jueves, 3 de abril de 2008

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ


A Joselu, que es profesor y amigo y enseña a sus alumnos la maravilla; no como los otros "catedráticos" a que se refiere este artículo.

Pretendo escribir en las siguientes entradas un resumen de los sucesos que dieron lugar, a finales del año 1953, a la ruptura de Orígenes. A mi juicio, esa ruptura es una explicación capital del devenir de la literatura en lengua española. Como Saulo de Tarso, creo haber visto la luz. A la inversa de Saulo, siempre he barruntado la realidad de la cuestión, lo que me ha evitado perder mucho tiempo leyendo mala poesía y malos poetas.
Como primera introducción a mi afán, voy a publicar aquí, hoy, un artículo que me editó la revista Agua en el año 1994, en el ejemplar del mes de junio. Tengo que decir que tal revista fue una aventura literaria que vivimos en su día diez amigos, financiándola nosotros mismos para ser libres. Se editaban unos quinientos ejemplares; doscientos cincuenta de ellos se enviaban por correo a distintas universidades del mundo; los otros doscientos cincuenta se dejaban, de veinte en veinte, sobre el mostrador de un bar donde se reunía el "consejo de redacción" en aquellos tiempos, para que quien quisiera se la llevara a su casa. Tenía en su cabecera un lema, que nunca se cambió: "Aunque en el agua mueras, canción, no has de quejarte". Se imprimía con buen papel, buenas prensas y una edición cuidada. Duró doce o catorce años.
En cuanto al artículo sobre Juan Ramón, es largo y tal vez el tiempo ya ha empezado a desgastarlo. Jorge Guillén está mucho más olvidado que entonces, como tal vez le corresponde. También advierto que ahora habría intentado yo ser menos directo y más comprensivo con algunas situaciones, señal de que voy envejeciendo también. Aquí va, tal como se publicó:

