miércoles, 16 de junio de 2010

HELADOS DE FUEGO EN LA DULCERÍA DE ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR

Repasando un libro de poemas de Roberto Fernández Retamar he vuelto a sentir patente la admiración que le tengo. Y mi opinión sobre él queda expresada en el título de este artículo. La inteligencia, que siempre es helada, envolviendo la ternura y el arrebato del fuego. Eso es para mí su poesía.
Es también como la cotidiana normalidad de la belleza. Los atardeceres siempre está ahí; nos parecen normales. Los árboles de vez en cuando nos rodean. Yo advierto en ellos una intensa comunicación. Una expresión plena enmascarada en su silencio. Parece que siempre han estado ahí; a veces no nos dejamos abrazar por su existencia. Pero ese silencio, ese dejar que el viento les saque su música serena, como quien no dice nada, es una muestra más de la belleza que nos acecha.
Un hombre apasionado como todos quisiéramos ser. Esa pasión envuelta en cordura define para mí la poesía de Roberto Fernández Retamar. No hay ensueños, no hay adornos edulcorantes de la realidad. No hay ficciones, fantasías, mundos alienados en los que sobrevivir. No. Hay la belleza de las cosas que existen, la intensidad verdadera del amor real, la heroicidad del trabajo cotidiano del que no se proclama sea una cosa memorable para todos. Es solamente una cosa memorable para uno mismo. Pero ese uno mismo, en Roberto Fernández Retamar, somos todos.  Los grandes poetas son universales. Es decir, son alguien porque no son nadie y son todos al mismo tiempo.
Desde mi juventud he querido conservar el llanto fácil de mi infancia, porque nunca pude soportar el empobrecimiento que supone a los adultos fingir que no se siente. O, peor, verdaderamente no sentir. Hace tiempo que no oía despertar en mi ese llanto infantil sin razón y sin causa y hoy, gracias a Roberto Fernandez Retamar, lo he escuchado de nuevo. No era llanto por nada en particular, sino por recuperar de nuevo la emoción, al leer sus poemas, que nos produce comprender que todavía hay hombres, hay causas -que es lo mismo- que valen la pena.
Lamentaré morir sin haber podido estrechar la mano de algunos que fueron mis contemporáneos. Para quienes amamos a Séneca, por ejemplo, o a Francisco Quevedo, tratarlo nos resulta un imposible por la anacronía de nuestra situación. ¿Se comprenderá dentro de mil años que viviéramos el mismo tiempo de Roberto Fernández Retamar, de Julio Cortázar, y no azotáramos los caminos del mundo para llegar a estrecharles la mano? No lo sé. Por si acaso, aquí va hoy la mía tendida de admiración al poeta y al hombre Roberto Fernández Retamar, propietario ahora del fino hilo de seda que tejió, entre otros, en el pasado, Juan Ramón Jiménez.
Vaya un poema suyo de ejemplo.

A MI AMADA

En el Día de los Enamorados, el domingo, he despedido a mi amada.
Subió al ómnibus de la mano de su compañero,
Que en la otra mano llevaba una guitarra remendada.
Se sentaron sonrientes en el primer asiento: ella ocultaba su tristeza con un giro de sus bellos ojos,
Y él estaba ya proyectando aventuras, cacerías, veladas con música.
Los rodeaban nuevos amigos que aún ignoraban que lo eran:
Iban a empezar a conocerse en un largo viaje,
Cambiando de avión en Madrid, en Roma, hasta llegar a su destino,
Su destino de médicos durante dos años.
Fui a buscar una flor, o al menos una hoja de árbol,
Para dársela como hacía cuando ella regresaba cada domingo a su beca.
Pero el ómnibus empezó a ronronear, y tuve que regresar de prisa.
Mi amada había descendido y me esperaba en la calle.
Apenas nos abrazamos. No teníamos tiempo. Quizás tampoco teníamos fuerza.
Regresó a su asiento. Movimos nuestras manos en el aire del mediodía.
Sé que lleva en su maletín dos dólares y unos centavos y una novela alucinada.
Confío en que le duren los tres días del viaje.
Luego empezará su otra vida, su otra novela, de médica en África,
De médica en Zambia, adonde mi hija ha marchado,
En el Día de los Enamorados, de la mano de su gallardo compañero de barba roja.
–Sé útil. Sé feliz. Este triste está orgulloso de ti–.
Te espero siempre, amada.

La Habana, febrero de 1988

5 comentarios:

Maykel dijo...

Siempre me gustó aquel poema suyo que ya es clásico, "Felices los normales". Sin embargo, hace poco encontré un juicio de Neruda que es bastante duro con Retamar.

¿Sabes de qué hablo?

Animal de Fondo dijo...

Creo que hay muchos poemas bellos de Retamar, "Con las mismas manos de acariciarte...", "¿Por qué esta no es Suecia? ¿Por qué esta no es Austria?", la carta que escribió a sus hijas al ponerse las botas para marchar, siempre he supuesto que a Girón, no he comprobado la fecha. El que tú citas, el "Niños y niñas, muchachas y muchachos", hay muchísimos que me parecen formidables (aunque también me guste lo que hace Carilda y tantos otros más).
No conozco el juicio de Neruda, al que no leo hace 35 años y por quien tuve una pasión que se me apagó, aunque todavía recuerdo muchos de sus primeros versos. Así que me gustaría que me dieras la referencia o el enlace. La verdad es que no sospecho lo que pueda pensar.
Después de escribir lo anterior he buscado un poco y me ha sorprendido lo rápido que encontré la carta de marras. Leída rápida y sucintamente, en lo esencial, me parece que estoy de acuerdo con ella.
Si se me apagó la pasión por Neruda es porque al final, los individuos no quedan. Lo único que puede quedar es lo común, y la pluma de pavo real que en los años veinte triunfaba en el charlestón provoca una risotada compasiva veinte años después. Lo que tiene Neruda de universal me interesa, y mucho. Lo que tiene de personal está, tristemente, muerto. Y si Neruda fue algo en suma, fue algo personal. Si canta a lo otro o canta a sí mismo sería cuestión de analizarlo más tarde.
Nunca acepto los juicios exteriores acerca de los autores con los que me trato. Es como si vinieran a explicarme con habladurías que si tú eres tal o cual. Pero si yo te escribo, si tú me escribes, no sé qué más necesitamos saber.
Así que eso es lo que pienso: Retamar me parece un gran, gran poeta.

Un abrazo.

Animal de Fondo dijo...

Maykel, por lo que estoy viendo, Neruda también se enfadó violentamente con Alejo Carpentier, con Julio Cortázar y de Nicolás Guillén por lo visto decía que "el bueno" era el Guillén español! jajaja
Me está pareciendo que te prestigia el que Neruda se haya enfadado contigo.
Un abrazo.

Ateo, poco loco, poeta dijo...

Anim,

Leí tu comentario a la entrada de Silvio "benedettianos" y me gustó (cosa excepcional ahí, tristemente).
Sigo el hilo y encuentro tu blog y esta entrada que habla de Roberto, y también me gustó.

Dos gustos de un sólo tiro. Gracias.

(¿Leíste que se fue Saramago?)

Animal de Fondo dijo...

Gracias a ti por la visita y el comentario, Héctor.
¡Bienvenido!