martes, 29 de septiembre de 2009

LOS CLÁSICOS CASTELLANOS


 Tengo entre los libros de mi biblioteca un ejemplar de "Ciencia del lenguaje y arte del estilo", de Martín Alonso. Este libro es una especie de compendio de lengua y literatura en castellano que va desde la descripción de la génesis y evolución de nuestro idioma hasta estudios de morfología y sintaxis castellanas sin descuidar la estilística, una interesante relación de bibliografía básica y hasta una antología de escritores y un pequeño diccionario ideológico. Siempre me gustaron los libros de preceptiva y atesoro un magullado libro de texto, en la tradición de "Agudeza y Arte de Ingenio" de Baltasar Gracián, del comienzo de los años cuarenta.
En este magnífico libro de Martín Alonso, en su parte bibliográfica, podemos contemplar la existencia de un cuerpo fundamental de ediciones de clásicos castellanos que se creó y estuvo vigente a lo largo de poco más de un siglo. En esta relación de textos, ocupaban, en mi opinión, un lugar destacado la colección de Clásicos Castellanos de la editorial Espasa-Calpe, la Biblioteca de Autores Cristianos, de la Editorial Católica y, sobre todo, la Biblioteca de Autores Españoles, de Rivadeneyra, propiedad de la Real Academia Española.
Una parte de la BAE puede encontrarse digitalizada. No se comprende que cuando esta digitalización la realiza Google Books, la lectura sea fácil y rápida, mientras que cuando la digitalización la hace la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, la lectura de un libro se realice incómoda y farragosamente, ya que tal libro se ha convertido, para el visitante, en una adición sin más de una serie de archivos jpg.
Ya dijimos, al hablar de la obra de Azorín, que nos parece incontestable que en el cuerpo de nación de España se encuentra insertado, como parte fundamental, su cultura, su lengua, sus tradiciones y su literatura. Tendrá todo esto más o menos interés para unos y otros, según el interés que despierte esta nación, pero es curioso que para alguien que se denomine a sí mismo Gobierno de España, la literatura española no tenga importancia. Digo ésto, porque, si la tuviera, con una millonésima parte de los recursos que ese tal Gobierno de España dedica a fruslerías podría editarse y mantenerse accesible un cuerpo fundamental de literatura española.
¿Para qué sirve tener editado este cuerpo fundamental? Si se piensa que para nada, como así parece que lo piensa el Gobierno de España, esto significa que estamos de vuelta al pleno siglo XIX, exactamente al año 1846, año en que empieza a publicarse la biblioteca de Rivadeneyra, año hasta el cual la situación era parecida a la de ahora. Era entonces y es ahora difícil leer, compilada en un libro, la obra de nuestros escritores esenciales.
Conformémonos con Google Books, ya que no tenemos otro remedio. Y en Google Books veremos que la lectura de las obras de la BAE conlleva muchas ventajas, a mi entender, frente a las pocas ediciones actuales, siempre parciales, que puedan competir con ella.