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Por alguna razón escondida, el libro de Rafael Alberti "Marinero en Tierra" comienza con una carta-prólogo de un tal Juan Ramón Jiménez. Hay quien opina que ese señor Jiménez es un seudónimo del propio Rafael Alberti; hay quien dice que bajo tal nombre se esconde la figura de una amante del autor, contemporánea de María Teresa León, a quien Alberti añora todavía. Por último, se sabe que un grupo de profesores universitarios sostiene que el bondadoso Alberti quiere con ello mantener en el recuerdo, aún en nuestros días, a un oscuro escritorzuelo exiliado, anterior a la guerra civil, tal vez español o hispanoamericano.
¿Están en lo cierto los profesores universitarios? Si pensamos en las características generales de estos profesores, podemos dudarlo. Los profesores no suelen seguir el consejo de Matisse, o más bien, por definición, no lo han seguido. Matisse decía: "Si fuera un pintor joven me buscaría un trabajo con sueldo fijo y sería independiente y podría pintar lo que me diese la gana. Eso no perjudicaría a mi arte. Lo que me haría daño sería verme obligado a pintar postales, cursilerías. Trabajar en un banco o cargar ladrillos me parece bien". Los profesores deben, en primer lugar, enfrentarse a una oposición y a unos estudios convencionales para serlo; eso implica aceptar multitud de juicios de valor ajenos en materia de belleza y de gusto, ya que a menudo es necesario opinar de lo que no se ha podido leer. La literatura crítica española está repleta de malentendidos que se repiten con las mismas palabras a través de los siglos; una vez que se ha adquirido autoridad -y hay que hacer muchas concesiones y sacrificios para lograrlo- no es posible aducir ignorancia para no emitir una opinión. Así pues, los profesores, críticos por oficio y no por afición, resignados a repetir diriamente las opiniones que no han podido contrastar, con frecuencia se equivocan. Las historias de la literatura más ajustadas a la realidad son las de los aficionados, que pueden permitirse el pasar de largo por un siglo o por un autor mediante la breve confesión de que tal siglo o tal autor no es de su interés. No es posible imaginar a Azorín catedrático.
Es tal vez ésta la razón por la que la crítica se equivoca en la valoración de los autores de poesía española de este siglo [el siglo XX]. Causa una gran tristeza contemplar cómo se confunde a los estudiantes con la valoración que se les exige aprender acerca de nuestros poetas. Esta valoración habitual sustenta que los autores de la generación de la dictadura -que ellos disfrazan aludiendo al año 27, por ver si con esa cifra abstracta olvidamos quién gobernaba el país desde el año 23, año en que tales poetas comenzaron verdaderamente a florecer- son los instauradores de un nuevo Siglo de Oro; establecen como pilares básicos del grupo a Federico García como poeta para los profanos y a Jorge Guillén como poeta para entendidos; por fin, dejando de lado la gran maraña de consideraciones eruditas y valoraciones críticas con que adornan sus juicios, relegan a Juan Ramón Jiménez hasta un escalón ínfimo del siglo, apoyándose sobre todo en ciertas cualidades de rareza de carácter y de excentricidad de conducta que han inventado.
No sé a quién se debe el origen de la maledicencia imperante en el ámbito universitario acerca de Juan Ramón; intuyo que algo de culpa puede atribuirse a Luis Cernuda, que aduló tanto a Jiménez mientras Jiménez vivió y que con motivo de su muerte escribió de él palabras tan terribles. Para quien esté interesado en la verdad, diré que a mí me basta para juzgar la relación Cernuda-Juan Ramón con sentir la envidia destilar de los escritos de Cernuda y la bondad de las cartas de Juan Ramón. A quien busque razones más objetivas, le remito al artículo que Cernuda publica a la muerte de Juan Ramón y que titula aludiendo expresamente a Jiménez-Jeckyll-Hide, alusión que posteriormente elimina de sus obras completas pero que queda íntegra en el contenido del artículo. Sea quien sea el que da comienzo a los malentendidos sobre Juan Ramón -en resumen, la envidia, sin acepción de personas-, vamos a tratar de apuntar, en los párrafos que siguen, la que podría ser la razón objetiva de estos errores. Si la causa que voy a exponer es acertada ello implica que el destino es el único responsable de esta equivocada valoración, que, por tanto, probablemente se seguirá perpetuando, al menos hasta que la etimología profesor-prostitutor no cambie.
Para que nuestro análisis pueda ofrecer un contraste mayor, enfocaremos la polémica en los dos opuestos, es decir, Juan Ramón como el odiado de los profesores y Jorge Guillén como su preferido; para empezar exponiendo nuestro principal argumento, es preciso aludir a alguna de las opiniones de Azorín acerca de la poesía clara y de la poesía oscura.
Dice así Azorín: "¿Versos claros? ¿Versos oscuros? Todo el mundo escribe versos claros, y nada hay más raro que unos versos claros que sean bellos. Pocos son los que escriben versos oscuros, vulgares. (...) Lo cierto es que ser oscuro en poesía es cosa que está al alcance de cualquiera. Si el poeta que escribe versos es persona prestigiosa, los versos serán buenos. En la región de la poesía enigmática, todo depende del prestigio personal del poeta. Son buenos los versos si el poeta tiene prestigio; son malos si el poeta no es más que un hombre mediocre. Todo es cuestión de autoridad en esta materia. Todo lo fiamos en lo que nos digan los hombres que gozan de respetabilidad. ¡Cuántas cosas se ven en los poetas lóbregos! Se ven después que las han visto escritores renombrados. Se ven cuando nos han dicho que, en efecto, allí en los enigmáticos versos, existe lo que dicen que existe".
Sigue diciendo Azorín: "Escribe mucha gente versos claros; los escriben los poetas que no se deciden a escribirlos lóbregos. Escribir versos claros y que tengan un contenido de sustancia poética es algo más arduo que hacer lo contrario. En un verso claro, ¿qué es lo que podemos ver? Las palabras allí están en su recto significado; no hemos construído la frase laberínticamente. Se dice lo que se dice y nada más. ¿Cómo podremos encandilar al lector?".
¿Vais viendo por dónde va nuestra explicación? ¿Veis que, como corolario de todo lo expuesto se comprende que es mucho más fácil también comentar versos oscuros que versos claros? Para comentar versos claros es preciso indefectiblemente comprenderlos. Es necesario, además, ser capaz de captar el núcleo poético de los versos. ¿Y cómo exponer con palabras sencillas ese núcleo que tan pocos poetas saben expresar? ¿No será preciso ser un poco poeta para poder explicar algo de poesía? En cambio, explicando versos oscuros, todo es fácil. La explicación de los versos oscuros se sustenta en la autoridad del que los explica. Y de tal autoridad -ya que no de la sensibilidad necesaria- no cabe duda de que disponen los profesores, que pueden aprobar o suspender a su antojo. Y así los profesores van perpetuando sus valores castrados y obligando a los adolescentes a que se los aprendan de memoria, porque no hay otro modo, más que abusar de la memoria, de repetir los disparates que se enseñan.
¿Parece a los profesores parcial la opinión de Azorín?¿Puede ser fruto esta opinión de la envidia hacia Jorge Guillén de los seguidores de Juan Ramón? Escuchad a Han Fei, otro envidioso de Jorge Guillén, muerto en el 234 a.C.:
"-¿Qué son los temas más difíciles de pintar?
-Perros y caballos.
-¿Y los más fáciles?
-Los fantasmas. Los perros y los caballos los conocemos porque los vemos todos los días y es difícil pintarlos de forma que parezcan verdaderos. Pero nadie ha visto a un fantasma y pintarlo resulta facilísimo. Un monstruo nunca está mal pintado".
Cuando un verso de un buen poeta nos parece oscuro es por falta de conexión cultural con su ambiente. No hay verso oscuro en Góngora, sino ignorancia del lector acerca de la cultura clásica. Escuchemos a Juan Ramón Jiménez:

