miércoles, 23 de junio de 2010

FLORES DE UN JARDÍN MUERTO II

Después de los comentarios al artículo anterior, he seguido pensando en el por qué de mi empeño en conservar estas plantas. Lo que me parecía paradójico es que, no creyendo en nuestra individualidad, me aferre de alguna forma a ella. Sin embargo, creo haber encontrado una provisional explicación.

El budismo nos enseña que el observador es lo observado. Parece una idea muy difícil de comprender al principio, así que intentaré aclararla para quien la desconozca, porque pienso que es más sencilla de lo que aparenta. Si miramos con atención plena cualquier cosa, esa cosa ocupa la totalidad de nuestra conciencia. A menudo siento esto cuando contemplo la vida vegetal. Si observamos un árbol, mientras ese árbol ocupa plenamente nuestro ser podemos decir que no somos nadie. No tenemos historia, no tenemos memoria. Somos solamente el que percibe. Y como lo que es percibido es el árbol, en ese caso pueden confundirse perceptor y percibido, ya que el árbol es lo único que existe. Podemos decir que lo que es, es el árbol. Y otro modo de expresarlo será decir que en ese momento somos árbol.
¿En qué se distinguen pues un hombre de otro hombre?. En nada. En lo que refleja en cada instante el espejo que somos. Somos el mismo hombre sometido a diversas circunstancias. En ese sentido somos todo y todo es nosotros. 
Si un ser querido, como para mí es mi abuelo, no es realmente nadie, no fue nadie de veras, ¿cómo recuperar su presencia?. Pues sometiendo a cualquier hombre, al que percibe, al reflejo que aquél contempló. Un hombre atento frente al geranio de mi abuelo es el geranio, es solamente el geranio, es solamente un hombre, es, otra vez, mi abuelo.
Así que pienso que conservando estas plantas que describí en el artículo anterior he mantenido la esperanza de seguir tratándome con mi abuelo muerto a través de mí mismo. Es decir, a través de cualquiera que percibe. Es decir, a través de nadie.
¿Quedó complicado? Me temo que sí.

Falta por comprender el por qué, si todos somos el mismo, unos nadie nos roban el corazón más que otros. ¿Nos distinguimos en lo que reflejamos? ¿Las manchas en el azogue son lo único personal? ¿Es el espejo oxidado lo que nos enamora? ¿Nos enternece por eso el acero corten?


8 comentarios:

Yolanda Molina Pérez dijo...

Francisco comparto tu punto de vista sobre la percepción, pero de ahí al todo, me quedan mis dudas, defiendo la individualidad como el patrimonio exclusivo que nos salva ¿de qué?, de las circunstancias, no quiero en mí cosas que he visto en otros y supongo que muchos estarían dispuestos a precindir de mucho de lo que soy, somos apenas un instante dentro de la VIDA, así que el todo me parece utópico, aunque creo entender la manera de mantener el vínculo con tu abuelo, en lo particular, aunque siempre queda la posibilidad de haber hecho una interpretación totalmente errada de lo que deseaste decir.
Otro abrazo

Animal de Fondo dijo...