La tipografía de la BAE es magnífica; el formato del texto a dos columnas, el ideal; es sabido que si se distribuye un texto de modo que podamos abarcar cada línea de un solo golpe de vista es más fácil la comprensión en la lectura rápida. Parece que en esto de la lectura rápida sabían más los impresores del siglo XIX que algunos de los actuales. Además de todo esto, en los tomos de la BAE suele encontrarse la obra completa del autor en cuestión, por lo que resulta fácil navegar por ella, así como un pequeño estudio preliminar, en algunos casos de interés. Para terminar, la BAE no lleva notas al margen, bibliografía ni estudios críticos. ¿Considero que suele ser mejor una edición sin notas que una con notas? Sí; desgraciadamente, lo considero así. Si las notas tuvieran la intención de aclararnos las intenciones oscuras del autor, caso de existir esta oscuridad, comprendería su utilidad. Pero si las notas tienen, como suelen, la intención de poder apropiarse de los derechos de autor de una obra cuyos derechos han caducado, las notas me parecen un abuso y un engaño y un estorbo y una distracción al lector. Las mejores notas, para mí, consisten en tener un buen diccionario a mano. Y la mejor edición del Quijote, una vez que fue puntuado, es la de Cervantes. La prefiero a las que figuran como "edición de fulano de tal, catedrático" o "edición de mengano de cual, de la Real Academia". Tampoco la Academia es lo que era.
Como primera recomendación para la lectura de los volúmenes de la BAE tengo que daros la que me di a mí mismo, ya que fueron los primeros tomos que adquirí, hace ya muchos años. Son los correspondientes a los Poetas líricos de los siglos XVI y XVII.
En estos dos volúmenes de la BAE, los correspondientes a los tomos I y II de los Poetas líricos de los siglos XVI y XVII está el cuerpo fundamental de la poesía lírica española. Allí están, ordenadas por D. Adolfo de Castro, nada menos que las obras de Garcilaso, de Gutierre de Cetina, de Hurtado y de Castillejo, de Fernando de Herrera, de Medrano, de Céspedes y de Pacheco, de Francisco de Rioja, de Juan de Arguijo, de Baltasar del Alcázar, del doctor Juan de Salinas, de Pedro de Quirós y de D. Luis de Góngora. De Pedro de Espinosa, de Trillo y Figueroa, de Juan de Jáuregui, de Felipe IV y del infante D. Carlos de Austria, de Villamediana, de Miguel Moreno, de Polo de Medina y de Agustín Salazar, de Alonso de Varros, de Pérez de Herrera, de los Argensola, Lupercio Leonardo y Bartolomé,  de Enríquez Gómez, del conde de Rebolledo, de Setanti, de Juan Rufo, de Mirademescua, de Velasco, de Solís, de Valenzuela, de C. de Figueroa y de Nieto y Molina, además de la Floresta de varia poesía.
 Para terminar, algún ejemplo de la poesía, hoy olvidada, que podemos encontrar allí. No citaré a ninguno de los autores principales, harto sabido el placer de su lectura. Pero sí podemos ilustrarnos con algún poeta que sea hoy medio desconocido, con el objeto de intentar despertar vuestra curiosidad. Vayamos pues con una pequeña muestra de los epigramas de Manuel Moreno.
"Dicen, Pedro, que dispones
la retórica estudiar,
y que cuidas de hallar
maestro y buenas lecciones.
Yo, a tu provecho inclinado
(y porque menos te inquietes),
diré que estudies billetes
en que se pide prestado."
... ... ... ... ... ...
"Sacando a Pedro a ahorcar,
dije que animoso fuera,
y respondió: "Yo lo hiciera
si me fuera yo a matar;
pero en tan bajo sufrir
de que a mí jamás me plugo,
ponga el ánimo el verdugo,
baste poner yo el morir."
... ... ... ... ... ...
"Pedro, mientras militares
debajo de superior,
será muy nocivo error
si a esta advertencia faltares:
Del manejo nunca a ti
los aciertos te atribuyas;
muestra ser acciones suyas,
y corra el daño por mí."