El horizonte es tu cuerpo.
El horizonte es mi alma.
Llego a tu fin: más arena.
Llegas a mi fin: más agua.

También Juan Ramón ha sido acusado de oscuridad por los profesores; es evidente que toda la poesía es oscura para quien no la comprende. Aún a quien comprende los versos de Juan Ramón le resulta difícil comentarlos, y del todo imposible elaborar un laberinto de exégesis que dé de comer a quien lo redacta. Son versos que se comprenden o no; más aún, que emocionan o no, aunque no se llegue a su comprensión abstracta cabal, aunque esta comprensión no pueda expresarse con palabras. Escuchemos a Juan Ramón:

Tu cuerpo: celos del cielo.
Mi alma: celos del mar.
(Piensa mi alma otro cielo.
Tu cuerpo sueña otro mar.)

Si quisiéramos hablar sobre el significado de estos versos nos resultaría harto difícil, porque su significado excede su contenido, que no es lo más importante. Lo más importante son sus emociones remotas, que nacen de lo hondo de nuestro ser. ¿Cómo explicar lo que sentimos al ser traspasados por la lluvia o por el fuego? O somos capaces de hacerlo como Juan Ramón o debemos callar. Veamos ahora algunos versos de Guillén, extraídos de su libro fundamental, Cántico [nota actual: y el colmo es que estos versos son los ampliamente corregidos de las últimas ediciones de Cántico; en Orígenes he encontrado de qué calaña eran cuando nacieron]:

PASMO DEL AMANTE
¡Hacia ti que, necesaria,
Aún eres bella! (Blancura,
Si real, más imaginaria,
Que ante los ojos perdura
Luego de escondida por
El tacto.) Contacto. ¡Horror!
Esta plenitud ignora,
Anónima, a la belleza.
¿En ti? ¿En quien? (Pero empieza
El sueño que rememora.)

¿no seríais capaces de escribir un libro con motivo de estos versos? Solamente medio libro, decís? Pues veamos cómo completarlo. Después del pasmo, es bueno que el amante recobre las fuerzas:

PAN
En el pan de tanta miga
-Apretadamente suave-
A más sol de julio sabe,
Dorada quietud de espiga.
La corteza. Siga, siga
Variando el atractivo
Mi gusto. Bien lo acompaña
-esencia que fuese entraña-
El pan, el pan sustantivo.

