dimensionados, si las escaleras tienen un trazado óptimo, si la estructura es acertada y está bien resuelta, si las plazas de aparcamiento tienen un tamaño adecuado y suficiente, si las vías de acceso son lógicas y disponen de la amplitud necesaria, todo esto nos va dando poco a poco la autoridad que precisamos ante el obrero que ejecuta la obra. El problema es que, para que esto sea así, se necesita previamente un arduo trabajo, porque nada de esto se consigue sin mucho esfuerzo, mucha dedicación y mucho tesón. ¿Ocurre igual en la escuela?
Al revisar estructuras de edificación antes de que se hormigonen veréis normalmente a una o varias personas comprobando meticulosamente si la cantidad, longitud y diámetro de los aceros de refuerzo necesarios se corresponde precisamente con los consignados en los planos de ejecución de la obra. Esto está muy bien, esto es necesario, pero esto no nos da autoridad frente al hombre que tiene, a costa de su sudor y su esfuerzo, grandes, que corregir y doblar o cortar o añadir barras de acero de un peso considerable, operaciones, en suma, que son dificultosas. Más de una vez he visto poner mala cara al operario si piensa que el trabajo que se le pide nace de la inseguridad de quien se lo ordena. En cambio, si quien revisa la estructura es la persona que la ha calculado, si esta persona tiene una amplia experiencia, puede prescindir, en la primera revisión, de los planos y ver si la distribución de las barras se corresponde con la imagen que él tiene en su mente acerca de dónde deberían estar. Muchas veces por este procedimiento he descubierto errores que habían pasado por alto a los que han revisado la planta barra por barra, contrastando las barras colocadas con las dibujadas en los planos. No podemos olvidar que en este trabajo, como en todos, hemos de estar atentos a que los árboles no nos impidan la visión del bosque. Cuando el obrero se da cuenta de que, sin planos, hemos advertido y señalado contradicciones que, una vez consultados después los planos, puede comprobarse que eran efectivamente así, nuestra autoridad moral aumenta y se hace efectiva. Porque este hombre no puede por menos que comprender y detectar que sabemos de lo que le estamos hablando. Y muchas veces he visto cómo ese mismo esfuerzo de corrección que se le pide lo realiza con presteza y agrado, aunque le cuesta el mismo esfuerzo que antes. Es que ahora ya cree en nosotros y sabe que lo estamos diciendo por el bien de la obra y de los futuros usuarios de ella y no por caprichos de toda índole que son tapadera, para los seres humanos, de nuestra inseguridad y de nuestra ignorancia. ¿Es así en las aulas?
En definitiva, lo que pienso es que si hacemos nuestro trabajo con dedicación y responsabilidad, es casi imposible que no consigamos de grado esa autoridad que por fuerza es imposible conseguir. Así podremos abandonar la obra convencidos de que nuestras órdenes van a ejecutarse. No solamente por obligación sino por devoción, que es la manera más segura de ser obedecidos. ¿Es así en las aulas?
Tengo en mucha estima un escrito de José Antonio Coderch, arquitecto, que descubrí en la Escuela cuando estudiaba la carrera y que me ha ayudado muchas veces a lo largo de mi vida. Quisiera ofrecérselo a mis amigos profesores aquí, con el deseo de que les sea de tanto provecho como a mí me ha sido. Es el siguiente:
No son genios lo que necesitamos ahora.
por José Antonio Coderch
por José Antonio Coderch
Al escribir esto no es mi intención ni mi deseo sumarme a los que gustan de hablar y teorizar sobre Arquitectura. Pero después de veinte años de oficio, circunstancias imprevisibles me han obligado a concretar mis puntos de vista y a escribir modestamente lo que sigue:
Un viejo y famoso arquitecto americano, si no recuerdo mal, le decía a otro mucho más joven que le pedía consejo: “Abre bien los ojos, mira, es mucho más sencillo de lo que imaginas.” También le decía: “Detrás de cada edificio que ves hay un hombre que no ves.” Un hombre; no decía siquiera un arquitecto.
No, no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la Arquitectura, ni grandes doctrinarios, ni profetas, siempre dudosos. Algo de tradición viva está todavía a nuestro alcance, y muchas viejas doctrinas morales en relación con nosotros mismos y con nuestro oficio o profesión de arquitectos (y empleo estos términos en su mejor sentido tradicional). Necesitamos aprovechar lo poco que de tradición constructiva y, sobre todo, moral ha quedado en esta época en que las más hermosas palabras han perdido prácticamente su real y verdadera significación.
