martes, 15 de septiembre de 2009

AL MARGEN DE LOS CLÁSICOS


No he leído un libro más bello ni más acertado con respecto al tema de que se ocupa que Al margen de los clásicos, de Azorín. Azorín es un escritor dificilísimo de entender, en cuanto escritor. Es dificilísimo, porque, sin conocerlo a fondo, uno piensa que lo ha entendido a la primera. Sus libros están escritos en un lenguaje meridianamente claro, con una corrección absoluta y, a mi juicio, insuperable. Azorín lleva al extremo, importándola de Francia y de Montaigne, la construcción sustantiva del pensamiento y de la frase, en oposición a la construcción verbal clásica del castellano. Si en lo mejor de nuestro Siglo de Oro se encadenan unas oraciones subordinadas con otras, Azorín implanta una arquitectura coordinada, limpia, transparente. Según sus propias recomendaciones, "poner una cosa detrás de otra y no mirar a los lados". Tanta belleza formal ha hecho que la mayoría de los manuales de literatura yerren al enjuiciar a Azorín. Ya se sabe: "Primores de lo vulgar", se ha dicho con desprecio. Y esto hace patente una de los primeros problemas con que ha de enfrentarse quien quiera acercarse a la literatura española: la ausencia de buenos manuales de literatura.
He rebuscado bastante, a lo largo de mi vida, entre los manuales de literatura. Y pronto descubrí que generalmente toman sus opiniones de otros manuales más antiguos que a su vez las han tomado de otros. Pero la triste realidad es que muchos no han leído las obras que comentan. Esto se puede comprobar viendo cómo las erratas evidentes y las confusiones claras se reproducen una y otra vez a lo largo de los siglos. La gente supone que Fernández Guerra conoce a fondo a Quevedo, pero tal vez Fernández Guerra pensó que nadie lo comprobaría. Para poner un ejemplo, cuando yo estudiaba el curso preuniversitario, el último de bachiller antes de ingresar en la universidad, ya conocía bastante la obra de Borges. No había hecho lo mismo el autor del libro de texto, Gonzalo Torrente Ballester, que en la página 414 del primer tomo dice de Borges: "De raíz intelectual es su poesía, como lo son sus novelas y cuentos. Su obra es tan varia como vasta." No quiero expresar con esto que Torrente no sea un escritor respetable, que creo que lo es; pero como Borges no escribió ni una sola novela, género del que descreía, ni puede considerarse a su obra con el adjetivo de varia, ya que se trata de la repetición de una serie brillante de variaciones sobre casi el mismo tema (la imagen de su cara, que explica, creo recordar, en El Hacedor), podemos concluir que, en el momento de escribir su manual, el autor, como es comprensible, no conocía directamente la literatura de Borges. No he anotado las docenas de contradicciones parecidas que he detectado a lo largo de mi vida, pero es lógico que se produzcan. No es lo mismo escribir un libro por vocación de hacerlo que para ganarse uno la vida.
Pero volvamos a Azorín. Detrás de toda la maravilla de la prosa de Azorín hay un hombre; conocer a ese hombre es lo que nos importa de su obra. Porque es un hombre de bondad e inteligencia extremas, que dice callando lo que piensa con objeto de que no armen revuelo sus opiniones. No hay otro caso más sutil de la aplicación de la frase: "el que pueda entender que entienda". Y acaso no sea desde la inteligencia sino desde la sensibilidad como pueda entenderse a Azorín. Sensibilidad e intuición que tiene que advertirnos, en algún momento de su lectura, cuando nos estamos acercando a él, que allí hay algo más de lo que parece haber. No sabremos de momento lo que es, pero solamente los que confíen lo suficiente en su propio olfato podrán descubrir al verdadero Azorín, tendrán el tesón de rebuscar hasta que encuentren la fuente más limpia de toda la literatura española. Eso es lo que es Azorín.
Quien conozca la obra de Azorín sabrá que para comprenderlo hay que destilar de lo que dice lo que calla en cada momento, siendo evidente que podría decirlo. Hay que observar lo que hace y lo que no hace, como, por ejemplo, no tomar posesión de su sillón en la Academia, concedido antes de la guerra civil española, en 1924, y en el que nunca se sentó ni leyó su discurso de ingreso (aunque sí lo publicó). Azorín explicó su falta de asistencia a ese organismo con una caritativa argumentación acerca de la incompatibilidad de horarios que le imponía su trabajo. Baste saber que esa no era la explicación verdadera y que quien la quiera descubrir la tendrá que buscar, porque Azorín nunca, como tantas otras cosas, la dijo.
Pero para leer Al Margen de los Clásicos no hace falta tanto. Al Margen de los Clásicos es un libro escrito con tanto amor y tanta devoción, ante el lector y ante los escritores, que es al mismo tiempo el mejor manual de literatura española que se haya escrito jamás. Quien quiera conocer de verdad esta literatura española, quien quiera saber cómo enfrentarse al Quijote y al Persiles, a Góngora y a Garcilaso, a Fray Luis de León y a Fray Luis de Granada, a Rosalía y a Bécquer, tiene en Al Margen de los Clásicos una ayuda inapreciable e insustituible. Y después de Al Margen de los Clásicos, Los valores literarios, Leyendo a los Poetas, Con Cervantes, Rivas y Larra, Lecturas Españolas, Clásicos y Modernos...
Termino. Y para el lector en quien haya conseguido encender una llamita de interés por la obra de Azorín, otra recomendación: el libro de Bejarano Galavís, el libro Un pueblecito: Riofrío de Ávila. Y para el lector que desee que la llamita, si es que la ha sentido nacer, se le convierta en incendio inagotable, otra recomendación: Tomás Rueda, el protagonista de la novela de Cervantes El licenciado Vidriera visto desde dentro. Y que se acuerde de mí cuando se encuentre, en Salamanca, con El muro blanco. Vale