martes, 22 de septiembre de 2009

AZORÍN, ANECDÓTICO


Azorín es autor de una obra esencial y por ella perdura. Pero tal vez no esté de más dar un breve paseo por lo que son sus alrededores; tal vez pequeñas anécdotas, junto con algún juicio crítico de autoridad de más valor que la mía, puedan servir para acercarnos a ese hombre tan desconocido hoy en día como es Azorín, con el ánimo de atraer a alguien hacia el inmenso gozo que da la lectura de su obra.
Al día siguiente de su muerte se escribe, en la necrológica del periódico La Vanguardia, el sambenito de siempre: "El hombre que exaltó lo vulgar en primorosa creación artística, [...]". Ya se ve que el periodismo no ha cambiado tanto desde entonces, 3 de marzo de 1967. Es imposible decir un disparate mayor acerca del significado de la obra de Azorín, y lo peor es que ese disparate se repite y se repite y se repite.
Un año antes de su muerte, el 23 de marzo de 1966, escribe en una carta: "¡Cuántas cosas se ven por el mundo! El Presidente de los Estados Unidos está haciendo efectivo un pensamiento de Pascal. Este: No pudiendo hacer que lo justo sea lo fuerte haremos que lo fuerte sea lo justo". Para los que piensan que el mundo cambia y que los clásicos no saben nada de la actualidad, queda esta frase anecdótica de Azorín, frase que no será posible encontrar explícita en su obra publicada, ya que, como hemos dicho, en lo que publicó Azorín hay que leer siempre entre líneas.
Otro ejemplo, otra anécdota de la actualidad de nuestros clásicos. Copiemos de un sencillo artículo de Azorín, publicado el primero de octubre de 1896 y que puede ser consultado...nada menos que en Amsterdam:
"La explotación del socialismo.
Desde Valencia
"Mentira tras mentira. Después de la explotación democrática, la explotación republicana y tras ella la explotación del socialismo. Es una farsa más. Necesítase una idea que alucine al obrero y le desvíe de la persecución de sus verdaderos derechos[...]
"Eso es el socialismo autoritario: una buena forma de distraer las fuerzas del pueblo, un nuevo sistema de medro personal, una flamante fábrica de actas. ¿Por qué los que se dicen amigos de la verdad, defensores de la justicia, amantes de la lógica, no renuncian a los procedimientos de los partidos monárquicos y republicanos? ¿Por qué mantener con nombres diversos los mismos resortes políticos, la misma organización social? ¿Qué me importa a mí, obrero que con mis manos he de ganar el pan diario, que me imponga la ley un monarca, un presidente o una junta?
"No se hable de la conquista del poder por el obrero. Eso es absurdo. Un obrero ministro de la Gobernación, un obrero gobernador de provincia, un obrero en fin, disponiendo de la autoridad con el nombre que se le quiera dar al cargo, hará siempre exactamente lo mismo que un aristócrata desempeñando las mismas funciones.[...]
"Que no piense el obrero en la conquista del poder; que no sueñe con una representación parlamentaria. Rechazad, si sois honrados y de buena fe, a los que eso os aconsejan. Porque os lo aconsejan por su conveniencia, porque es el encumbramiento propio lo que persiguen.[...]"
Vayamos ahora a buscar el testimonio de autoridad que anunciamos. Es Julián Marías. El artículo que vamos a citar, pone el dedo en la llaga; se titula "El eclipse de Azorín".
