domingo, 25 de noviembre de 2007

EL DÍA EN QUE GRITÉ BRAVO A FERNANDO FERNÁN GÓMEZ

Ahora que ha muerto Fernando Fernán Gómez he recordado las veces que pude verlo. Fueron dos o tres en tertulias en los Colegios Mayores, cuando yo estudiaba, pero también entonces tuve ocasión de escucharlo en un recital de poesía en el teatro Español. Fueron dos sesiones, allá por 1980, sin publicidad y donde los asistentes eran sobre todo cómicos. Yo estuve en el primer recital y escuché en el vestíbulo, antes de empezar, comentarios un poco mordaces de otros actores famosos. Que si era una temeridad, que cómo se atrevía a recitar poemas, cosas así. Bueno, pues me subí al gallinero donde estaba mi sitio y empezó la sesión. Fernando puso en un atril lo que llevaba escrito y empezó a leer un montón de poemas clásicos de un modo insuperable. Tengo mala memoria, pero recuerdo que leyó la Letanía de Nuestro Señor Don Quijote, de Rubén Darío, el Miré los Muros de la Patria Mía, de Quevedo, cosas así, muy conocidas, muy clásicas y muy difíciles. Pasaron veinte minutos entre un silencio total, yo creo que al haber asistido la gente con tantos prejuicios de fracaso no se atrevían a decidirse a que les gustara. Lo que viene a cuento es que yo no pude resistir más y solté un bravo a todo gritar desde mi rinconcito del gallinero. Entonces Fernando Fernán Gómez miró hacia mi lugar y me dio las gracias con una inclinación de cabeza. A partir de ahí fue la debacle de aplausos, vítores y gente en pie. Yo todavía recuerdo su gesto con emoción. Hay pequeñas cosas que permiten comunicarse a los seres humanos mejor que los grandes discursos.

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