5 comentarios:

Joselu dijo...

Dicen que Azorín cuando llegaba a un pueblo no se iba al mesón o al bar o a la plaza a ver el ambiente de la localidad. No, Azorín se iba a la biblioteca y se embebía de la vida del pueblo a través de los textos. Su visión del mundo y de la realidad no está extraída del meollo de las cosas sino del torrente de la literatura. Literatura sobre literatura. Eso y el percibir el habla cotidiana, terruñera, de la gente, cuando se hablaba un castellano rico y pródigo en léxico y construcciones sintácticas. Probablemente si Azorín oyera el castellano que se habla hoy, se horrorizaría. Hace mucho tiempo que no leo a Azorín pero en su tiempo leí Castilla, La voluntad, Antonio Azorín, Clásicos y modernos, y me fui a la Mancha con su libro La ruta de don Quijote. Recuerdo también Doña Inés. Hace demasiado tiempo que no lo leo. Es uno de los grandes estilistas de la lengua impresionista construida, como bien dices, a base de pequeñas impresiones, pinceladas, sustantivos, que van componiendo un retrato en que el tiempo, ese terrible escultor, parece ser desterrado o al menos adormecido. Supongo que lo primaba en Azorín, como en tantos, era la angustia por el paso del tiempo. Es nuestro gran drama.

Animal de Fondo dijo...

Es cierto, Joselu, que Azorín despierta muchas veces el deseo de recorrer los lugares que describe. Hace muchos años que creó en mí el de visitar Villanueva de los Infantes, recorriendo los lugares que él visitó en 1903, pero nunca lo he realizado. ¿Estará todavía la viejecita que le abrió la puerta de la casa en la que murió Quevedo? Así que me gustaría mucho que nos contaras ese viaje a la Mancha. He disfrutado mucho con Azorín, abriendo a veces al azar las páginas de sus obras y leyendo sus opiniones, siempre bondadosas y clarividentes, sobre las obras de otros escritores. Estoy de acuerdo en lo mucho que importa en su obra el paso del tiempo, pero nos lo narra con una melancolía que viene a suponer una blanda resignación. Así fue, así ha pasado siempre; así pasará. Otra vez las hojas que hoy caen al suelo volverán a brotar. Nos hace ver que lo que pensaba un estudiante del siglo XVII no difiere gran cosa de lo que piensa un estudiante del siglo XXI. Es un gran escritor y un buen compañero de vida, y un buen maestro de literatura, que es decir de todo, para un joven.
Gracias por tu visita y por tu comentario, Joselu.

Joselu dijo...

En mi visita a La Mancha realizando la ruta de El Quijote, tuve ocasión de conocer Almagro y también por azar llegué a Villanueva de los Infantes. Mi sorpresa fue encontrar en aquel espléndido y bien conservado pueblo la casa en que murió Quevedo. Subí a ella. Creo que ahora la gestiona algún organismo oficial. Sin esperarlo me encontré en la habitación, la mesa y la cama donde pasó sus últimos días. Sentí una emoción extraordinaria. Estaba solo. Pasé un buen rato en silencio en aquellas habitaciones leyendo algunos poemas que allí había colgados. La discreción y la soledad de la visita me la hicieron entrañable. Tengo un cuaderno manuscrito de los días pasados en aquellas tierras releyendo el texto de El Quijote en la edición de Francisco Rico. Fueron los días en que la OTAN atacó a las fuerzas serbias en Kosovo. Saludos.

eduideas dijo...

Me apunto la recomendación

Animal de Fondo dijo...

Pues me gustaría mucho que me contaras después tus impresiones, eduideas.
¡Gracias por la visita!