Empieza diciendo Marías: "Es frecuente que se despoje a una sociedad -a un país en una época determinada- de algunos de sus bienes principales, de sus mayores riquezas, aquellas en que propiamente consiste: su lengua, su historia, su arte, especialmente su arquitectura y sus ciudades, y, por supuesto, sus autores, aquellos que han dado expresión, a lo largo de los siglos, a la más profunda realidad de un pueblo.[...]
"Lo que aquí me interesa es el despojo "solapado" que no se lleva con tanques, metralletas, campos de concentración o prisiones, sino por procedimientos más suaves, sinuosos o disimulados.[...] Pero otras veces el despojo es planeado, "inflingido a los posibles lectores, a los que se "disuade" de llegar a serlo mediante un sistema de silencios, hostilidades, sarcasmos.[...] Inmediatamente después de la guerra, un manual de Literatura decía de Azorín "que había sido un anarquista y ahora puede decirse que es un comunista"[...]
"Donde la voluntad de despojo ha sido más eficaz ha sido en el caso de Azorín. Algunos estudios eruditos -hay cariños que matan- han contribuido a su pérdida de prestigio, sobre todo entre los casi jóvenes. Una combinación de ignorancias, envidias y rencores, puesta en juego con machacona insistencia -que sería inexplicable si Azorín fuese tan poca cosa, tan deleznable, tan lamentable-, ha consumado el despojo para las dos últimas generaciones de españoles (y temo que de todos los que hablan español). Han encontrado aliados en los editores que, por seguir la corriente, o por temor a perder dinero, han dejado agotar los libros de Azorín, de manera que muchos son inencontrables y, por supuesto, no existe nada parecido a unas obras completas de uno de los mayores escritores de nuestro siglo.[...]
"Los dos ensayos deliciosos que Azorín dedicó al Persiles [otro de los grandes despojos de nuestra literatura, novela la mejor de Cervantes, en opinión del propio Cervantes, novela que ningún español lee] son lo más penetrante que se ha escrito sobre la admirable novela cervantina, pero como no tienen notas al pie de página, y encima son deliciosos, los eruditos ni siquiera los citan, y no sé si los leen. Esa manera de escribir de Azorín, tan sencilla, que parece al alcance de cualquiera, no se perdona fácilmente por los que están convencidos de que ninguna página propia quedará.[...]
"Pero hay algo más: en las páginas de Azorín va España entera. En ningún otro autor de nuestra lengua hay encerrada tanta España y, en forma tan inmediata y accesible.[...] He hablado muchas veces de la "descapitalización" de realidad, que es la pobreza mayor de estos decenios en casi todo el mundo. Azorín fue el gran "capitalizador". Por eso es, para muchos, el enemigo. Todos los que quieren que España carezca de espesor, que no sea poseída por los españoles, que se reduzca a una imagen plana y sin brillo, hecha de tópicos, consignas y fórmulas abstractas, los que pretenden que España sea desdeñada, mirada con despego, tienen el mayor interés en que Azorín no sea leído, y no lo nombran a no ser para lanzarle algún sarcasmo impregnado de ignorancia.
"Azorín es la mayor posibilidad general para todos los españoles, cualquiera que sea su formación intelectual, de saber qué es España, de poseerla, amarla, mirarla con dolor, con ojos críticos, pero con apego y, lo que es más, con ilusión."
Nada me queda, pues, que añadir a mí por hoy.