Leyendo estos poemas se comprende el placer que las personas detenidas en la fase sádico-anal de su evolución deben sentir al excretar a los jóvenes a su cargo una hora diaria de ripios y trivialidades de Guillén. ¿Verdad que ya os sentís capaces de completar vuestro libro? ¿Verdad que a la sensualidad del espíritu del amante ya podemos oponer con este otro poema la espiritualidad de los sentidos? Mientras el espíritu gusta de la carne, la naturaleza produce el pan para que la carne guste del espíritu. Si poco a poco sustituimos el universo corriente por un universo propio de Guillén y nuestro, construído en trescientas o cuatrocientas páginas, tal vez podamos aspirar a la cátedra.
Es obvio que no todos los profesores son indignos. Algunos podrían explicar que Juan Ramón Jiménez desechó la obra de sus primeros treinta y cinco años cuando comprendió el camino que la poesía española debía seguir. Ese camino, que era el de la tradición, aceptaba las premisas del Movimiento Moderno y concordaba con lo que en otros ámbitos estaban haciendo Le Corbusier y Picasso. Tiempo después, un grupo de poetas burgueses apuntaron a algunos de sus fieles al partido comunista y se legitimaron para encabezar la reacción. Tal reacción dura y durará mientras el sentimentalismo sea más accesible que las emociones. Valga decir que durará mientras los profesores no sean aficionados a la literatura.
Si uno de los problemas de nuestro siglo es o no que los profesionales están sujetos al mercado en el ejercicio de su profesión, será discutible en otro momento. Mientras tanto, tratemos de aplicar a los profesores lo mismo que a los médicos: pagarles porque estamos sanos, no sea que nuestro tabardillo les dé de comer.
En nuestros días, casi nadie vive de lo que ama. Demos dineros a los profesores por estar callados y no asistir a clase y reemplacémoslos por las buenas gentes que viven de otra cosa y que con gusto se acercarían a las escuelas a comentar aquello que aman y de lo que no viven. Tal vez entonces nuestra sociedad avanzaría menos lentamente. Mientras tanto, si podemos escoger, leamos a Juan Ramón y dejemos a Guillén para los escolares.
[Ufff]

13 comentarios:

Víctor Sampayo dijo...

Hay un relato breve de Julio Torri, en el que habla acerca de esa cotidianidad polvorienta de algunos profesores. Sin embargo, en el relato, un día entre los días ese profesor tiene por fin una idea propia. Una idea brillante, a la cual cuida y alimenta como si se tratara de un pez rojo.

Animal de Fondo dijo...

Bienvenido, rey mono y gracias por tu comentario. La verdad es que estoy un poco acomplejado por lo largo que es el artículo, así que gracias también por leerlo, que no está fácil.

Víctor Sampayo dijo...

Yo creo que está bastante bien el artículo, pero quizá debas publicar por entregas los que están muy largos para facilitar la lectura. Ya sabes, rememorar costumbres del siglo XIX.

En fin, saludos, fmesmenota, nos estamos leyendo.

Maykel dijo...

Amigo, lo he leído, disfrutándolo, y no me ha parecido largo. Creo que Lezama y tú se entienden mejor de lo que imaginas. Lezama lamentaba, en tono parecido, la pose profesoral, esa misma tangente con respecto a la creación que tú señalas. En una carta a Rodríguez Feo, todavía en los años 40, le reprochaba con humor su afición a las universidades norteamericanas. Lezama, cuando fue a dar unas conferencias en La Habana, en los sesenta, lo primero que dice es "yo no soy un profesor, vengo aquí a sugerirles lecturas, que es lo que un verdadero maestro debe hacer". ¿Qué te parece?
En cuanto a Juan Ramón, es mi oportunidad de conocerlo mejor y no la desperdicio por nada, así que sigue escribiendo...

Animal de Fondo dijo...

