Un Mockbhy es un coche sencillo, relativamente frecuente en Cuba. Es un cuatro cilindros, fabricado en la Unión Soviética, con cuatro velocidades, refrigerado por agua. Los neumáticos son diagonales, no radiales. Es un coche espartano, sencillo y fiable una vez que se reparan los errores más graves de su construcción, como por ejemplo la calidad del termostato que abre y cierra el paso del refrigerante hasta el radiador.
La propiedad de los Mockbhy no puede intercambiarse libremente, porque se trata de un bien propiedad del estado, cuyo uso se encuentra cedido a un ciudadano como estímulo y premio al trabajo que realizó. No puede usarse por ciudadanos extranjeros, por tanto; si la policía detecta este uso fraudulento, el propietario se arriesga a perder el vehículo. Mucho se fiaba de mí la persona que me cedió el suyo durante miles de kilómetros, años atrás. Desde aquí le agradezco la confianza, a la que, afortunadamente, pude corresponder devolviendo siempre el vehículo en un estado algo mejor del que tenía al recibirlo yo (el dichoso termostato).
No me hicieron falta muchos viajes a Cuba para darme cuenta de que el uso de los vehículos que se alquilan a los turistas no era viable para mis fines. ¿Te imaginas, Jueves, recibir la visita de un amigo querido que aparcó su jet en la puerta de tu casa? Los coches de Turismo llaman la atención al igual que la llamaría caminar con taparrabos y plumas de guerra. Atraen justamente a lo que tú no deseas atraer. Dificultan a las familias normales su relación contigo. Andar sin transporte tampoco es muy práctico si pretendes conocer desde Punta Maisí al Cabo de San Antonio. Alquilar con conductor conlleva una servidumbre aceptable en algunos casos, pero no para aquél que considera la vida un curso acelerado de cubanidad. Yo fingía vivir en la Habana, en un denodado esfuerzo porque los cubanos me consideraran uno de los suyos. Un Mockbhy beige, de los más pequeños, es perfecto, dentro de lo que cabe.
Como hay que camuflarse con los colores del ambiente, conducir un Mockbhy es lo más fácil del mundo, Jueves: cuarta velocidad y de siete a diez kilómetros a la hora, con un punto de gas para que no tironee. Si reduces a tercera o das un acelerón, tu acompañante pensará: "Dios mío, cómo tú gastas gasolina". Eso hay que evitarlo a toda costa. Piensas el trayecto; buscas el camino más corto; arrancas; metes la cuarta velocidad.
Hoy contaré el día que sudé una tinta más fría con mi Mockbhy. Debajo de la bahía de La Habana hay un túnel, a trece o catorce metros de profundidad y de unos 750 m. de longitud. Empezaba a cruzar el túnel. El motor empieza a dar falsas explosiones, petardazos. Justo en la mitad se para. Se acerca un guardia con el arma reglamentaria (parecía una ametralladora, no sé qué sería). "No se puede parar aquí" (y tanto, dos carriles en cada sentido, que no siempre funcionan). Me mira. Me remira: "¿Usted es extranjero? ¿De quién es el carro?". "De mi suegro" (era la respuesta convenida), contesto yo con una voz que no me sale del cuerpo. "Su suegro va a perder el carro". Denodadamente, intento arrancar. Arranco. Ya arrancó, le digo, me voy. Le digo adiós. Me dice adiós. Siento agradecimiento y le alargo, antes de marchar, dos dólares al policía. Me pone mala cara. El motor se para de nuevo. "Intento de soborno", me dice. "Eso ya no se lo puedo resolver yo, habrá que ir para la estación de policía". Le razono que no fue intento de soborno sino intento de agradecimiento. El motor había arrancado, yo me disponía a partir, nos habíamos despedido, yo ya no necesitaba su ayuda. Me acepta el razonamiento. "De todas formas, no tengo otra que avisar a la grúa", me dice. "Dispone usted del tiempo que tarde en llegar".
Le pido permiso para reclamar ayuda de otros coches que pasen. Me repite que dispongo del tiempo que tarde en llegar la grúa. No puede hacerse otra cosa.
Hago alto al primer coche que pasa, con cinco cubanos dentro. Les cuento el problema. Tardan unos cinco segundos, después de abrir la cubierta de chapa, en mirarse y decir: "Se tupió la bomba de la gasolina". Me miran. Se miran. Me dan el diagnóstico: "La única solución es que baje la gasolina por gravedad hasta el carburador". Arrancan el depósito del líquido limpiaparabrisas. Lo llenan de gasolina. Lo apoyan encima de la cubierta del filtro del aire. Lo empalman con el carburador. El motor arranca. Salgo de allí. Total, cinco o seis minutos.