martes, 15 de septiembre de 2009

AL MARGEN DE LOS CLÁSICOS


No he leído un libro más bello ni más acertado con respecto al tema de que se ocupa que Al margen de los clásicos, de Azorín. Azorín es un escritor dificilísimo de entender, en cuanto escritor. Es dificilísimo, porque, sin conocerlo a fondo, uno piensa que lo ha entendido a la primera. Sus libros están escritos en un lenguaje meridianamente claro, con una corrección absoluta y, a mi juicio, insuperable. Azorín lleva al extremo, importándola de Francia y de Montaigne, la construcción sustantiva del pensamiento y de la frase, en oposición a la construcción verbal clásica del castellano. Si en lo mejor de nuestro Siglo de Oro se encadenan unas oraciones subordinadas con otras, Azorín implanta una arquitectura coordinada, limpia, transparente. Según sus propias recomendaciones, "poner una cosa detrás de otra y no mirar a los lados". Tanta belleza formal ha hecho que la mayoría de los manuales de literatura yerren al enjuiciar a Azorín. Ya se sabe: "Primores de lo vulgar", se ha dicho con desprecio. Y esto hace patente una de los primeros problemas con que ha de enfrentarse quien quiera acercarse a la literatura española: la ausencia de buenos manuales de literatura.
He rebuscado bastante, a lo largo de mi vida, entre los manuales de literatura. Y pronto descubrí que generalmente toman sus opiniones de otros manuales más antiguos que a su vez las han tomado de otros. Pero la triste realidad es que muchos no han leído las obras que comentan. Esto se puede comprobar viendo cómo las erratas evidentes y las confusiones claras se reproducen una y otra vez a lo largo de los siglos. La gente supone que Fernández Guerra conoce a fondo a Quevedo, pero tal vez Fernández Guerra pensó que nadie lo comprobaría. Para poner un ejemplo, cuando yo estudiaba el curso preuniversitario, el último de bachiller antes de ingresar en la universidad, ya conocía bastante la obra de Borges. No había hecho lo mismo el autor del libro de texto, Gonzalo Torrente Ballester, que en la página 414 del primer tomo dice de Borges: "De raíz intelectual es su poesía, como lo son sus novelas y cuentos. Su obra es tan varia como vasta." No quiero expresar con esto que Torrente no sea un escritor respetable, que creo que lo es; pero como Borges no escribió ni una sola novela, género del que descreía, ni puede considerarse a su obra con el adjetivo de varia, ya que se trata de la repetición de una serie brillante de variaciones sobre casi el mismo tema (la imagen de su cara, que explica, creo recordar, en El Hacedor), podemos concluir que, en el momento de escribir su manual, el autor, como es comprensible, no conocía directamente la literatura de Borges. No he anotado las docenas de contradicciones parecidas que he detectado a lo largo de mi vida, pero es lógico que se produzcan. No es lo mismo escribir un libro por vocación de hacerlo que para ganarse uno la vida.
Pero volvamos a Azorín. Detrás de toda la maravilla de la prosa de Azorín hay un hombre; conocer a ese hombre es lo que nos importa de su obra. Porque es un hombre de bondad e inteligencia extremas, que dice callando lo que piensa con objeto de que no armen revuelo sus opiniones. No hay otro caso más sutil de la aplicación de la frase: "el que pueda entender que entienda". Y acaso no sea desde la inteligencia sino desde la sensibilidad como pueda entenderse a Azorín. Sensibilidad e intuición que tiene que advertirnos, en algún momento de su lectura, cuando nos estamos acercando a él, que allí hay algo más de lo que parece haber. No sabremos de momento lo que es, pero solamente los que confíen lo suficiente en su propio olfato podrán descubrir al verdadero Azorín, tendrán el tesón de rebuscar hasta que encuentren la fuente más limpia de toda la literatura española. Eso es lo que es Azorín.
Quien conozca la obra de Azorín sabrá que para comprenderlo hay que destilar de lo que dice lo que calla en cada momento, siendo evidente que podría decirlo. Hay que observar lo que hace y lo que no hace, como, por ejemplo, no tomar posesión de su sillón en la Academia, concedido antes de la guerra civil española, en 1924, y en el que nunca se sentó ni leyó su discurso de ingreso (aunque sí lo publicó). Azorín explicó su falta de asistencia a ese organismo con una caritativa argumentación acerca de la incompatibilidad de horarios que le imponía su trabajo. Baste saber que esa no era la explicación verdadera y que quien la quiera descubrir la tendrá que buscar, porque Azorín nunca, como tantas otras cosas, la dijo.
Pero para leer Al Margen de los Clásicos no hace falta tanto. Al Margen de los Clásicos es un libro escrito con tanto amor y tanta devoción, ante el lector y ante los escritores, que es al mismo tiempo el mejor manual de literatura española que se haya escrito jamás. Quien quiera conocer de verdad esta literatura española, quien quiera saber cómo enfrentarse al Quijote y al Persiles, a Góngora y a Garcilaso, a Fray Luis de León y a Fray Luis de Granada, a Rosalía y a Bécquer, tiene en Al Margen de los Clásicos una ayuda inapreciable e insustituible. Y después de Al Margen de los Clásicos, Los valores literarios, Leyendo a los Poetas, Con Cervantes, Rivas y Larra, Lecturas Españolas, Clásicos y Modernos...
Termino. Y para el lector en quien haya conseguido encender una llamita de interés por la obra de Azorín, otra recomendación: el libro de Bejarano Galavís, el libro Un pueblecito: Riofrío de Ávila. Y para el lector que desee que la llamita, si es que la ha sentido nacer, se le convierta en incendio inagotable, otra recomendación: Tomás Rueda, el protagonista de la novela de Cervantes El licenciado Vidriera visto desde dentro. Y que se acuerde de mí cuando se encuentre, en Salamanca, con El muro blanco. Vale