Necesitamos que miles y miles de arquitectos que andan por el mundo piensen menos en Arquitectura (en mayúscula), en dinero o en las ciudades del año 2000, y más en su oficio de arquitecto. Que trabajen con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces, y de los hombres que mejor conocen, siempre apoyándose en una base firme de dedicación, de buena voluntad y de honradez (honor).
Tengo el convencimiento de que cualquier arquitecto de nuestros días, medianamente dotado, preparado o formado, si puede entender esto también puede fácilmente realizar una obra verdaderamente viva. Esto es para mí lo más importante, mucho más que cualquier otra consideración o finalidad, sólo en apariencia de orden superior.
Creo que nacerá una auténtica y nueva tradición viva de obras que pueden ser diversas en muchos aspectos, pero que habrán sido llevadas a cabo con un profundo conocimiento de lo fundamental y con una gran conciencia, sin preocuparse del resultado final que, afortunadamente, en cada caso se nos escapa y no es un fin en sí, sino una consecuencia.
Creo que para conseguir estas cosas hay que desprenderse antes de muchas falsas ideas claras, de muchas palabras e ideas huecas y trabajar de uno en uno, con la buena voluntad que se traduce en acción propia y enseñanza, más que en doctrinarismo. Creo que la mejor enseñanza es el ejemplo; trabajar vigilando continuamente para no confundir la flaqueza humana, el derecho a equivocarse -capa que cubre tantas cosas-, con la voluntaria ligereza, la inmoralidad o el frío cálculo del trepador.
Imagino a la sociedad como una especie de pirámide, en cuya cúspide estuvieran los mejores y menos numerosos, y en la amplia base las masas. Hay una zona intermedia en la que existen gentes de toda condición que tienen conciencia de algunos valores de orden superior y están decididos a obrar en consecuencia. Estas gentes son aristócratas y de ellos depende todo. Ellos enriquecen la sociedad hacia la cúspide con obras y palabras, y hacia la base con el ejemplo, ya que las masas sólo se enriquecen por respeto o mimetismo. Esta aristocracia, hoy, prácticamente no existe, ahogada en su mayor parte por el materialismo y la filosofía del éxito. Solían decirme mis padres que un caballero, un aristócrata es la persona que no hace ciertas cosas, aun cuando la Ley, la Iglesia y la mayoría las aprueben o las permitan. Cada uno de nosotros, si tenemos conciencia de ello, debemos individualmente constituir una nueva aristocracia. Este es un problema urgente, tan apremiante que debe ser acometido en seguida. Debemos empezar pronto y después ir avanzando despacio sin desánimo. Lo principal es empezar a trabajar y entonces, sólo entonces, podremos hablar de ello.
Al dinero, al éxito, al exceso de propiedad o de ganancias, a la ligereza, la prisa, la falta de vida espiritual o de conciencia hay que enfrentar la dedicación, el oficio, la buena voluntad, el tiempo, el pan de cada día y, sobre todo, el amor, que es aceptación y entrega, no posesión y dominio. A esto hay que aferrarse.
Se considera que cultura o formación arquitectónica es ver, enseñar o conocer más o menos profundamente las realizaciones, los signos exteriores de riqueza espiritual de los grandes maestros. Se aplican a nuestro oficio los mismos procedimientos de clasificación que se emplean (signos exteriores de riqueza económica) en nuestra sociedad capitalista. Luego nos lamentamos de que ya no hay grandes arquitectos menores de sesenta años, de que la mayoría de los arquitectos son malos, de que las nuevas urbanizaciones resultan antihumanas casi sin excepción en todo el mundo, de que se destrozan nuestras viejas ciudades y se construyen casas y pueblos como decorados de cine a lo largo de nuestras hermosas costas mediterráneas.
Es por lo menos curioso que se hable y se publique tanto acerca de los signos exteriores de los grandes maestros (signos muy valiosos en verdad), y no se hable apenas de su valor moral. ¿No es extraño que se hable o escriba de sus flaquezas como cosas curiosas o equívocas y se oculte como tema prohibido o anecdótico su posición ante la vida y ante su trabajo?
¿No es curioso también que tengamos aquí, muy cerca, a Gaudí (yo mismo conozco a personas que han trabajado con él) y se hable tanto de su obra y tan poco de su posición moral y de su dedicación?
Es más curioso todavía el contraste entre lo mucho que se valora la obra de Gaudí, que no está a nuestro alcance, y el silencio o ignorancia de la moral o la posición ante el problema de Gaudí, que esto sí está al alcance de todos nosotros.