Pues sí me parece que estoy del mismo lado de Lezama, como decía Cortázar: "del lado de acá"; Orígenes es una maravilla grande; estoy descubriendo muchísimo; Fina García Marruz, por ejemplo, que es una buena poeta también. O Fayad Jamís, del que por cierto el poema "Muerte del Delfín" está publicado en el número anterior al conflictivo, que fue en homenaje a Martí. Cada vez estoy más convencido de que Juan Ramón le entregó el testigo a Lezama y que allí se ha quedado, hasta hoy. Sin embargo, todavía no entiendo la poesía de Lezama. Pero bueno, haré lo posible por cambiar eso.
Ah, por fin escuché "Canción desde otro mundo", que está genial, claro, y además me descubriste a Miriam Ramos. Es que esto no puede ser...

Joselu dijo...

Leí un escrito de García Márquez que venía a decir que los profesores de literatura sostenían aunténticos disparates -complicados- acerca de Cien años de soledad. Sesudas interpretaciones psicoanalíticas o simbólicas hacían decir al texto nada de lo que había querido expresar. Sin duda, hacer la exégesis de un texto oscuro da un montón de posibilidades a cada cual más indemostrable. Leo a veces críticas literarias que son una serie de afirmaciones incomprensibles, sólo aptas para no sé que especialistas. Huyo de ellas como de la pólvora. La poesía de Juan Ramón, de la que tomas ese tal vez enigmático título de tu blog, es transparente, como las palabras de Beckett. No hay mayor dificultad que interpretar lo cristalino y solar. La enseñanza de la literatura ha desaparecido en este país. Los profesores se dedican a explicar las subordinadas sustantivas de complemento directo que es menos problemático que intentar indagar en el sentido de Platero y yo o Animal de fondo o Dios deseado y deseante. Es necesaria formación y competencia para hacerlo, pero también una enorme humildad para no decir soberanas tonterías (que nadie censura). Como profesor no pretendo saber más de lo que sé y menos en literatura. A veces una opinión no profesional es capaz de llegar más al fondo de la cuestión que una profesoral interpretación. Gracias por tus palabras en mi blog, sobre todo por esa pausa que sugieres para meditar. ¿Hay un elogio mayor a lo que he escrito que el que sea capaz de hacer meditar a una persona tan vasta como tú? Si te das cuenta el estilo de Profesor en la secundaria es transparente y también un tanto ingenuo, quizás naïf, pero es ahí donde me encuentro. Gracias por tu dedicatoria, me ha enorgullecido y emocionado, más viniendo de quien viene. Un cordial saludo, amigo.

Animal de Fondo dijo...

Joselu, a la vista de tu comentario no voy a tener más remedio que dedicarte artículos cada vez que necesite un poco de Prozac. A mí también me emocionan tus palabras; aunque al principio me costó, creo que poco a poco empecé a entenderte. Y es que, como con Azorín, hay que saber leer lo que dices y lo que callas.
Y el estilo de Profesor en la Secundaria supongo que puede parecer ingenuo; a mí no me lo parece, y cuesta mucho decirse a uno mismo las cosas que nos dices allí, tan tranquilamente. Me parece que a los dos nos gusta la realidad, aunque nuestra realidad a otros les parezca el surrealismo.
Tuve una vez el privilegio de estrechar la mano de Borges y de intercambiar unas palabras con él, ya lo contaré en otro artículo; en la conferencia que dio un poco antes, hubo un coloquio. Uno de los asistentes, muy joven -yo también lo era-, emocionado, quiso explicarle a Borges algo y le preguntó, con total ingenuidad: ¿Ha leído usted la Eneida? Borges le contestó, con afecto, animándolo a seguir: "bueno, es difícil decirlo, suponga usted que la he leído". Quiero decir que toda la gente verdadera, digamoslo así para ser modestos, ni pretende saber lo que no sabe, como tú haces, ni le importa que no se sepa lo que sabe, porque al menos sabe que eso no es ni mucho menos un desdoro. Como tú a esos críticos, yo temo a los médicos que enseguida tienen el diagnóstico de todo. En mi propia profesión sé que lo mejor que se debe decir muchas veces es: lo estudiaré antes de darle la respuesta.
Un cordial saludo para ti también, Joselu.

Prado dijo...

