miércoles, 8 de julio de 2015

BÉCQUER


¡Qué poco se comprende a Bécquer todavía en la sociedad española! Unos días atrás ayudé a mi hija mayor a repasar un examen de literatura para cuarto curso de la Enseñanza Secundaria Obligatoria. Los mismos tópicos de los libros de texto de mi juventud siguen vigentes. Como ejemplo se muestra: “¿Qué es poesía, dices...”. No es un mal poema, pero los versos que se manosean durante décadas quedan heridos y pierden su capacidad de transmitir la idea original.
Hace mucho pensé que me gustaría escribir sobre Bécquer pero pronto me di cuenta de que no tengo el talento suficiente para hacerlo, así que intenté aproximarme a él a través de Augusto Ferrán, su maestro, y de Bergamín, su discípulo. Bécquer destila una esencia demasiado sutil como para que mis palabras sepan describirla. Me limitaré a esbozar algunas consideraciones superficiales.
Cuando yo era un adolescente, las personas de mi entorno se avergonzaban de su gusto por Bécquer. Las amigas de mi madre solamente confesaban que lo habían leído después de expresarles yo mi admiración por él y lo hacían en secreto y bajando la voz. Todavía lo recuerdo: “pues a mí me gusta, soy así de tonta...”. Les enseñaron que ser sensible era ser cursi.
Siempre he sido inmune, por fortuna, a esos engaños. Desde niño me propuse conservar los dones que recibimos en la infancia: la ternura, la inocencia y la bondad. Los habré perdido a mi pesar, pero nunca tuve intención de mutilarme a mí mismo. Mutilaciones son esas dolorosas extirpaciones que a veces los varones se infligen, por miedo a no ser lo suficientemente hombres a ojos del mundo.
Bécquer refleja esa ternura y esa trepidación íntima de la adolescencia alumbradas por la complicidad y el saber del adulto ya hecho. En Bécquer la destilación condensada de las emociones no es ya un don, sino una afinidad electiva. Nada tan maravilloso como la sencillez que es fruto del conocimiento. “Las personas que no conocen el dolor/ son como iglesias sin bendecir”, escribía Luis Rosales. Y después del dolor, catado en la madurez, elecciones como las de Bécquer son las que nos alumbran.
Bécquer y Rosalía, dos obras del último tercio del siglo XIX, todavía capaces de llegarnos a lo más hondo del espíritu.
Y para que mi hija tenga un ejemplo distinto de “Qué es poesía...”, vayan otros versos aquí:

Su mano entre mis manos,
Sus ojos en mis ojos,
La amorosa cabeza
Apoyada en mi hombro,
¡Dios sabe cuántas veces
Con paso perezoso,
Hemos vagado juntos
Bajo los altos olmos,
Que de su casa prestan
Misterio y sombra al pórtico!
Y ayer... un año apenas
Pasado como un soplo,
¡Con qué exquisita gracia,
con qué admirable aplomo,
Me dijo, al presentarnos
Un amigo oficioso:
“—Creo que en alguna parte
He visto a usted.—” ¡Ah! bobos,
Que sois de los salones
Comadres de buen tono,
Y andais por allí á caza
De galantes embrollos;
¡Qué historIa habeis perdido!
¡Qué manjar tan sabroso
Para ser devorado
Sotto voce en un corro,
Detrás del abanico
De plumas y de oro!
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Discreta y casta luna,
Copudos y altos olmos,
Paredes de su casa,
Umbrales de su pórtico,
Callad, y que el secreto
No salga de vosotros!
Callad; que por mi parte
Lo he olvidado todo:
Y ella... ella... ¡no hay máscara
Semejante a su rostro!

Observad la tensión de los versos de siete sílabas. Sobra decir la multitud de erratas, correcciones y variación de los signos de puntuación que he encontrado al buscar el poema por internet. He usado como fuente la Reproducción digital de la edición de Madrid, Imprenta de Fortanet, 1871. Localización: Biblioteca Nacional (España). Sig.R/33922. 

La obra de Bécquer es breve; sus contemporáneos no lo apreciaron. Y sin embargo, hemos olvidado a otros famosos poetas de su tiempo mientras con él hemos podido mantener una estrecha comunicación íntima. Estrecha, aunque no la sabemos describir. Pero de algún modo la lectura de sus versos nos ayudó, nos ensanchó, nos afinó. Nos hizo reconocernos en sus emociones, nos descubrió que era humano lo que sentíamos, nos dio la oportunidad de no empobrecernos. A mi juicio, pasarán los siglos y los seres humanos seguiremos sintiendo, casi sin decirlo: Gracias, Bécquer.
Y como los clásicos siempre nos hablan de la actualidad, terminemos con unas palabras del propio Bécquer que parecen escritas en el periódico de ayer por la tarde: "Francamente hablando, hay en este mundo desigualdades que asustan."
Vale.

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