Con grandes maestros de nuestra época pasa prácticamente lo mismo. Se admiran sus obras, o , mejor dicho, las formas de sus obras y nada más, sin profundizar para buscar en ellas lo que tienen dentro, lo más valioso, que es precisamente lo que está a nuestro alcance. Claro está que esto supone aceptar nuestro propio techo o límite, y esto no se hace así porque casi todos los arquitectos quieren ganar mucho dinero o ser Le Corbusier; y esto el mismo año en que acaban sus estudios. Hay aquí un arquitecto, recién salido de la Escuela, que ha publicado ya una especie de manifiesto impreso en papel valioso después de haber diseñado una silla, si podemos llamarla así.
La verdadera cultura espiritual de nuestra profesión siempre ha sido patrimonio de unos pocos. La postura que permite el acceso a esta cultura es patrimonio de casi todos, y esto no lo aceptamos, como no aceptamos tampoco el comportamiento cultural, que debería ser obligatorio y estar en la conciencia de todos.
Antiguamente el arquitecto tenía firmes puntos de apoyo. Existían muchas cosas que eran aceptadas por la mayoría como buenas o, en todo caso, como inevitables, y la organización de la sociedad, tanto en sus problemas sociales como económicos, religiosos, políticos, etc., evolucionaba lentamente. Existía, por otra parte, más dedicación, menos orgullo y una tradición viva en la que apoyarse. Con todos sus defectos, las clases elevadas tenían un concepto más claro de su misión, y rara vez se equivocaban en la elección de los arquitectos de valía; así, la cultura espiritual se propagaba naturalmente. Las pequeñas ciudades crecían como plantas, en formas diferentes, pero con lentitud y colmándose de vida colectiva. Rara vez existía ligereza, improvisación o irresponsabilidad. Se realizaban obras de todas clases que tenían un valor humano que se da hoy muy excepcionalmente. A veces, pero no con frecuencia, se planteaban problemas de crecimiento, pero afortunadamente sin esa sensación, que hoy no podemos evitar, de que la evolución de la sociedad es muy difícil de prever como no sea a muy corto plazo.
Hoy día las clases dirigentes han perdido el sentido de su misión, y tanto la aristocracia de la sangre como la del dinero, pasando sobre todo por la de la inteligencia, la de la política y la de la Iglesia o iglesias, salvo rarísimas y personales excepciones contribuyen decisivamente, por su inutilidad, espíritu de lucro, ambición de poder y falta de conciencia de sus responsabilidades al desconcierto arquitectónico actual.
Por otra parte, las condiciones sobre las cuales tenemos que basar nuestro trabajo varían continuamente. Existen problemas religiosos, morales, sociales, económicos, de enseñanza, de familia, de fuentes de energía, etcétera, que pueden modificar de forma imprevisible la faz y la estructura de nuestra sociedad (son posibles cambios brutales cuyo sentido se nos escapa) y que impiden hacer previsiones honradas a largo plazo.
Como he dicho ya en líneas anteriores, no tenemos la clara tradición viva que es imprescindible para la mayoría de nosotros. Las experiencias llevadas a cabo hasta ahora y que indudablemente en ciertos casos han representado una gran aportación, no son suficientes para que de ellas se desprenda el camino imprescindible que haya de seguir la gran mayoría de los arquitectos que ejerce su oficio en todo el mundo. A falta de esta clara tradición viva, y en el mejor de los casos, se busca la solución en formalismos, en la aplicación rigurosa del método o la rutina y en los tópicos de gloriosos y viejos maestros de la arquitectura actual, prescindiendo de su espíritu, de su circunstancia y, sobre todo, ocultando cuidadosamente con grandes y magníficas palabras nuestra gran irresponsabilidad (que a menudo sólo es falta de pensar), nuestra ambición y nuestra ligereza. Es ingenuo creer, como se cree, que el ideal y la práctica de nuestra profesión pueden condensarse en slogans como el del sol, la luz, el aire, el verde, lo social y tantos otros. Una base formalista y dogmática, sobre todo si es parcial, es mala en sí, salvo en muy raras y catastróficas ocasiones. De todo esto se deduce, a mi juicio, que en los caminos diversos que sigue cada arquitecto consciente tiene que haber algo común, algo que debe estar en todos nosotros. Y aquí vuelvo al principio de esto que he escrito, sin ánimo de dar lecciones a nadie, con una profunda y sincera convicción.
