sábado, 26 de enero de 2008

CINCO BORRONES


Cuando estaba a punto de presentar mi proyecto fin de carrera, decidí posponerlo tres meses. Sabía que cuando aprobara me marcharía definitivamente de Madrid y no quería hacerlo sin investigar un poco el asunto Francisco de la Torre. Así, pude leer a Luis José Velázquez y a Aureliano Fernández Guerra en la Biblioteca Nacional, como una forma de despedida. Se cerraba una etapa en mi vida y comenzaría otra muy distinta.
Como consecuencia de aquellas lecturas, algún tiempo después escribí un extensísimo artículo en la revista "Agua" que no vale la pena reproducir aquí. Vagamente, la memoria me indica que quería ser tan exhaustivo que se convirtió en ilegible.
Pero lo que sí puedo hacer es resumir el origen de mi interés y mis modestas conclusiones.
El origen fue el siguiente:
Quevedo publicó, en 1631, a Fray Luis (que estaba inédito) y a Francisco de la Torre. De este Francisco de la Torre nos dice en el prólogo de la publicación: "Hallé estos poemas por buena dicha mía y para grande gloria de España en poder de un librero que me los vendió con desprecio. Estaban aprobadas por D. Alonso de Ercilla y rubricadas del Consejo para la imprenta, y en cinco partes borrado el nombre del autor, con tanto cuidado que se añadió humo a la tinta. Mas los propios borrones (entonces piadosos) con las señas parlaron el nombre de Francisco de la Torre, autor tan antiguo que me advirtió el Conde de Añover, caballero de ingenio grande, asistido del estudio verdadero y modesto, que hacía de él mención Boscán en las estancias
En el umbroso y lucido oriente
donde entre los grandes poetas que celebra dice:
Y el bachiller que llaman de la Torre.
Ponderando la grandeza de su estilo y lo magnífico de la dicción en sus versos. Antigüedad a que se pone duda el propio razonar suyo tan bien pulido con la mejor lima de estos tiempos, [el marcado es mío] que parece está floreciendo hoy entre las espinas de los que martirizan nuestra habla confundiéndola, y al lado de los que la escriben propia y la confiesan rica por sí en competencia de la Griega y Latina que soberbias la daban de mala gana limosna en las plumas de Escritores pordioseros que piden para ella lo que la sobra para otras."
Pues bien, Luis José Velázquez fue el principal impulsor de la atribución al propio Quevedo de los poemas de Francisco de la Torre, haciendo ver que el nombre de Francisco de Quevedo tachado en cinco partes con cinco borrones da lugar a que pueda leerse Francisco de la Torre como se ve en el siguiente texto:

Francisco Quevedo Villegas, Señor de la Torre Juan Abad.

Aureliano Fernández Guerra rechaza tal atribución; creo recordar que aduce que si Ercilla vio los escritos de Francisco de la Torre, esos escritos no podían ser de Quevedo. Argumento más absurdo, imposible, ya que el testimonio de que Ercilla lo vio es del propio Quevedo, pero como Fernández Guerra es la autoridad por excelencia en estas cuestiones, prácticamente desde que emitió su fallo no ha habido más que hablar. Hago un inciso aquí para hacer memoria de la sorpresa que continuamente sentía al leer a Fernández Guerra. Todavía recuerdo su discurso de entrada en la Academia, "La novia de Quevedo", que con la impetuosidad y la precipitación de la juventud me atreví a juzgar escandalosamente incierto en lo esencial, escondido tras una montaña de precisa erudición.
Mis conclusiones de entonces, resumidamente, fueron que las obras de Francisco de la Torre están escritas por Quevedo a su amor fatal, Esperanza de Aragón y de la Cabra, que fue su esposa durante un breve tiempo. Esperanza de Aragón era viuda y añoraba a su marido, según se deduce de las cartas cursadas entre ambos antes del matrimonio, que se conservan. Parece ser que Quevedo, aunque lo intentó, no pudo ocupar el lugar principal en el corazón de la señora. Su matrimonio duró unos días apenas y jamás se comentó nada, por nadie, acerca de la causa de su fracaso y de su desdicha. La historia de su noviazgo son los poemas de Francisco de la Torre, donde se da cauce a los avatares y circunstancias de su relación. Todo esto lo fundamento en un argumento de autoridad: la mía a los veintitantos años, que fía en conocer a Quevedo, conocer a Francisco de la Torre y pensar que cuadraba con su personalidad, sus deseos y sus circunstancias, tal explicación. No comparto con el garante del argumento ni una sola célula de mi cuerpo, según estudié en el bachillerato. Recuerdo, sí, que el fiador solía ser más apasionado que objetivo, defecto que, tal vez, comparto con aquel muchacho.
Abona, sin embargo, la tal tesis el pensar que Quevedo, como Secretario del Rey, no publicó en vida más versos que las traducciones de Epícteto y de Focílides, que son materia grave y no menoscaban su condición como podrían hacerlo los versos de Francisco de la Torre o cualesquiera otros de los encontrados y publicados a su muerte. Luego si fue Quevedo el autor de tales versos, no podía publicarlos mas que con nombre fingido.
Por último, y no menos importante, atribuyendo a los versos de Francisco de la Torre cierta antigüedad, se crea un decisivo precedente para Fernando de Herrera, que pierde su originalidad y pasa a ser un imitador de Francisco de la Torre. Eso es matar unos cuantos pájaros de un tiro. El mismo Quevedo dice: [Fernando de Herrera] "tuvo por maestro y ejemplo a Francisco de la Torre, imitando su dicción y tomando sus frases y voces tan frecuente, que puedo excusar el señalarlas; pues quien los leyere, verá que no son semejantes, sino uno."
Por último, como todo esto en el fondo nada importa, leamos los versos de Francisco de la Torre; no escogeré hoy los que me parecen más bellos; escogeré algunos que pienso muestran la dicción y el estilo de Francisco de Quevedo, por mucho que este se hubiera esforzado en ocultarlo; en la Égloga primera de la Bucólica del Tajo, habla Palemón:

"Ni claro Norte tras tormenta fiera,
ni claro Sol tras noche tenebrosa,
ni tras invierno yerto Primavera,
ni tras Austro cruel Aura amorosa,
ni tras lluvia que el viento persevera
cielo sereno con su luz hermosa,
al navegante, al campo, al monte, al día,
son lo que la divina Daphnis mía."

¿Que esto es de la época de Garcilaso? ¿Que lo tenía ya Boscán más que olvidado? No tengo más que repetir una palabra que gustaba de decir mi abuela: ¡Miau!

4 comentarios:

Jueves dijo...

De Francisco de la Torre supe cuando fui alumna de Antonio Prieto, el novelista-profesor-bibliófilo que nos recitaba a Garcilaso con la voz del que ya ha descubierto en qué consiste el otium... Seguro que lo estudié y que algo memoricé... En estos tiempos mi desmemoria me permite otra vez emocionarme, cumplir otra vez veinte años y temblar...
A qué cosas tan raras se dedican los arquitectos, caballero...
Sí, seguro que fue Quevedo...
Un abrazo

Toni Solano dijo...

Vaya; yo también he leído a Fco. de la Torre y soy fiel devoto de Quevedo y jamás hallé sospecha de todo este asunto. Volveré a leerlo(s) con más afán. Un saludo y gracias.

odette farrell dijo...

Sí que estoy aprendiendo nuevas cosas del siglo de oro español gracias a ti!

Animal de Fondo dijo...

Muchas gracias a los tres por vuestra visita y vuestro comentario.