sábado, 22 de diciembre de 2007

FERNANDO CHUECA GOITIA

Al hilo del post anterior, he recordado a Fernando Chueca. Tuve la suerte de tenerlo como profesor de Historia de La Arquitectura en su último año académico. El curso fue, por elección suya, sobre El Barroco, y en cada una de sus clases se sentía estar en contacto con la tradición. Fernando Chueca tenía aquél año una dicción maravillosa, un lenguaje completo, definido, enraizado en nuestro siglo XVII. Nos enseñaba la razón de las cosas, los motivos ocultos de las apariencias, lo único que se puede enseñar cuando se enseña arte. ¡Qué diferencia con otro profesor de quien no recuerdo el nombre, que nos hacía comprar su pésimo y siempre reeditado libro de Historia del Arte, que ante una diapositiva de un templo nos describía siempre lo que ya estábamos viendo en la foto: "que si tantas columnas por el frente, que si tantas otras por el lateral". A los únicos a quienes les servía de algo aquellas clases de Historia del Arte era a los ciegos, que podían escuchar, como digo, la descripción narrada de la diapositiva.
Pero Fernando Chueca no era así; se distinguía de los demás profesores en todo; una de las cosas que recuerdo con más agradecimiento era el respeto con que nos trataba. Ese respeto hacía imposible cualquier ligereza nuestra. Tal vez de él aprendí esa manera que me gusta tanto y que consiste en tratar a un tarambana como a un caballero con la intención de elevarlo hasta ese nivel y, una vez que prueba el sabor de ser considerado como alguien decente, conseguir que desee mantener su posición. "Es la posición la que decide la victoria, trátese de guerreros o de frases".
Lo que será siempre inolvidable para mí es la última lección de D. Fernando Chueca, en el aula magna de la Escuela de Arquitectura de Madrid, porque estuvo llena de una emoción grande. Se despidió alguien con verdadera vocación de enseñar; además, se despidió con una cita del padre Sigüenza, que era uno de mis autores favoritos entonces. Cita que, como digo, no podré olvidar. Con breves rasgos vino a contarnos una visita de admiración que él había realizado muchos años atrás a D. Miguel de Unamuno. Unamuno quiso entregarle a Chueca unas palabras como regalo y se levantó, sacó de su estante el libro de la Historia de la Orden Jerónima y leyó las palabras de Sigüenza. Después de contar la anécdota, Fernando Chueca nos explicó que él deseaba, en su última lección, entregarnos a nosotros las mismas palabras que a él le transmitió Unamuno, y volvió a abrir el libro de la Historia de la Orden Jerónima, y volvió a leer para nosotros. Este es el párrafo:
"Durmió en el Señor el gran Felipe II, hijo del Emperador Carlos V, en la misma casa y templo que había edificado y casi encima de su misma sepultura, a las cinco de la mañana, cuando el alba rompía por el Oriente, trayendo el Sol la luz del domingo, día de luz y del Señor de la luz; y estando cantando la misa del alba los niños del Seminario la postrera que se dijo por su vida y la primera de su muerte, a 13 de septiembre, en las octavas de la Natividad de Nuestra Señora, Vigilia de la Exaltación de la Cruz, el año 1598."

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