José Antonio Coderch, 1960
16 comentarios:
Primero de todo, aprovecho este comentario para darles las gracias por el enlace que me proporcionó. Mañana mismo voy a imprimir el escrito de Larra para leer por primera vez las palabras que este hombre escribía. Ya le contaré.
Con este nuevo artículo, parece que quiere usted seguir mostrándonos que las cosas se quedaron en un punto y a parte y ya no avanzan, que la sociedad está llena de mentiras y solo hay cabida a una chispa que lo encienda todo, cosa que veo cada vez más difícil a no ser que muchas chispas esparcidas generen el fuego general que lo destruya todo.
No me extraña la fecha de 1960 para el escrito del señor Coderch. Quince años después de la guerra y en plena guerra fría, ya el capitalismo se hacía vivo en el mundo occidental y el dinero era el verdadero diós. Su escrito, para mí que entiendo poco de arquitectura, me parece predispuesto a una queja ante la sociedad que se avecinaba y que hoy en día vivimos y que hoy en día puede ser que se acabe o se refunde, ya veremos.
Estoy totalmente de acuerdo con el escrito de este señor, pues sin duda ha sabido ver en el inicio lo que padecemos hoy y creo que poca gente le hizo caso en su momento, desgraciadamente. Solo discrepo en una cosa, ya que su visión capitalista de la jerarquización de las clases ciudadanas, es igualmente injusta a pesar de que él crea que antes los aristócratas eran fieles a su misión. No creo tal cosa, pues los aristócratas nunca han enriquecido sociedad alguna, ni los ciudadanos que la componene. La aristocracia que él llama, como la Iglésia y más tarde la burguesia, nunca se ha preocupado de enriquecer a la sociedad, más que para enriquecerse a ellos mismos, buscando el dinero, tal como hoy. Aunque si es verdad que este ansia de poder y metal se ha multiplicado por muchos miles, no tanto por una diferencia de sistema, sino por la facilidad que ha dado el capitalismo a las clases medias de buscar y encontrar ese poder. Esto es lo que diferencia el capitalismo del feudalismo.
Por lo tanto, su creencia de una pirámide justa es totalmente falsa, pues una jerarquía institucional siempre es injusta. Solo encontramos justicia social en un sistema horizontal, donde no haya unos que tenga que salvaguardar a las masas, sino donde todo el mundo salvaguarde a todo el mundo.
Cambiando de tema radicalmente, pero en sintonía con su artículo. Donde vivo en Francia, he conocido a muchos arquitectos porque estube una vez okupando el piso donde vivían muchos de ellos (con su consentimiento) e hice muchos amigos. Una vez me interesé por como funcionaba hoy en día la arquitectura y me acerqué a uno de ellos que estaba trabajando con el ordenador. Le pregunté y me contestó que hoy la arquitectura es meter los datos obtenidos, aplicar la normativa y te sale el edificio. Claro está, también me hablo de las ordenes y otras cosas que usted también ha explicado. Mas a mí me intrigó la desidia del arquitecto actual. Datos, normativa y ganar dinero, esto último también lo añadió. Aunque últimamente hay menos trabajo y también menos dinero, posiblemente una revolución en la arquitectura? Ya se sabe que con menos dinero más crece la creatividad, ya que hay más libertad.
Mi amigo en todo caso, ese dinero lo utilizaba y utiliza para luego invertirlo en otro tipo de construcciones, donde la pasión y el amor ganan al poder y la avaricia.