A un kilómetro más allá del túnel, paramos de nuevo. Me limpian la bomba y reparan la avería. Todo como nuevo. Nos despedimos. Yo, con el corazón a doscientos veinte v., decido irme para la playa a despejar.
A la vuelta, al ver el túnel, tomo carrerilla por lo que pueda pasar y lanzo el coche. Un policía me da el alto, gritando: "Exceso de velocidad". Cuando estoy casi parado, me mira: es el mismo policía de por la mañana. Sonriendo, me indica con la mano que siga mientras me dice: "Ya te salvé dos veces, ¡aprende!". Y sí, procuré aprender.
Otro día, más de mi Mockbhy.
La propiedad de los Mockbhy no puede intercambiarse libremente, porque se trata de un bien propiedad del estado, cuyo uso se encuentra cedido a un ciudadano como estímulo y premio al trabajo que realizó. No puede usarse por ciudadanos extranjeros, por tanto; si la policía detecta este uso fraudulento, el propietario se arriesga a perder el vehículo. Mucho se fiaba de mí la persona que me cedió el suyo durante miles de kilómetros, años atrás. Desde aquí le agradezco la confianza, a la que, afortunadamente, pude corresponder devolviendo siempre el vehículo en un estado algo mejor del que tenía al recibirlo yo (el dichoso termostato).
No me hicieron falta muchos viajes a Cuba para darme cuenta de que el uso de los vehículos que se alquilan a los turistas no era viable para mis fines. ¿Te imaginas, Jueves, recibir la visita de un amigo querido que aparcó su jet en la puerta de tu casa? Los coches de Turismo llaman la atención al igual que la llamaría caminar con taparrabos y plumas de guerra. Atraen justamente a lo que tú no deseas atraer. Dificultan a las familias normales su relación contigo. Andar sin transporte tampoco es muy práctico si pretendes conocer desde Punta Maisí al Cabo de San Antonio. Alquilar con conductor conlleva una servidumbre aceptable en algunos casos, pero no para aquél que considera la vida un curso acelerado de cubanidad. Yo fingía vivir en la Habana, en un denodado esfuerzo porque los cubanos me consideraran uno de los suyos. Un Mockbhy beige, de los más pequeños, es perfecto, dentro de lo que cabe.
Como hay que camuflarse con los colores del ambiente, conducir un Mockbhy es lo más fácil del mundo, Jueves: cuarta velocidad y de siete a diez kilómetros a la hora, con un punto de gas para que no tironee. Si reduces a tercera o das un acelerón, tu acompañante pensará: "Dios mío, cómo tú gastas gasolina". Eso hay que evitarlo a toda costa. Piensas el trayecto; buscas el camino más corto; arrancas; metes la cuarta velocidad.
Hoy contaré el día que sudé una tinta más fría con mi Mockbhy. Debajo de la bahía de La Habana hay un túnel, a trece o catorce metros de profundidad y de unos 750 m. de longitud. Empezaba a cruzar el túnel. El motor empieza a dar falsas explosiones, petardazos. Justo en la mitad se para. Se acerca un guardia con el arma reglamentaria (parecía una ametralladora, no sé qué sería). "No se puede parar aquí" (y tanto, dos carriles en cada sentido, que no siempre funcionan). Me mira. Me remira: "¿Usted es extranjero? ¿De quién es el carro?". "De mi suegro" (era la respuesta convenida), contesto yo con una voz que no me sale del cuerpo. "Su suegro va a perder el carro". Denodadamente, intento arrancar. Arranco. Ya arrancó, le digo, me voy. Le digo adiós. Me dice adiós. Siento agradecimiento y le alargo, antes de marchar, dos dólares al policía. Me pone mala cara. El motor se para de nuevo. "Intento de soborno", me dice. "Eso ya no se lo puedo resolver yo, habrá que ir para la estación de policía". Le razono que no fue intento de soborno sino intento de agradecimiento. El motor había arrancado, yo me disponía a partir, nos habíamos despedido, yo ya no necesitaba su ayuda. Me acepta el razonamiento. "De todas formas, no tengo otra que avisar a la grúa", me dice. "Dispone usted del tiempo que tarde en llegar".
Le pido permiso para reclamar ayuda de otros coches que pasen. Me repite que dispongo del tiempo que tarde en llegar la grúa. No puede hacerse otra cosa.