miércoles, 9 de septiembre de 2009

LOS VALORES LITERARIOS. MIGUEL ESPINOSA

Por una sugerencia de nuestra amiga Jueves, voy a intentar escribir una pequeña serie hablando de algunos valores literarios que aprecio. Relaciones con la literatura puede haber muchas. La mía es un tanto particular. Siempre he usado la literatura para establecer un vínculo de amistad íntima con otros seres humanos, los autores de las obras que admiro. Poco me importa, por tanto, la cualidad o la importancia histórica de un texto. Lo que me interesa de un escrito es su capacidad de comunicarme con lo más íntimo del espíritu de otro, en una suerte de intercambio inmaterial que me permita establecer la amistad que busco.
He traído a colación en el título de esta entrada a Miguel Espinosa. Miguel Espinosa no es autor digerible para todos los estómagos y, por tanto, se aleja de los escritores a los que pretendo recomendar, que serán escritores llanos, sin recovecos y a los que, sin la menor duda, cualquier joven pueda amar. Mala cosa es empezar con una excepción y si lo hago es porque Miguel Espinosa aclara perfectamente esta necesidad de tratarse con gentes extrañas, alejadas en el espacio y el tiempo, que he confesado en el primer párrafo es el origen de mi pasión por la literatura.
En un libro un tanto particular, Asklepios, Miguel Espinosa se confunde con un espíritu griego nacido en nuestra edad. Como Miguel, ha de haber algunos otros griegos contemporáneos a nosotros, pero, a diferencia de Miguel, no creo que lo sepan a ciencia cierta. Ser un griego de la época clásica en nuestra España acarrea no pocas dificultades sobre todo afectivas; tal vez la obra de Miguel, asombrosamente lúcida y tal vez un poco amarga refleje las contrariedades de esta circunstancia.
Veamos cómo cuenta Miguel Espinosa el descubrimiento de su condición:
"Durante la infancia experimenté confusas intuiciones de mi origen, principalmente a través de sensaciones y por el habla de las cosas en reposo; también los sueños me mostraron entonces la luz de mi patria, como dije. Pero solamente al alcanzar la adolescencia pude saber mi condición con certeza. En efecto: conforme me diferenciaba del mundo, y me apartaba a la reconcentrada interioridad, me advertía distinto de quienes me rodeaban, y, sobre todo, configurado de otra sustancia, tanto en el sentir como en el enjuiciar y querer. ¿Qué podría hacer entre bárbaros un adolescente de esa condición? Indudablemente, nada de marchar al son del tambor, en fila guerrera, si horror para muchos, indecible tormento para un griego; nada de imitar la estúpida utopía espartana, inventada por Plutarco como mito antitético de Atenas; nada de militar en las logias y sus tortuosidades, que ahogan toda espontaneidad; nada de profesar a maestro alguno, transformándome séquito en espera de porvenir; nada de asentir y alabar al que dispone, ni secundar griteríos de aplausos y mansedumbre, ordenados y estructurados por el Poder Político; y nada, en fin, de colaborar, participar ni intervenir. [...]
"Entre los males del exilio, amén del exilio mismo, tuve que conocer y soportar la agresividad de las gentes, que no podían soportar la existencia de mi mundo aislado y tranquilo. Un resucitado nunca es bienvenido, y yo parecía ciertamente un resucitado. Algunos me llamaban inadaptado, por creerlo preciso; otros, soberbio, por considerarlo más de acuerdo con la ortodoxia de pasados siglos; y otros, extravagante y loco. Muchos me inculpaban de enemigo de la utopía; otros, de antagonista del Poder constituido; otros, de adversario de los eclesiásticos; y otros, finalmente, de nihilista y malvado. Todos parecían decir: "Quien no está conmigo, está contra mí". Y tenían razón; estaba en verdad contra ellos, aunque no sabían que me movía por naturaleza, y nunca por intereses y conveniencias de novicio o conjurado, como creían desde su fe. Yo les era impermeable, y ellos a mí, como animales de distintas especies. No había posibilidad de concierto."
Comprendo muy bien el sentir de Miguel Espinosa. Yo también crecí en una sociedad que sentía como extraña. Recuerdo, en el colegio, una repugnancia insuperable hacia el espectáculo de la crueldad gratuita y superflua, que a veces sucedía en mi tiempo. Me enorgullezco a solas de que jamás desprecié a nadie, tuviera vidrios espesos delante de sus ojos o tartamudeara al hablar, fuera alumno compañero o profesor. Los motes a los maestros, que revelan la inseguridad de quienes los usan, pretendiendo ridiculizar a quien, evidentemente, por su condición y su circunstancia, nos supera en ese momento en todo, nunca fueron de mi agrado, nunca los usé. La adulación, siempre alrededor nuestro en la vida, me pareció despreciable desde la infancia. Siempre tuve amor a quien se esforzaba por enseñarme algo.
Plebe hubo en tiempo de los clásicos y no ha desaparecido aún. Difícil compaginar a veces el amor natural hacia la humanidad con el desprecio a los comportamientos plebeyos que, aunque no queramos juzgar, nos apartan de nuestros semejantes y nos irritan. Baste decir que la literatura fue y puede ser aún un medio para tratarse con seres más nobles que los que, por azar, nos circundan. Sirve también, y me sirvió a mí, para comprender que uno no es tan bicho raro como puede parecernos en la tormentosa adolescencia, cuando nos sentimos descubrir nuestra desigualdad, aclarándonos nuestra condición y haciéndonos ver que, en definitiva, nuestra naturaleza es la común a todos, aunque por un momento en la vida no nos lo parezca.
Baste por hoy como preámbulo, con la intención de que sigamos hablando de valores literarios en la siguiente entrega.
PD. Hay una página sobre Miguel Espinosa donde puede escucharse su voz, en una entrevista de 1981, además de ofrecer algunos fragmentos de su obra: Miguel Espinosa

