Al igual que en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, en el ejemplar que yo poseo del tomo VIII de las Obras Completas de Azorín, figura el libro Con Cervantes. Y en ese libro, en tal ejemplar, hay uno de los más bellos artículos que yo haya leído jamás. En ese artículo se expresa toda la melancolía de nuestra vida fugaz. Tras leer ese artículo, se desmoronan los restos que nos pudieran quedar de vanidad y de hidalguía.
Hace mucho que yo quiero transcribir en este blog ese texto y, por la pereza de teclearlo, más de una vez lo he buscado en internet. Pero no solamente no está en la edición de "Con Cervantes" de la biblioteca virtual Miguel de Cervantes; tampoco está en mi propio ejemplar de ese libro de la editorial Losada. Hoy me decido a compartirlo con vosotros. Creo que no os defraudará. Esta es la copia:
LAS LAGUNAS DE RUIDERA
En una tesis doctoral sobre un filósofo austríaco, Ernesto Mach, encuentro la siguiente frase con referencia a Berkeley: “ Un kantismo sin la cosa en sí.” La imaginación se echa a volar; más que todos los libros de caballerías suscitan ensueños estas pocas palabras; más que todos los libros que leía Don Quijote estas pocas palabras nos hacen entrar en el reino de lo irreal. Imágenes todo, producto todo de nuestro subjetivismo. Por los inmensos espacios camina dando vueltas una bolita; nos parece grande, pero es acaso pequeña como un grano de mostaza. Con un microscopio lograríamos divisar en su sobrehaz manchas azules como agua; otras manchas grises parece que son tierras; son, en efecto, continentes, islas. En la inmensidad insondable de los espacios infinitos esta esferita va rodando sin rumbo fijo; nosotros creemos conocer su ruta; en realidad no la tiene: si la tiene es tan escondida, tan misteriosa, que no podemos decir cuál sea. Ya hace mucho tiempo que en lo infinito rueda la microscópica esfera; sobre su redondez parece que algo se remueve: plantas y animales; seres vivientes. Desde el fondo del tiempo han ido surgiendo todos estos organismos vivos; cubren ya la esfera; forman los hombres pueblos y naciones. Como una masa amorfa que se mueve, poco a poco ha ido concentrándose el mundo de la vida. Las imágenes se han hecho inteligibles; comenzamos a comprender las leyes a que obedece esta muchedumbre de organismos. Surge la Historia. Entre los centenares de pueblos, naciones y razas destaca algo que se va encaminando a un objetivo que todavía desconocemos. Fuerzas del espíritu y de la materia confluyen en un punto determinado; desde la lejanía remotísima de lo futuro todo se combinará para que un hombre y un paraje —sobre la faz de esta bolita— converjan en un punto; por el hombre será conocido en la Historia este lugar misterioso. Desde los arcanos del tiempo todavía increado, si es posible hablar así, millones de moléculas se han puesto en movimiento para crear a este ser vivo y este paraje. En tanto, por los espacios inmensos va girando y girando la bolita misteriosa.
Cervantes y las lagunas de Ruidera; las lagunas de Ruidera, que han sido creadas desde la eternidad para Cervantes. En la llanada que llamamos la Mancha, un hombre que es producto de la fantasía de Cervantes y en la esfera que rueda por la inmensidad otro hombre que es producto, a su vez, de un ser que no podemos ni conocer ni definir. Dos imágenes en una tercera. La tercera es la de este mundo en que vivimos. De la Mancha, allá en la lejanía también del tiempo, guarda el que escribe un acervo de imágenes ya debilitadas, casi desvanecidas. Surge inquietante, angustiosa, la frase leída: “ Un kantismo sin la cosa en sí.” Imágenes de una cueva, de un castillo, de unas lagunas.
La serenidad de estos claros cristales de quietas linfas. En torno a los espejos lucientes, acaso unos esbeltos álamos: no faltan los gráciles álamos ni en la Mancha ni en Tierra de Campos, la otra Mancha de León. Profundo silencio que aviva la meditación, paz no rota en ningún instante.
El cielo en los días limpios refleja su azul en las lagunas; si pasan nubes por la bóveda celeste, las nubes corren por la tersura de las aguas. ¿ Habrá estado en estas riberas Miguel de Cervantes? La nubecita blanca que discurre por el cielo es como la imagen de su vida y del mundo. En la historia de un pueblo, España, estas bellas lagunas existen por Cervantes; el gran escritor ha puesto en sus cristales un poco de misterio y de poesía. Toda la poesía anterior se hubiera desvanecido sin Cervantes.
Con las lagunas de Ruidera emparejamos en este minuto de meditación toda una vida de ensueños y de trabajos. En el correr de los siglos, entre el tráfago vertiginoso de las cosas, un momento de quietud; la vida del gran escritor se inmoviliza en las riberas de estas lagunas. Un segundo que va a parecer un centenar de años. En silencio Cervantes tiende la vista por la superficie de las lagunas. Concentración del tiempo y del espacio en este minuto. Concentración de nuestro espíritu —pasados siglos— para sentir como actual este momento en que el escritor medita. Todo desde la eternidad hecho para este instante único. Por los espacios inmensos va corriendo la esferita que llamamos Tierra.
