lunes, 21 de enero de 2008

LOS AMIGOS DE JOSÉ

Parece que hay cierto paralelismo entre escritura y bolsa: todo escritor de auténtica valía ha de pasar por una cíclica etapa de descenso unos años después de su muerte y de su primera máxima cotización. Por ese camino discurre hoy la obra de Azorín, atravesando su correspondiente momento de depreciación y, tal vez, de olvido. Desde hace demasiados años es imposible adquirir sus obras completas; la editorial Aguilar, despojada del antiguo bien hacer de su fundador, no acaba de reeditarlas, en aras de conseguir cuanto antes la septingentésima edición de Federico García, cuyas obras pueden adquirirse en cualquier supermercado en su versión en tagalo; las obras escogidas de Biblioteca Nueva sobreviven a su mutilación interna gracias al tono verde de las pastas y a las estampaciones en oro. Sin embargo, como a veces ocurre con los valores de cotización suspendida, un librero de Sevilla ofrecía aún el año pasado los nueve tomos de la colección joya al precio de varias semanas de trabajo de un funcionario de nivel treinta de la administración.
¿Y quién es Azorín? Todo el mundo lo sabe. Según mi amigo Manuel Martínez Pastor, Azorín es un viejecito. Un viejecito: creo que no es errada la definición. La ternura, la perspicacia, la discreción, la mansedumbre, la bondad, son virtudes propias de la edad bien aprovechada. Y de ellas disfrutó Azorín desde su juventud. "Las obras de la juventud son fuego y oro; las de la madurez, sobriedad y plata". Esta madurez, así expresada por Cervantes, es el retrato de Azorín. Es Azorín, también, el escritor del maravilloso silencio.
"Reinaba un maravilloso silencio", comienza a decir Cervantes en uno de sus párrafos. Y es que en el silencio se dan las más intensas comunicaciones entre los hombres. ¿No habéis vivido aquella situación en que dos personas se lo dicen todo sin palabras y se comprenden? Porque, en la literatura como en la vida, ¿qué es, de aquellas cosas que nos importan, lo que puede decirse con palabras? La maestría de Azorín en el uso del lenguaje puede engañarnos. La palabra acompañará al contenido, pero no lo encierra. La palabra será necesaria, pero siempre necesaria para llevarnos, como un vehículo, hasta el lugar donde ya no nos hace falta; hasta el lugar donde lo vemos todo y donde no tenemos más remedio que callar, como en el monte Tabor.
Toda la obra de Azorín está llena de este maravilloso silencio. "Primores de lo vulgar", se ha dicho. Cuando se ha comprendido que lo verdaderamente vulgar es lo brillante, lo aparente, el fuego y el oro, sólo queda pasear la vista por la vida hablando de la vulgaridad de las despedidas, que llenarán nuestro tiempo sin duda; de la soledad de las plantas y las campanadas; de la fugacidad de los pueblos y los zaguanes vacíos. Soledades compartidas, que nos permiten sentir las dulzuras ligeramente amargas de la amistad y el amor a través del tiempo.
¿Y quiénes son los amigos de Azorín? Los amigos de azorín son aquéllos a quienes dedicó su trabajo y su tiempo: Cervantes, Góngora, Fray Luis de Granada; Montaigne, Larra, otra vez Cervantes. San Juan de la Cruz, Fray Luis, Cervantes. Por Cervantes sintió Azorín verdadera amistad, sentimiento compartido por un grupo de compañeros que se identificaban a sí mismos por el nombre que consideraron más característico: Los Amigos de Miguel. Estos Amigos de Miguel se reunían periódicamente con el simple propósito de disfrutar de su afinidad, que sentían como un nexo de unión íntimo.
La literatura de Azorín es, afortunadamente, un paisaje que no cambia, que no cambiará. Las calles de Riofrío de Ávila descritas por su mano conservan todos los amaneceres el mismo idéntico rocío; todas las primaveras suenan las mismas campanadas en el reloj municipal, reloj que ya no puede atrasar. Cuánto más hermoso será recorrer estos paisajes fijos, que no se desmoronan -mientras se desmorona uno mismo- que caminar por las calles de las ciudades diseñadas por cualquiera de nuestros alcaldes, con regularidad más ajadas que en nuestra visita anterior. Al terminar estas líneas veo cuánto me queda por hablar de mi amigo Azorín. Cuánto puede decirse de Tomás Rueda, de Doña Inés, de Al Margen de los Clásicos. Otro día será.
Al igual que existieron los Amigos de Miguel, los Amigos de José también existimos ahora. Una diferencia, sin embargo, nos separa. Como aquéllos, también nosotros recorremos las calles descritas en sus pueblos, también compartimos la emociones del muro blanco de Salamanca, también hemos sentido la tolvanera de los dos besos. Ellos se reunían públicamente. Nosotros no nos reunimos y somos secretos. Somos secretos, no por ocultismo, sino por necesidad. Como amigos de Miguel (algunos lo somos doblemente), dejamos traslucir nuestras emociones; como amigos de José, estamos comprometidos con el maravilloso silencio. Por este maravilloso silencio tal vez nunca lleguemos a hablarnos, pero a través de la distancia nos miramos y las calles nos conocen y eso nos basta.
Como amigo de Miguel y de José, me alegro y me lamento de haber roto con estas líneas el lenguaje mudo en que nos comunicamos. A ello me han forzado otros amigos, compañeros de Agua, amigos a su vez de Miguel pero no de José, por el momento. En cualquier caso, espero que mi falta sea leve: escribir en el agua es, todavía, uno de los maravillosos modos de ejercer el silencio.
(Artículo publicado en la revista "Agua" , 1989)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