Hago alto al primer coche que pasa, con cinco cubanos dentro. Les cuento el problema. Tardan unos cinco segundos, después de abrir la cubierta de chapa, en mirarse y decir: "Se tupió la bomba de la gasolina". Me miran. Se miran. Me dan el diagnóstico: "La única solución es que baje la gasolina por gravedad hasta el carburador". Arrancan el depósito del líquido limpiaparabrisas. Lo llenan de gasolina. Lo apoyan encima de la cubierta del filtro del aire. Lo empalman con el carburador. El motor arranca. Salgo de allí. Total, cinco o seis minutos.
A un kilómetro más allá del túnel, paramos de nuevo. Me limpian la bomba y reparan la avería. Todo como nuevo. Nos despedimos. Yo, con el corazón a doscientos veinte v., decido irme para la playa a despejar.
A la vuelta, al ver el túnel, tomo carrerilla por lo que pueda pasar y lanzo el coche. Un policía me da el alto, gritando: "Exceso de velocidad". Cuando estoy casi parado, me mira: es el mismo policía de por la mañana. Sonriendo, me indica con la mano que siga mientras me dice: "Ya te salvé dos veces, ¡aprende!". Y sí, procuré aprender.
Otro día, más de mi Mockbhy.
10 comentarios:
Si todos los cubanos propietarios de vehículos "rusos" hubiesen escrito sus memorias de los últimos20 años, supongo que habría mucho material para escribir en todos los géneros:comedias (ligeras y pesadas), drama y hasta terror que hay sus historias espeluznantes, un amigo en medio de los años duros del Período Especial me dijo una vez que podríamos desarrollar una vertiente inexplorada dentro del turismo, TURISMO PARA MASOQUISTAS, "usted les da uno de estos carros, indispensable hacerlo sin ofrecer detalles del mecánico habitual, un apartamento en un edificio multifamiliar, con abundantes filtraciones y una cocina de kerosene, en menos de 72 horas el individuo habrá alacanzado el límite impensado de su satisfacción", realmente el chiste es un poco morboso especialmente en el momento que fue hecho que la mayoría de los cubanos cocinábamos con kerosene, las perspectivas de reparar edificios eran nulas y un carro moderno en nuestras calles arrancaba más de un grito de asombro, sin emabrgo esa realidad de principios de los 90 la vivió este pueblo en el día a día, sin que faltara una sonrisa y sin que se nos agotaran las esperanzas.
De cualquier forma "te la jugaste al pegao", como decimos los cubanos insistiendo en conducir un carro particular aún a sabiendas de los riesgos, porque cualquier policía cubano podría descubrir el timo, no es fácil pasarse por uno de nosotros, el acento, la piel, las maneras de comportarse siempre deben haber dejado entrever la verdad, pero me parece válido el intento para conocer desde dentro la esencia de los cubanos e intentar ser uno de nosotros.
Una vez más gracias por esa deferencia y afecto que sientes por esta isla, un abrazo...
Querida Yolanda: pues claro que me la jugaba (y el carro era HM, siempre soñé con un HK), pero creo que no tenía otra. En aquel momento, los carros de turismo lo que hacían era separarte de la gente de verdad interesante, por lo menos ponían una distancia casi insalvable, y para colmo atraían a otra gente que tardé algún tiempo en saber tratar y que al principio me desconcertaba. Algo logré con respecto a esto último, porque si me vieras paseando con unos amigos españoles y decirle por lo bajo a uno que se acercaba "compadre, respétame, que estos puntos son míos", te reirías. Y sí, llevas razón en lo de la dificultad, pero ten en cuenta que tomaba el sol (qué tortura) antes de viajar, y que me aprendí casi de memoria el libro de Santiesteban, "El habla popular cubana", más un repasito de vez en cuando al Pichardo y al "Catauro" de Fernando Ortiz. Llevaba una agendita para apuntar el "argot". Te aseguro que hubo un tiempo en que por lo menos conseguía que algunos pensaran que era cubano haciéndome pasar por turista, y más que cuando (en ciertos ambientes, claro, porque después ya me ilusionaba conocer a todo el mundo, siempre quería más, quería saberlo todo) me preguntaban por el tiempo que hacía que no me veían, solía decir que había estado "en el tanque" (y no sé si hasta alguna vez dije "en Mazorra", pero me creo capaz de haberlo dicho). Recuerdo con mucho cariño esa época, no me reí de nadie jamás, pero de mí mismo ni te imaginas cuánto. ¡Y cuánto aprendí de vosotros! A ver si voy recordando y os cuento mis tragicomedias, que son otro punto de vista. Desde aquí ya te pido una cosa: que si alguna vez escribo, sin darme cuenta, algo que yo confunda con humor y esté fuera de tono, me lo digas para que lo rectifique corriendo.
