A propósito de traducciones, me he puesto a buscar el texto de Plutarco en la versión de Quevedo en el Marco Bruto. Siempre he pensado que el mejor castellano que he leído está escrito como resultado de traducir latín y tengo un recuerdo brillante de esas palabras del Marco Bruto. Mira que Quevedo tiene una prosa deslumbradora; pues cuando traduce latín, para mí, se contagia de no sé qué rigor y claridad de espada vibrante, separando el mundo en dos lados. Pero, mientras lo buscaba, se me ha ido la mano a Alfonso Reyes, del que tengo el tomo X de sus obras en el FCE, un ejemplar precioso encuadernado en tela tela color de tela con tipos Bodoni. Cuando me lo compré estaba estudiando todavía y la obra completa era demasiado cara, no digo que la hubiera comprado toda, porque por Alfonso Reyes no he sentido esa devoción apasionada, como por Azorín o KQX (JRJ). Sin embargo, Alfonso Reyes tiene una serenidad tranquila y una sencillez muy difícil de conseguir, hay que ser un maestro para hacerlo. Y, aunque no sé nada apenas de su vida, ya se le ve una bondad extraordinaria, esa que siempre da envidia y qué consiste en no condescender al chascarrillo, no hablar más que de lo admirable, ser constante en no bajar hasta la crítica maliciosa, respetar lo ajeno; qué difícil, mantener esa postura toda la vida, cuando tantas ocasiones hay de hacer brillar el ingenio (quien lo tiene, claro, pero es que Alfonso Reyes lo tenía).
Desde el Marco Bruto he pasado a las cartas en la prisión al Conde-Duque y he recordado esa fatalidad que persigue a Quevedo y que descansa en el brillo de su obra de adolescente. Pero casi nunca se hace alusión al resto, que es tan hermoso. Siempre he admirado en Quevedo que no publicara su poesía en vida y que esos poemas tan brutalmente buenos fueran "papeles que se encontraron a su muerte". Y qué diferente se lee la poesía de Quevedo ahora, siempre ordenada por criterios eruditos y no repartida al tuntún por las nueve musas como siempre estuvo. Yo tengo la edición de Rivadeneyra, con encuadernación holandesa, porque ya la compré cuando trabajaba, pero además es la que conocí primero; estaba al alcance de la mano en la sala de lectura de la Biblioteca Nacional. Me imagino que eso ya no será así y que habrá que desinfectarse para tocar algún papel del siglo XIX.
"Señor: Un año y diez meses ha que se ejecutó mi prisión, a 7 de diciembre, víspera de la Concepción de Nuestra Señora, a las diez y media de la noche. Fui traído con el rigor del invierno sin capa que poner y sin una camisa que mudar, de sesenta y un años, a este convento real de San Marcos de León, donde he estado todo este tiempo en rigurosísima prisión, enfermo con tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo a la cabecera se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad, me las han visto cauterizar con mis manos [...]"
Y en la otra carta: "No es del tiempo de vuestra excelencia que la hambre y desnudez justicien. Más gozara de los alimentos de la caridad en el calabozo de una cárcel pública que aquí. Dos años y dos meses ha que todos me ven padecer, solo, lo que aún no pueden mirar. [...]Pido mudanza de lugar; ésta dice el Evangelio que Cristo se la concedió a gran número de demonios que se la pidieron [...]"
Para terminar, con Alfonso Reyes:
EL LLANTO
"AL DECLINAR la tarde, se acercan los amigos;
pero la vocecita no deja de llorar.
Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos,
pero sigue cayendo la gota de pesar.
No sabemos de dónde viene la vocecita;
registramos la granja, el establo, el pajar.
El campo en la tibieza del blando sol dormita,
pero la vocecita no deja de llorar.
-¡La noria que chirría!- dicen los más agudos-,
Pero ¡si aquí no hay norias! ¡Qué cosa singular!
Se contemplan atónitos, se van quedando mudos,
porque la vocecita no deja de llorar.
Ya es franca desazón lo que antes era risa
y se adueña de todos un vago malestar,
y todos se despiden y se escapan de prisa,
porque la vocecita no deja de llorar.
Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo
y hasta finge un sollozo la leña del hogar.
A solas, sin hablarnos, lloramos sin embozo,
porque la vocecita no deja de llorar.
19-10-58
2 comentarios:
Amigo, otra vez tiene usted la razón con respecto a Reyes. He leído los ensayos, pero conozco poco su poesía. Borges le profesó una admiración ilimitada.
Las cuartetas sobre la voz impenitente me recuerdan una vieja leyenda cubana sobre la Llorona, aparición terrorífica de los campos, que se anunciaba con un llanto inexplicable. Cintio Vitier hubiera antologado el asunto entre sus intuiciones de la "extrañeza".
Creo que Reyes, en su versatilidad y claridad, es heredero directo del siglo XIX hispanoaméricano, un verdadero clásico.
¿Conoce usted la poesía de José Martí?
Lo que me dice sobre mi comprensión de Lezama me ha ruborizado.
Al fin y al cabo, después de él, al menos en Cuba, nadie reniega absolutamente de su herencia.
Qué maravilla, tenerlo a usted de lector, Maykel. Me gustaría conocer esa vieja leyenda cubana.
He leído a Martí, no tanto como quisiera, pero sí lo suficiente como para elegirlo cuando tuve que decidir qué primer poema aprendería de memoria mi hija de cinco años (ahora tiene ocho). Elegí, claro, "Cultivo una rosa blanca" y para mí es un placer cuando la oigo recitarlo.
Un abrazo.
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