este articulo lo publicaste ya en AGUA, con notorio éxito

Joselu dijo...

Yo no lo leí en Agua, así que para mí es nuevo. Azorín es un lejano recuerdo de mi carrera filológica. Recuerdo la lectura de Castilla o Los pueblos. Mi profesor de literatura, Agustín Sánchez Vidal, nos explicaba que cuando Azorín llegaba a un pueblo, no se interesaba por las fuerzas vidas o la vida real del pueblo, sino que se iba a la biblioteca. Su literatura más que estar extraída de la vida, estaba leída. No me pareció una forma limitada de ver el mundo. Yo, al fin y al cabo, vivo en los libros. Son mi fuente de nutrición personal.

Animal de Fondo dijo...

Gracias por la visita, Joselu, y por el comentario. Aunque el artículo tiene años, me parece que Azorín sigue olvidado. Y me da mucha rabia ver que tanta gente se lo pierde, pensando en los "primores de lo vulgar", cuando realmente lo que pasa es que lo dice todo entre líneas. Claro, que para entender ese entre líneas hay que conocerlo bien, y para conocerlo bien hay que leerlo mucho, y ¿cómo leerlo tanto si no se le entiende del todo? Me parece que pueden hilarse muchas cosas reveladoras; por ejemplo -como Sánchez Mazas- nunca tomó posesión de su sillón en la Academia, lo que tiene significado. Pero lo justificaba diciendo que tenía el horario de trabajo incompatible, ya que él trabajaba de noche y la Academia despachaba por la mañana. ¡No tuvo tiempo en cuarenta años!

Maykel dijo...

No sé les qué pasa con Azorín. A los que pudieran restituirnos sus mejores páginas, digo.
Me consta que le tuvieron devoción aún en las generaciones de las vanguardias del siglo XX. El ensayista cubano Jorge Mañach publicó su primer libro (Glosario, 1925) con la marca de vitalidad de las imperecederas descripciones de Azorín.
Yo, es cierto, conozco mejor entre los de su generación a Unamuno, Valle Inclán y hasta Baroja, pero lamento bastante no haber encontrado hasta hoy una selección siquiera sencilla de la obra de Azorín. De él conservo sin embargo, en la memoria tan dispersa, una alusión a las campanas siempre "lentas, sonoras y monjiles" que Mañach hizo contrastar inolvidablemente con los azorados timbres de los campanarios en esta Villa de Sagua la Grande.

Animal de Fondo dijo...

Maykel: Ya sabe usted que le agradezco especialmente sus visitas que, además, me estimulan a escribir de nuevos temas. Esta mañana he buscado el nombre de usted, por ganas de saber algo más, y he podido comprobar su intervención en la feria del libro de Sagua la Grande. ¡Qué maravilla que hayan podido conseguirse 22.309 libros!
Bueno, gracias por sus palabras y, en mi modesta medida intentaré buscarle unas pocas palabras de Azorín con la esperanza de que le puedan gustar.