Debo confesar sin ningún pudor, Fmesmenota, que le respeto. Causa de ello es su falta de empacho para apuntarle a la pobladísima trinchera del catedrático. Ah, imagínomelos! en su parnaso, donde adulados todos salen. Lisonjeros. Amantes del espejo. Borges no se entere de sus blasfemias! Mas ceso aquí el caudal de mi ira, parte de venganza como alumno que fui, y cedo el espacio para agradecerle, su texto y la lealtad para con Jiménez. Eso es de admirar. Maravíllome su blog.

Animal de Fondo dijo...

Bienvenido, Julio Roberto. Sin el mismo pudor le confieso yo también que me he alegrado al volver a sentir su prosa. Con menos pudor todavía, le diré que lo que usted expresa y cómo lo expresa me conmueve. Lo más parecido que recuerdo es una traducción del griego de Daniel Ruiz Bueno que conservo desde mi juventud. Es el final de la Ilíada; solamente tengo eso, que se corresponde con el tomo III de su traducción; nunca pude conseguir los otros dos tomos.
El caso es que al leer a usted, he sentido qué pudo significar un día el troqueo, el yambo, el dáctilo, el anfíbraco, el anapesto. He recordado la salutación a Roosevelt; el "Ínclitas razas ubérrimas..", del que no recuerdo el título, el Canto a América. El "Francisca Sánchez, has venido...". Y naturalmente, la magnífica aventura de usted en el centro comercial, con los ingratos.
l i t e r a t u r a .
Espero que se sienta en su casa.

Anónimo dijo...

¿Por qué casi todos los poetas españoles contemporáneos son filólogos? ¿Se ha institucionalizado un canon poético español salido de los departamentos universitarios de Filología Hispánica? ¿O para ser poeta hay que tener una titulación en esta materia?

Animal de Fondo dijo...

fmop, compañero de correrías por la sinrazón, es un placer verte por aquí.
Con respecto a tu comentario, estoy tratando de confirmar una sospecha: que Juan Ramón sumergió bajo el océano, como Guadiana, el testigo de la tradición de la poesía española. Falta averiguar dónde renace ese Guadiana, aunque leyendo Orígenes me estoy convenciendo de que Lezama fue fiel a ese testigo.
Eso explicaría lo fantasmal de toda la poesía española desde entonces. No quiero decir que no hayan escrito personas dotadas para ello. Digo que, sin la tradición, lo más que podían hacer es lo que hicieron: remedos amanerados -en el mejor sentido de la palabra, pero desgraciadamente no manierismos- de unas formas graciosas pero obsoletas, sin ningún sentido del momento ni del siglo; amaneramientos traidores, pues, a la poesía. Tal vez son filólogos porque para hacer versiones de Hurtado de Mendoza -pero a la inversa, obligados por las leyes helenísticas de discriminación positiva- no hay más remedio que serlo.
Como contraste, hasta en lo más recóndito y rural de Cuba hay hoy repentistas, improvisadores, que, puestos a hacer décimas, como Guillén, las hacen mejor. Y no digamos gente como Roberto Fernández Retamar.
Bienvenido, y dile de mi parte a Jueves que la extrañamos.

Yolanda Molina Pérez dijo...

Podría haber sido una feroz defensora de esa teoría de pagarle a algunos para que no me dieran clase en mis años universitarios, pero teniendo en cuenta que quedaron en el primer quinquenio de los 90, no había muchas posibilidades de ponernos de acuerdo, sobre la cifra ideal, no en aquel entonces...fatídico Período Especial.
El arte, el verdadero no lleva nota aclaratoria, apenas la posibilidad de conocerlo, a veces ni siquiera comprensión, sólo el temblor interno ante la grandeza, no preciso saber que nota musical escucho, sino como me hace sentir lo que oigo...
Para los "profesores" un epitafio: Confieso que he leído, prólogos y sinopsis.
Aunque después de todo Guillén, el malo (eso es de los origenistas), más de medio siglo después, sigue siendo la manzana de la discordia, ¿qué es la trascendencia?,
Un abrazo

Animal de Fondo dijo...

Precioso tu comentario, Yolanda, tanto, que no puedo añadir nada. Como las obras de arte, lo dejaremos resonar.
¡Gracias!