Ah, leí lo de tu hermana y me encantó de veras, lo tengo pendiente, como casi todo. Este post lo publiqué porque ya lo tenía escrito.
Abrazos.
Por suerte los cubanos tenemos la suerte de ser capaces de reirnos de nuestras propias desdichas, as� que alguien que haya intentado pasar por uno de nosotros tiene derecho a hacer lo mismo con sus experiencias, lamento que el HK no llegara a tus manos, aunque creo que esa combinaci�n hubiese dado otro matiz a las historias, me alegra que te gustara lo de mi hermana, es alguien imprescindible en mi vida, y no porque sea la �nica que tenga, sino porque realmente es maravillosa, un abrazo
Aquí les decimos Moskóvich. No sé siquiera si se dice así en ruso. Lo que me consta es que eres un viajero muy peculiar y la historia es divertidísima. ¿Así que el carro de tu suegro? ¿Y habías estado en el tanque o en Mazorra? Para que eso suene verosímil hay que poner lo que tiene uno de histrión. Jajjaja. Mi tío tenía otro vehículo ruso -un Lada- y recuerdo bien los paseos que nos dábamos antaño. No me parece que se rompiera nunca ni quedara varado como un velero en el Mar de los Sargazos.
Ah, la nostalgia de lo ruso!
Yo era un niño cuando el gran derrumbe, pero todavía tengo muy presente el repertorio de electrodomésticos rusos de mi casa. Hay que oír a mi mamá echar de menos su batidora rusa. Se cuenta que algunas madres amenazaban a los hijos con el castigo de sentarlos a ver -si se portaban mal- los muñequitos rusos. A mí no me parece que fueran tan aburridos: Lolek y Bolek, "Deja que te coja"... La editorial Ráduga, de Moscú, publicaba unos excelentes libros infantiles, de divulgación científica. Ah, que ingenuos éramos! Todavía Disney no estaba de moda en mochilas y pulóveres; aún la gente iba al cine, aunque fuera para ver películas rusas. Anda, cuentanos sobre los kilometros que recorriste en el Moskovich, tan empeñado en confundirte con la quimera, viajero sobre el espinazo de la Isla...
Me apunto a las peticiones de los que quieren saber más de tus aventuras y desventuras de tu inmersión cultural y afectiva de la isla donde a falta de... nace el ingenio (en todos los campos).
Saludos afectuosos
Qué rico relato, y qué afortunado fuiste en verdad...sí me sumo a los interesados en oir historias sobre un mockbhy :)
Apúntome en la lista de personas interesadas en sus crónicas. Le va muy bien a ud. el género. Dios bendiga al policía, donde quiera que esté! saludos.
Ay, Femesmenota, cómo me gusta la Cuba de tus ojos, la de los textos de Maykel y de Yolanda, la Cuba de tu memoria… Esto me recuerda otra vez a la disputa sobre la belleza de Dulcinea: ¿quién se la otorga a la dama?, ¿a qué huele “en realidad” la labradora de los sueños del caballero? Seguro que existe… Cierro los ojos y digo que me fío de ti, que sospecho ahora que algún mago malandrín me habría encantado y por eso caminaba por el malecón sin distinguir la brisa del mar de mi aliento de turista. En fin, cuestiones literarias que aún tengo sin resolver…
Yo también me he divertido mucho con tu anécdota, y cómo no, aquí en tu patio me arranco a relatar la mía (esto va a parecer una fiesta gitana): estábamos en Pinar del Río alojados en casa de una señora, Nenita, bastante amable y, posiblemente, en el único lugar en el que casi casi nos dejaron ver los encantos de la “dama”. Por aquel entonces yo no conducía, así es que Nenita nos ofreció que su yerno nos llevara de excursión en el Lada cuyo “dueño” era el padre del amigo de dicho yerno (bueno, esto último me lo he inventado: lo que es cierto es que a él no le habían “asignado” ningún vehículo, o sea, que se la jugaba trayendo y llevando turistas). Aceptamos. Era una buena oportunidad de conocer algunos rincones de la mano de un cubano… Lo primero que nos dijo fue “ustedes se me agachan cuando vean policía”. Sin embargo, y a pesar de que fuimos obedientes y de que el coche llevaba los cristales tintados, la policía nos paró. No teníamos ni idea de por qué ni qué iba a ocurrir: el yerno de Nenita se bajó y le dijo al agente que blablabla y que, por su puesto, el coche no era suyo y que ya nos habían multado y que allí mismito llevaba la multa firmada y sellada y no sé qué más: ¡habíamos salido de Pinar del Río con multa incorporada! Según nos contó nuestro chófer, un amigo de su cuñado, que también era policía, le hacía el favor de multarlo antes de llevar por ahí a turistas… En fin, decían, “el cubano tiene que inventar”.