saudos
He leído con atención tus reflexiones-pregunta y las ideas de José Antonio Coderch, y ciertamente hay similitudes entre la figura del arquitecto y la del profesor, pero yo matizaría que el profesor se encuentra con un material humano ¿se puede llamar así? altamente inestable y que se encuentra allí obligado. No olvides que nuestra escuela secundaria se denomina ESO, escuela secundaria OBLIGATORIA. Eso determina muchas cosas. A nadie le gusta que le encierren en un lugar de forma obligatoria, aunque sea por su bien, y hay un tipo de alumnos que son objetores de cualquier esfuerzo u organización. El profesor es un conductor de seres humanos, no cabe duda, y depende de su habilidad para la dirección de grupos, el éxito relativo de su misión. Hablamos de éxito relativo porque en la escuela pública es difícil hablar de éxito absoluto. Todo es evanescente. Treinta muchachos en plena adolescencia, con las hormonas disparadas, con toda su rebeldía a cuestas frente al sistema y al esfuerzo. No es fácil conducir este grupo humano. Hace falta empatía, convicción, capacidad de liderazgo, entereza y tener la moral a prueba de bombas. Un profesor débil psicológicamente es un profesor frágil expuesto a cualquier situación de tensión. Además los alumnos van cambiando. Las fórmulas que valían hace cinco años, ya no son válidas. Las leyes cambian continuamente, los padres eluden en muchos casos su responsabilidad y no pueden controlar ya a sus hijos adolescentes. En la escuela se juntan todos los colores y en plena adolescencia los conflictos son muy agudizados. La materia que imparte el profesor pasa a ser un aspecto mínimo de su actividad docente. Se imponen otros valores y funciones relativas a lo social, a la dirección de grupos. He visto a profesores magníficos tomando pastillas estimulantes para poder mantener su nivel de exigencia con grave peligro para su corazón. Los que trabajamos en la enseñanza sabemos que todo es relativo, que no siempre se pueden levantar edificios magníficos (esto es lo raro) y que a veces levantamos chozas o viviendas lacustres. Es más importante lo humano y social que lo intelectual. Pero esto es un problema para la escuela pública, porque las escuelas de élite privadas dan mucha mayor relevancia a lo intelectual con una clara falta de igualdad social para quien tiene que vivir una escuela sometida a todas las contradicciones de la escuela pública que reúne todas las carencias y dificultades sociales. Todo se concentra en la escuela. Para nuestra maravilla y para nuestra desolación.
Amigo Eloi, me falta mucha formación política para poder contestarle adecuadamente. No obstante, haré lo que pueda.
Pretendí con el artículo mostrar cómo creo que se consigue autoridad moral en la dirección de obras. Hace poco se discutió acerca de si se iba a hacer autoridad pública por decreto a los profesores. Simplemente quise poner un ejemplo de que quien ya tiene esa autoridad, y también por decreto, debe intentar obtener también autoridad moral si quiere lograr su fin de servir a los demás.
No sé cuando se produjo ese punto y aparte. Lo que sí me parece es que la realidad y la historia sí han sido tergiversadas y que los seres humanos y entre ellos los españoles seguimos sin emanciparnos. Ayer leía unas premáticas de Carlos IV, expuestas por Azorín: en una resolución de 18 de diciembre de 1804 su majestad manda se vede el uso del sombrero gacho o chambergo, ya que es "indecente y nada conforme con la debida circunspección de las personas". El 26 de marzo de de 1795, el mismo Carlos IV prohíbe que en las tabernas se venda "todo mantenimiento cocido o guisado". El 11 de agosto de 1789 se manda que "ninguna persona de cualquier estado, clase y condición que sea , forme bailes en el Paseo del Prado por las noches; cuya prohibición absoluta se entienda también en las eras, en el campo y en cualquier otro paseo, bajo la pena, a los músicos, de diez ducados y quince días de cárcel, y a los que bailaren, que se procederá contra sus personas atendida la calidad, clase y circunstancias de cada uno. En la Real Orden de 28 de abril de 1791 se regula lo concerniente a los cafés que "se cerrarán, en el invierno, desde el 1º de octubre hasta el fin de abril, a las diez de la noche y desde 1º de mayo hasta último de septiembre, a las once" Y, aunque la ministra de sanidad actual piensa que es original e innovadora, en el artículo tercero de la real orden se prohíbe tajantemente fumar en los cafés, así como se indica que "en los cafés no se leerán gacetas ni otros papeles públicos", sugerencia que aprovechamos para hacer a la ministra para no ser menos que el ilustre Don Carlos IV. En fin , para no alargarme, se prohíbe también hablar del gobierno en los cafés. No hagamos mención a las premáticas de Felipe IV determinando el modo de peinarse de los varones de modo que el cabello no pueda pasar jamás de la oreja, amenazando a los barberos con pena de veinte mil maravedís y diez días de cárcel por la primera vez, y por la segunda, la dicha pena doblada y cuatro años de destierro.
Quiero decir con esto, Eloi, que a pesar de mi falta de formación pienso que la verdadera función del pueblo español está por descubrir. Que hasta que este pueblo no tenga la oportunidad de educarse no sabremos lo que puede dar de sí. Y que lo único que merece ser recordado de nuestra historia son, para mí, las palabras de nuestros escritores, desde Fray Luis de Granada, por ejemplo, que son los unicos que han querido a España y los únicos que han sabido ver en cada momento nuestras cuitas, nuestras injusticias y nuestras buenas razones. (continúa)
(Continuación)
Intentando ser más breve, le diré pienso que Coderch se refiere no a una aristocracia de la sangre o del dinero sino a una intelectual a la que puede pertenecer cualquiera que esté dispuesto a ser honrado. Fíjese que dice que "Cada uno de nosotros, si tenemos conciencia de ello, debemos individualmente constituir una nueva aristocracia" poco después de definirla en lo que sus padres le explicaban era un caballero o un aristócrata.