Querida Yolanda: vamos con la individualidad. "No quiero en mí cosas que he visto en otros". Me parece que es difícil, si no imposible rebatir esta idea; no obstante, voy a intentarlo, no oponiéndome a ella, sino tratando ponerla en la escala de su lugar. Vamos a ver.
Yo veo en mí, en el ser que se me ha prestado, dos planos de muy distinta realidad. En uno, en el que veo fuerte y casi inmutable, está ese afán de supervivencia genética que siempre me ha devorado y que pienso es la pulsión más intensa con que nacemos. En ese mismo plano están todos los instintos, que no son individuales sino que pertenecen igualmente a toda la humanidad. Incluida en este ámbito está toda la estructura física, de percepción y pensamiento que compartimos. Si nos miramos a cierta distancia es inmenso lo que compartimos. Los sentidos, las conexiones nerviosas, todo lo que es relevante en nosotros es compartido con los demás.
Ahora bien, junto a ello, también tenemos, desde que empezamos a vivir, la memoria ocupada. No es una memoria vacía, como cuando nos engendraron, sino una memoria que acumula nuestras experiencias personales. En tanto elaboramos pensamientos y estructuramos comportamientos en función del contenido de esa memoria, somos individuos, ya que el contenido de esta memoria es lo único irrepetible que guardamos en nuestro cuerpo.
No cabe duda de que si ponemos énfasis en esta individualidad, y dirigimos nuestro comportamiento en función de lo acumulado en nuestro cerebro, somos ese breve soplo, ese instante en medio de la vida. Lo que ocurre es que me parece que también somos, hasta cierto punto, libres de elegir prescindir de esa identidad personal. No sé si esto será una fantasía o será real, pero creo que en muchas circunstancias podemos vivir como si no fuéramos nadie, es decir, prescindiendo de lo que nos marca nuestro contenido personal, que nos limita, y abriéndonos a sacarle partido a la parte común -sin memoria- que compartimos todos. En cuanto estructuras, pues, somos uno solo; en cuanto a recuerdos, somos varios.
¿Tiene importancia para la vida ese aspecto individual de cada uno? Esa es la pregunta a la que respondo con no. El poner el acento en esta parte personal y perecedera, el aferrarnos a ella como si tuviera alguna relevancia es lo que genera el miedo a la muerte. En definitiva, muchos buscan trascender nuestra pequeñez sintiéndose integrados en una estructura más amplia: izquierdas o derechas, capitalismo o socialismo, Orígenes o Ciclón, Industriales o Santa Clara (no sé si Santa Clara tiene equipo, supongo que sí). Me parece que es posible asimismo trascender de esta forma esa misma brevedad y contingencia sabiéndose integrado uno en el concepto más amplio que puede sernos común: la estructura genérica del ser humano.
Así que "no quiero en mí cosas que he visto en otros", pero tampoco quiero en mí las cosas que he visto solamente en mí mismo. Las cosas que quiero en mí son las que he visto en todos.
Espero no me ingresen en Mazorra.
Un abrazo, Yolanda.

Reinier Barrios Mesa dijo...

He llegado tarde a la polemica .. pero he llegado .. Los empeños de esta tecnologia que no logro dominar, no me permiten acentuar mis palabras ... dicen que el teclado anda en ingles y no se como cambiarlo.... pero ellas van hasta ti con toda la fuerza de mi conviccion y con la certeza que lo lees con todo el cariño del mundo... Te entiendo porque tambien soy de los que intenta eternizarse en objetos, en cosas palpables, en seres que viven. He guardado por años piedras encontradas en el camino, objetos que adornaron otros cuerpos, cosas que pertenecieron a otros y guardo como vivencias de momentos, de horas especiales, de tiempos que se fueron... Una vez alguien me dijo que los objetos tienen que circular para que adquieran nuevos valores, tienen que pasar de mano en mano, para que su historia vaya creciendo..... Debes pensar que cosa hacer cuando creas en esas plantas ya han terminado su tiempo contigo... quisas tus amigos, tus hijos, o esas redes que has tendido en la isla sean el destino de aquellas ramas de tu abuelo... pero creeme, el y su recuerdo seguiran vivos en ti, y seran eterno en el tiempo.
Un abrazo desde Cuba... Reinier

Joselu dijo...

Hay un libro muy digno que explica esta paradoja de la identidad del observador y lo observado que se titulado Zen en el arte del tiro con arco de Eugene Herrigel. Es una lectura densa e interesante. Tenía un ejemplar de la editorial Paidos que regalé en un viaje a alguien que encontré por el camino. Creo que te llevaría a profundizar aún más en esa idea ciertamente lúcida que te lleva a contemplar las plantas de tu abuelo, fundiéndote en la mirada con la que él tuvo, de modo que tú eres tu abuelo entre otras muchas cosas. Un abrazo.

Maykel dijo...

Animal de Fondo, ¡qué difícil parece deshacernos de lo individual que nos constituye!

Como Lezama, qué sería yo amputado de mis diálogos...

Pero te comprendo, a pesar de mi humano terror ante la posibilidad de renunciar a la subjetividad y hacerme objeto sencillo a la vista del que me percibirá.