Ha pasado un siglo, han transcurrido seis siglos; ya nosotros, que ahora nos imaginamos a Cervantes, no existimos; otras generaciones han sucedido a la nuestra; las lagunas de Ruidera continúan lo mismo que antes, en los días nuestros y en los días del gran escritor. Más siglos y siglos, más siglos de siglos, más millones y millones de siglos. Ya las lagunas no son las mismas; ya la faz de esa bolita que rueda por el éter ha cambiado. ¿Quién sabe ya lo que eran las lagunas famosas? Un esfuerzo para imaginar una eternidad que cae como una aterradora losa de plomo sobre la esferita Tierra; un esfuerzo para lograr imaginarnos a este planeta gastado, viejo, inservible. Todo ha pasado ya como en un sueño; por los espacios infinitos, millones de mundos que giran incesantes. Del nuestro ya no hay noticias. Como surgió de lo profundo del tiempo, ha vuelto a lo profundo de la nada. No existía la cosa en sí; eran imágenes que se han desvanecido.
Imagen, Cervantes; imagen, las lagunas de Ruidera; imágenes, nosotros mismos que vemos las imágenes. Y esta es la suprema lección que nos ofrece el terso y límpido cristal de las bellas lagunas; lección que es un ensueño, al igual que lo era todo lo que imaginaba Don Quijote. Imágenes del amor, del heroísmo, de la amistad, de la dicha, de la esperanza. Imágenes a que nos aferramos con toda nuestra alma. Tal es el consuelo y la razón de vivir de los mortales. En tanto que el granito de mostaza corre por la que nos parece inmensidad —inmensidad que tal vez no sea mayor que la palma de la mano— y que nuestra vida dura un tiempo que acaso no exceda de una milésima de segundo.
Cervantes y las lagunas de Ruidera; las lagunas de Ruidera, que han sido creadas desde la eternidad para Cervantes. En la llanada que llamamos la Mancha, un hombre que es producto de la fantasía de Cervantes y en la esfera que rueda por la inmensidad otro hombre que es producto, a su vez, de un ser que no podemos ni conocer ni definir. Dos imágenes en una tercera. La tercera es la de este mundo en que vivimos. De la Mancha, allá en la lejanía también del tiempo, guarda el que escribe un acervo de imágenes ya debilitadas, casi desvanecidas. Surge inquietante, angustiosa, la frase leída: “ Un kantismo sin la cosa en sí.” Imágenes de una cueva, de un castillo, de unas lagunas.
La serenidad de estos claros cristales de quietas linfas. En torno a los espejos lucientes, acaso unos esbeltos álamos: no faltan los gráciles álamos ni en la Mancha ni en Tierra de Campos, la otra Mancha de León. Profundo silencio que aviva la meditación, paz no rota en ningún instante.
El cielo en los días limpios refleja su azul en las lagunas; si pasan nubes por la bóveda celeste, las nubes corren por la tersura de las aguas. ¿ Habrá estado en estas riberas Miguel de Cervantes? La nubecita blanca que discurre por el cielo es como la imagen de su vida y del mundo. En la historia de un pueblo, España, estas bellas lagunas existen por Cervantes; el gran escritor ha puesto en sus cristales un poco de misterio y de poesía. Toda la poesía anterior se hubiera desvanecido sin Cervantes.
Con las lagunas de Ruidera emparejamos en este minuto de meditación toda una vida de ensueños y de trabajos. En el correr de los siglos, entre el tráfago vertiginoso de las cosas, un momento de quietud; la vida del gran escritor se inmoviliza en las riberas de estas lagunas. Un segundo que va a parecer un centenar de años. En silencio Cervantes tiende la vista por la superficie de las lagunas. Concentración del tiempo y del espacio en este minuto. Concentración de nuestro espíritu —pasados siglos— para sentir como actual este momento en que el escritor medita. Todo desde la eternidad hecho para este instante único. Por los espacios inmensos va corriendo la esferita que llamamos Tierra.
Ha pasado un siglo, han transcurrido seis siglos; ya nosotros, que ahora nos imaginamos a Cervantes, no existimos; otras generaciones han sucedido a la nuestra; las lagunas de Ruidera continúan lo mismo que antes, en los días nuestros y en los días del gran escritor. Más siglos y siglos, más siglos de siglos, más millones y millones de siglos. Ya las lagunas no son las mismas; ya la faz de esa bolita que rueda por el éter ha cambiado. ¿Quién sabe ya lo que eran las lagunas famosas? Un esfuerzo para imaginar una eternidad que cae como una aterradora losa de plomo sobre la esferita Tierra; un esfuerzo para lograr imaginarnos a este planeta gastado, viejo, inservible. Todo ha pasado ya como en un sueño; por los espacios infinitos, millones de mundos que giran incesantes. Del nuestro ya no hay noticias. Como surgió de lo profundo del tiempo, ha vuelto a lo profundo de la nada. No existía la cosa en sí; eran imágenes que se han desvanecido.
Imagen, Cervantes; imagen, las lagunas de Ruidera; imágenes, nosotros mismos que vemos las imágenes. Y esta es la suprema lección que nos ofrece el terso y límpido cristal de las bellas lagunas; lección que es un ensueño, al igual que lo era todo lo que imaginaba Don Quijote. Imágenes del amor, del heroísmo, de la amistad, de la dicha, de la esperanza. Imágenes a que nos aferramos con toda nuestra alma. Tal es el consuelo y la razón de vivir de los mortales. En tanto que el granito de mostaza corre por la que nos parece inmensidad —inmensidad que tal vez no sea mayor que la palma de la mano— y que nuestra vida dura un tiempo que acaso no exceda de una milésima de segundo.