Por último, no creo que los edificios "salgan" de la aplicación de ningún parámetro. A mí, desde luego, no me ha salido ninguno sino que todo lo que he diseñado me ha costado mucho esfuerzo, poniendo al límite mis capacidades. En todos los oficios se puede trabajar con amor o por un interés simplemente material; el resultado no tiene nada que ver en los dos casos.
Otra cosa es que cada sociedad se retrata de algún modo en lo que construye. Pero el oficio de arquitecto, como cualquier otro, pues no es diferente a los demás, puede ejercerse con pasión y amor, como, por otra parte, parece que en otra dirección lo hace su amigo.
Muchísimas gracias por su visita y por su comentario.
Querido Joselu, muchísimas gracias por tu esfuerzo al comentarme. Recuerdo algunos otros blogs en los que te ví, hace ya mucho, comentar pacientemente, una y otra vez (y todavía te veo). Hubo un tiempo, al principio de conocerte, en que no me daba cuenta de tu bondad al hacerlo; creo que por primera vez se me hizo la luz en aquél blog de Ainhoa en el que coincidíamos. Y al igual que le expliqué a ella, al verlo yo, que eras su verdadero amigo, hoy tengo que darte las gracias por serlo mío, como lo seguirás siendo de ella y de tantos otros.
Escribí esta entrada hace unas semanas, cuando surgió la polémica ante el propuesto decreto de autoridad de Aguirre para la C. de Madrid. No lo publiqué entonces por seguir la idea de alejarme de la actualidad que pudiera tener. Simplemente pensé que al plantearse si serviría una autoridad por decreto para la escuela podría ser de utilidad mi experiencia, que me dice que es más efectiva la autoridad moral que la impuesta, aunque tener esta última siempre puede ayudar a evitar un desastre. Y claro que comprendo parte de la dificultad de la actual escuela pública, aunque lo que se sabe por referencias no puede -no puedo yo al menos- comprenderse tan vivamente como lo que se ve de primera mano.
Puse el escrito de José Antonio Coderch, porque me ayudó, sobre todo en los comienzos del ejercicio de mi profesión. Es un escrito que admiro, porque nos abre la vía a cada uno de comportarnos como los grandes maestros en el sentido en que podemos imitarlos, en la actitud y en el esfuerzo, no en la inteligencia y el talento, que no están a nuestro alcance y que suele ser lo que más nos llama la atención.
Y quede dicho que, con respecto a autoridad en la escuela, tú la tienes toda ante mí.
¡Gracias una vez más, Joselu!
Muchas gracias, amigo. Una voz cálida y amante de la cultura como la tuya me estimula a seguir compartiendo. Un cordial saludo.
Es verdad que me dejé llevar en demasía por el escrito de Coderch y no presté atención al mensaje que quería mandar con su artículo.
Yo no creo que la solución final sea la de hacer autoridad pública por decreto a los profesores. Creo que su ejemplo ya ilustra el porqué de mi opinión. Para poner otro ejemplo, en Francia ya existe este tipo de autoridad, no sé si púbica, pero por ejemplo al profesor se le debe llamar de usted y por su apellido, a parte de que los alumnos deben levantarse cuando el profesor entra y nunca llegar después de él. No sé si se hace por ley o son tradiciones que no se han perdido de la vieja República. Lo que sé es que no funcionan y los mismos problemas que hay en España, son los que hay en Francia. Incluso si lo hicieran por decreto en Francia o en España, el problema sería el mismo. La autoridad no se impone, se debe ganar, tal como ha ejemplificado uste. Otra cosa es el autoritarismo que muchos profesores confunden con autoridad moral. El autoritarismo lleva a la falta de respeto al alumnado.
Yo creo que realmente se solucionarán las cosas cuando se acabe de hacer hipocresía sobre la educación. Hoy en día tenemos los jóvenes que el sistema quiere y le interesa y el Estado no está interesado en que esto acabe, porque si tuvieramos una buena educación, tendríamos otra sociedad y posiblemente otros cuántos mayos del 68 o revoluciones francesas traicionadas. La educación está ligada a los intereses del sistema económico capitalista, el cual necesita mano de obra barata e ideológicamente nula. La escuela, instituto y Universidad, hoy en día, son fábricas que transforman un producto de valor zero, pues cuesta dinero, en un producto de valor positivo capaz de dar dinero a los ricos, el cual se saca de la fábrica según la necesidad. Mientras esto sea así, el problema de la educación nunca se va acabar.