Y si nadie me percibe, ¿entonces, como creía Berkeley, no existiré más?

Yo, que siempre soy sujeto y objeto de mi propia percepción, quisiera aligerarme de los juicios y de la síntesis; erigirme, tal vez, en ente desmemoriado de lo circunstancial.

¿Es eso posible?

Mientras lo averiguamos, por favor, ya no siembres los geranios...

Animal de Fondo dijo...

Reinier, no tengo palabras para agradecerte un comentario tan hermoso. Es verdad. Te leo con afecto. ¿Cómo puede este medio tan limitado de la palabra, breve, a través de un teclado que desconocemos, infundirnos apoyo, comprensión, sensación de estar del mismo lado? En definitiva, vernos, frágiles, atravesando nuestro tiempo de vida, acompañados por otros que nos permiten sentir la fraternidad humana.
Es verdad que he pensado algunas veces adónde irán los libros prestados que disfruto. Y he llegado a escribir a veces en ellos -siempre con lápiz- pensando en facilitarle al siguiente propietario el borrar mis anotaciones. ¿ Se rematarán a un trapero de bibliotecas y algunos se venderán después a un ilusionado lector? ¿Alguno de mis hijos querrá disfrutarlos? Mientras tanto, "Vivamus, mea Lesbia..." .
Un fuerte abrazo, hermano.

Animal de Fondo dijo...

Muchas gracias por tu visita y tu recomendación, Joselu. Ha buscado en internet el nombre de Herrigel y a la primera de cambio me he encontrado el libro abierto. Hace muchos años leí, con pasión, a D.T.Suzuki, que prologa el libro en la edición que se me abrió. Verdaderamente en el prólogo ya se explican estas cosas en el resumido modo habitual, que sirve para que el que comprende ya lo que se dice contemple la sencillez de lo que se expone y también para que el que no lo comprende descubra un cierto aroma de misticismo y orientalidad. La cultura japonesa y la china y la india... cuántas cosas nos limita el hecho de ser occidentales. Aparentemente, el aprender un alfabeto parece liberador y al principio pensamos que amplía nuestros horizontes. Pero toda instrucción lo que hace es limitar la realidad, adaptarnos a ver esta realidad a través de un objetivo fotográfico que, desgraciadamente, sólo enfoca a la distancia de unos pocos centímetros. Sea el objetivo occidental, sea el objetivo japonés, no hay gran diferencia entre ver tal o cual plano correctamente enfocado, porque el asunto es que la mayor parte del cuadro se ve borroso como precio a pagar por esta cultura que nos absorbe. De ahí también mi afán, ya largo, en no ser nadie, ni occidental ni japonés, ni iletrado ni ilustrado. Aunque tal vez esa patria común que, con Maykel, voy descubriendo, esa "Cuba secreta", por usurpar la frase de María Zambrano, nos permita ingresar en ese territorio que no tiene otra constitución que la base, estructura y espiritualidad de la mera existencia.
Como ves, al contestarte, mis caminos se me han impuesto una vez más. Un abrazo. ¡Gracias, Joselu!

Animal de Fondo dijo...

Maykel, me parece que descansar de ser uno mismo es algo de lo más relajante que hay. Claro, que la vía no me parece que pueda ser mediante el esfuerzo de olvidar, sino mediante la sencillez de contemplar. Creo que mirando verdaderamente lo que hay a nuestro alrededor ya no existimos como individuos.
Berkeley y David Hume me parece que están entre los filósofos más divertidos que hay. A ellos les debo un notable en la carrera, ya que en lugar de estudiar la asignatura me dediqué a hurgar entre lo que esta gente pensaba. Claro, en el examen no podía contestar a las preguntas (era "estética y composición"), así que me dediqué a intentar convencer al que leyere de que juzgar mi examen sería una tarea absurda, ya que difícilmente coincidiríamos en el espacio y mucho menos en el tiempo el examinador y yo, todo ello apoyado por estos dos señores, Hume y Berkeley. Parece que al profesor le hizo, afortunadamente, gracia, porque ya te digo que me puso notable.
Un abrazo.