El día no estuvo mal: vimos cocodrilos, pinturas rupestres, mil ¿cangrejos? gigantes cruzando la carretera por la que nosotros circulábamos… Y nosotros, ya sabéis, con la confusión en los bolsillos de nuestros pantalones de turistas (algunas cubanas me tiraban de ellos y todos los días me los querían cambiar por sus mallas) y con nuestro ¿orden? europeo entre ceja y ceja no supimos quizá mirar ni reírnos de nosotros mismos… Todo nos pareció complicado, con tantas vueltas que, sumando el calor a la situaciones surrealistas, acabábamos mareados…
Pero sí, en casa de Nenita descubrimos un poquitín cómo es Cuba (por su patio, precioso, corría junto a los niños, un cochinillo muy simpático)… Tanto es así que probé hasta uno de los remedios familiares para el estreñimiento: “Mira, mi nuera le da a mi nieto media cucharadita y ya está”. Yo pensé que si al niño media, pues yo una entera de esa ¿leche de magnesio? Sí, lo certifico, funciona… ¡funciona demasiado! Y no hace falta esperar catorce días como con los “activia” de danone que ahora compro en el súper. Pero la historia de la leche de magnesia no es para este comentario y tendrá que esperar que la oportunidad la convoque de nuevo al patio de Fmesmenota.
Te he leído junto a Leónidas: ¡pues otra vez gracias por la hermosura!
Ah, y que me apunto también a seguir escuchando tus historias de Cuba. Cómo me gustaría "ver" desde tus palabras. Y quién sabe, quizá algún día compartimos mojito en la isla...
Jueves, !cómo te escondes las historias bajo esa manga tan holgada! Milagrosa leche de magnesia que hace aligerar la carga; otro secreto de la Isla: la infusión de hojas de guayaba produce el efecto contrario, así que precaución también con las frutas insulares que cantaran los poetas...
Animal de Fondo, veo con gusto que cada vez tenemos más brazos para tostar y moler ese café verde en el huerto de Dulcinea.
Gracias a todos por vuestros comentarios. He estado unos días fuera, los que no han sido laborables en España, descansando con mi familia.
Yolanda, junto a uno de los puentes del Almendares alquilaban HK; pero siempre estaban alquilados ya y sospecho que me faltaba una palanca.
Maykel: no sabía que esté de moda Disney y todo eso. En mis tiempos creo que como mucho una marca de zapatillas, pero realmente a todo el mundo le daba igual. Seguramente algunas cosas ya serán distintas. En cuanto a los aparatos rusos, sé por una cercana experiencia que el ruido de los ventiladores creaba adicción y que hay quien no puede dormir en silencio si, desde pequeño, se durmió con ese sonido peculiar del ventilador.
Carátides: hay mucho que hablar sobre esos puntos suspensivos. Espero que podamos hacerlo.
Odette: como siempre, es un placer tenerte por aquí, más cuando tienes que estar tan ocupada con la expo. Gracias!
Julio Roberto: haré lo que pueda, y sí, yo también bendigo al policía.
Jueves: qué bien que nos cuentes tus aventuras también. Tu paso por Pinar del Río, donde Yolanda añora su Holguín, me ha enseñado una cosa nueva. Prácticamente nunca me alquilé con un "botero", así que no conocía esa maña de las multas. Yo intentaba saberme de memoria las curvas en que se escondían los "caballitos". Todavía me acuerdo de una curva en bajada, en la entrada nordeste de La Habana, donde a veces paraban a casi el cincuenta por ciento de los carros, porque había una limitación muy baja, de cuarenta o así.
En todo caso, esperamos tus historias.
He querido contestaros antes de publicar el siguiente artículo de la saga, que he escrito en estos días de ausencia. La verdad es que estoy un poco dubitativo sobre publicarlo o no, temo molestar a alguien sin darme cuenta. Pero bueno, lo que pasó, pasó, y si meto la pata, ya me indicaréis la forma de sacarla.
Un abrazo a todos.
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