Por ejemplo, hace un tiempo, todos los estados estaban deseosos de tener un alto número de universitarios para mostrar efectividad, cultura, etc bajando los niveles exigidos. Hoy en día, estos mismos estados se dan cuenta que el nivel universitario es nulo, que el sistema no necesita tantos diplomados y licenciados y por eso, se ha cambiado la ley, se van a aumentar las exigencias y se potencian las formaciones profesionales, que es lo que realmente da dinero, sobretodo de la parte servicios (los cuales cada año que pasa están más privatizados pero con mucha subvención detrás).
En definitiva, quieren cambiar algo en la educación, busquen el respeto y unanse para cambiar el sistema.
saludos
Es muy interesante esta entrada. Lástima no tener tiempo de comentarla como es debido. Esta claro que no todo es Potestas. La autoridad moral es necesaria. Al mismo tiempo la mentalidad extendida actualmente es que todos sabemos de todo y que el que tiene poder abusa de él y hace lo que le da la gana. Por ese motivo el paciente le dice al médico que le haga no se qué análisis (¿Es que quieren ahorrarse el dinero?) o el padre del alumno le dice al profesor que quien tiene que esforzarse es el profesor sin preocuparse del esfuerzo de su hijo.
No sé si en saberes muy técnicos los que saben menos reconocerán su ignorancia, pero en saberes como la educación (que tienen poco de ciencia) la facilidad para cuestionar es mucha y el deseo de cuestionar muy grande.
Eloi, no puedo decirle otra cosa sino que comparto la mayoría de sus apreciaciones. Supongo que tenemos bastante diferencia de edad y que hemos seguido caminos distintos. Yo me he adaptado al sistema; para mí ha sido un proceso arduo llegar a compartir estas ideas con usted. Lo que usted ve con claridad yo lo veía confusamente. Pero como no he podido comulgar nunca con ruedas de molino ha habido cosas que nunca he querido hacer, por lo que he tenido que vivir en cierta soledad y aislamiento. Solamente encontraba yo en los escritores antiguos afinidad y comprensión. A veces, muchas veces, un frailecillo del siglo XVI, escribiendo en la celda de su monasterio, estaba mucho más cerca de mí que todos mis vecinos. Veo ahora que usted intenta vivir de otra forma y me alegra el contemplarlo. Usted, mucho más joven, ya ve claramente muchas cosas. Y siento que es mucho más libre de lo que yo he sido. Que dispone ya de la libertad de ver la verdad, que es la única que yo creo que existe. Así que le envío mucho ánimo en sus propósitos, junto con mis felicitaciones por ese niño que he visto va a empezar muy pronto a convivir con usted.
Perdóneme si me he salido, en esta respuesta, del tema que nos ocupaba; ya lo que ha dicho usted me parece que refleja bien cómo pensamos los dos. Ocurre que he leído algo de sus escritos y estas son las palabras que me ha sugerido esa lectura.
Reciba, desde la distancia, un fuerte abrazo.
Desde mi punto de vista, elquebusca, los que hemos tenido autoridad porque nos la ha cedido el estado nos hemos ganado a pulso las dudas que la sociedad tiene sobre nosotros. Porque muchas veces esa autoridad se ha ejercido caprichosamente y sin cuidar el extraordinario esfuerzo que debíamos haber hecho para confirmar cada día que la merecíamos. A veces no hemos sido conscientes del valor y la excepcionalidad en el trato común que esa autoridad representaba. La pulsión general que nos dirige a valorar exclusivamente los bienes materiales creo que ha contribuido a esto. Pienso que hay ya profesionales que ignoran la gratificación humana que se recibe después de hacer un trabajo bien hecho y que verdaderamente sirva a los demás. Porque si el fin es ganar dinero, medrar, siempre está la tentación de representar las apariencias formales de la autoridad sin acompañarlas del esfuerzo interior y la rectitud de intención que esta autoridad exige.
Y no tengo más remedio que confirmar que también en los saberes muy especializados todo se cuestiona. He visto a un peón albañil opinar sobre la cantidad y distribución de acero en una estructura con una firmeza que yo, con treinta años de experiencia, no me atrevo a exponer sin haberla calculado previamente.
No pasa nada, muchas gracias por sus ánimos y felicitaciones, siempre viene bien para seguir haciendo lo que uno piensa que está bien y es en lo que cree.