viernes, 4 de septiembre de 2009

POR QUÉ NO LEER A NUESTROS CONTEMPORÁNEOS


El consejo es el que me di a mí mismo en mi pubertad y lo repito ahora: es absurdo leer a escritores vivos sin haber leído con intensidad y amplitud a los muertos. No sé qué efecto te hará mi apreciación, querido lector, expuesta tan sucintamente; trataré de explicarme con un poco de más detalle.
En cada siglo habrá dado la humanidad diez, cien hombres verdaderamente geniales; nuestra vida es breve; apenas da para conocer la obra de unos pocos. ¿Dilapidaremos este limitado tiempo entregando nuestro pensamiento a las manos de quien leemos al azar? ¿Nos dejaremos guiar por el limitadísimo conocimiento de los críticos? ¿Supondremos -y es mucho suponer- que nos aconsejarán las lecturas sin intereses personales? ¿Confiaremos en los esfuerzos publicitarios de los negocios editoriales? El tiempo todo lo depura, y la memoria colectiva es mejor crítico que el ganador del último premio de la crítica "dont chaque édition fait regretter la précédente". Los escritores cuya obra pervive a través de los siglos son, sin duda, más interesantes que nuestros vulgares vecinos. Tal vez uno de estos vecinos quedará, sí, pero será sin duda uno solo y para conocerlo habrá que rebuscar entre miles que nos harán perder el tiempo.
Borges decía que quien busca novedades las encontrará en los antiguos; los contemporáneos, según él, se parecen demasiado a nosotros. Siento disentir de mi querido Borges. Los antiguos, según creo, también se parecen demasiado a nosotros. Quien escuche la voz de los latinos y de los griegos escuchará sin duda su propia voz, nuestra propia voz, modulada en otro tiempo. En los clásicos están reflejadas todas nuestras emociones. ¿Es posible leer algo sin haber leído antes a Séneca, a Epícteto, a Marco Aurelio, a Plutarco, a lo que nos queda de los presocráticos, sin leer "El Origen de la tragedia" o "Humano, demasiado Humano"? Es posible, seguramente, pero es un error, no leer a Quevedo, a Cervantes, a Góngora, a Garcilaso, a Stendhal, a Bécquer, a Alarcón, a Rosalía, a "Los dos Luises", a Azorín, a Chesterton, a Proust, a Kavafis, a Fernando Pessoa antes que a cualesquiera de nuestros contemporáneos. ¿Alguien concibe que se lea al último premiado con un premio prestigioso de poesía sin conocer a fondo la Obra de Juan Ramón? No sé si se concibe o no, pero estoy seguro de que se lee a algunos poetas gazmoños por la simple recomendación de un político, recomendación que en justicia debería ser un seguro criterio para no leerlos.
¿No se puede leer a los escritores vivos? Claro que se puede; yo los he leído. Cómo no leer en su día a Cortázar, a Gabriel García Márquez, a Borges, a Alejo Carpentier, a Alfonso Reyes, a Miguel Ángel Asturias, a quien fui a velar, los dos solos, al Hospital Jiménez Díaz, en Madrid, y que fue el primer hombre muerto que contemplé en mi vida. Lo que pienso es que antes hay que tener un criterio formado que nos permita reconocer al primer vistazo quién tiene interés y quién nos hará perder el tiempo. Y ese criterio lo da la lectura de buena literatura. Y para estar seguro de que se lee buena literatura hay que leer a los clásicos. Los clásicos no son aburridos. Quienes aburren hasta el extremo son la mayoría de los contemporáneos.
Como creo que mi criterio queda expresado, terminaré a mi vez con una pregunta: ¿Se debe, a partir de cierta edad, leer algo que no sea releer? Agradezco desde ahora tu respuesta, querido lector.