Gracias a usted por sus escritos, porque me parecen muy cultos e inteligentes. Además de que me hace (re)descubrir escritores, pensadores y demás gente noble, como diría el amigo Coderch. Si no le importa, seguiré pasando por su blog una temporada, pues me siento bien.
Solo una apreciación, puede que en el último escrito no lo especificara muy bien, lo escribí cansado, con falta de sueño, que estaremos de acuerdo en que es lo peor para escribir y situar las ideas que se quieren transmitir. El niño es una niña, se llama Amapola y ya tiene un año y 4 días, es decir, ya comvive conmigo y estoy contento, aunque es difícil, pero eso son otra cuestiones.
No tome a mal la apreciación. Lo digo porque revisando mi último post, debo confesar que no está muy claro y, sobretodo, el apartado de mi hija. Solo puedo decir, para defenderme de la ofuscación que he generado, que estoy tan acostumbrado a que mis lectores sean los mismos siempre, que escribo como si estuviera en familia y es verdad que a veces digo cosas que no son claras para los nuevos lectores de mi blog. Son como un guiño a los de siempre. No obstante, no se sienta rechazado y está invitado a pasearse por la montanya siempre que quiera.
saludos y le acepto de grado ese abrazo y le envío otro.
Eloi, la confusión con su niña fue culpa mía. Leí una entrada en "Descubriendo mundos" en la que hablaba de su compañera Caro y de otra persona que vendría. No me di cuenta de que la fecha de la entrada era 22-09-2008 así que pensé, erróneamente, que su escrito era de este año 2009. Así que ahora me alegro más. Qué bellos son los niños a esa edad de un año. Y qué bellos seríamos todos si no dejáramos de ser niños. ¡Qué emociones tan fuertes! Yo he tenido hijos ya mayor, tengo una hija de diez y otros dos hijos de 8 y de 6.
Amapola es un nombre precioso.
Gracias por todo, Eloi.
Francisco a mí me funciona la autoridad moral, tanto para respetarla, como para hacerse respetar, pero por estos tiempos lastimosamente no abunda y en el aula es mucho más complicado, por el variopinto grupo que tiene un maestro que manejar, en casa hago maromas para no desacreditar a los maestros de mi hija ante procedimientos que me parecen absurdos, pero que los asumen como norma, más de una charla en privado he tenido sobre el tema con ellos, pero ni por un instante me creo que logre el cambio, se precisa en cualquier ámbito partir del respeto personal, el toque individual y sobre todos que encontremos más Momos por ahí, dispuestos a escuchar.
Un abrazo
Yolanda, yo no intento ni acreditar ni desacreditar a los maestros de mis hijos. Cuando los procedimientos, como dices, me parecen erróneos -y muchas veces no es cosa de subjetivismos, porque hay hasta faltas evidentes de sentido o corrección gramatical, concordancias, por ejemplo- lo digo y digo por qué. Y cuando se acierta o algo está expuesto brillantemente lo digo también. Me parece que no está mal matizarlo todo, de modo que los niños se acostumbren a ver un mundo lleno de grises en el que unas cosas están claras para todos, otras solo para algunos y otras nos tienen en la duda. Dando el respeto a todos por supuesto, me parece que solamente comprendiendo el esfuerzo y la dificultad que tiene el acertar puede valorarse el trabajo de sus profesores. Si los autorizara mecánicamente, creo que haría un mal. Todos los seres humanos somos frágiles y llenos de limitaciones, desde cualquiera de nosotros hasta los que ocupan los mas altos puestos en las naciones. Y me parece esencial que los niños vean que superar esas limitaciones requiere de todos mucho esfuerzo, de los profesores y también de los alumnos. Y sin ese esfuerzo, ni los profesores ni los alumnos las superan. Y si no digo a mis hijos la verdad, reviento.
Hola. Llego aquí desde el blog de Joselu y quería decir que me ha encantado este artículo, cuyas impresiones comparto plenamente.
Mi breve experiencia docente indica que suelen reclamar la autoridad impuesta precisamente aquellos que son incapaces de alcanzar la autoridad moral.
Un saludo.
José Luis.
Gracias, José Luis, por tu visita y por tus palabras. El artículo es largo, por lo que todavía te agradezco más el esfuerzo de leerlo. Como puedes ver, tu comentario me ha servido para conocer yo también tu blog, que me ha encantado.
Así que cuenta con un suscriptor más en Google Reader.
Un cordial saludo
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